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Platicando sobre la situación de México con un empresario, llegamos a una conclusión común en torno al vertiginoso incremento de la violencia delictiva: múltiples homicidios dolosos, asaltos, secuestros, desapariciones forzadas, extorsiones y “cobros de piso” a comerciantes, distribuidores y productores agrícolas, etc.
En la plática salieron a relucir varias anécdotas que sirven como ejemplo de los sucesos en el país. En una de ellas le conté que una vez librado el paso por una de las casetas de Ixtapaluca-Chalco, en la carretera México-Puebla, un compañero tuvo que detenerse porque objetos punzantes le poncharon una llanta a su automóvil. Una vez en la orilla, varios individuos armados se acercaron, lo rodearon y le robaron teléfono, computadora y el poco dinero que traía. Pero no conformes con el despojo, lo golpearon a pesar de que no ofreció resistencia. El costo monetario de asaltos como éste –incluidas la reparación del vehículo y la atención médica– son altos para una persona que no es solvente; pero es mucho mayor el impacto psicológico en todas las personas al margen de su disponibilidad financiera.
En mi plática con el empresario destacaron dos casos de violencia delictiva. Uno se suscitó en la carretera Arco Norte, donde una banda de delincuentes atravesó vehículos en los dos carriles de una de las dos vías; luego, con armas en las manos, arrebataron sus pertenencias a los conductores y pasajeros de los vehículos formados en una larga fila. En algunos casos rompieron los cristales y en otros golpearon a quienes se resistían. Después del susto, las víctimas solo hicieron un recuento de sus pérdidas.
El otro incidente lamentable fue el sufrido por los humildes y entusiastas deportistas que habían participado en la Espartaqueada Deportiva que el Movimiento Antorchista Nacional organizada en Tecomatlán, Puebla: mientras viajaban de regreso a su natal Nayarit escucharon un estruendoso ruido bajo el autobús que los transportaba. Pasaba ya de las 20:00 cuando el chofer les informó que una piedra lo había obligado a detenerse y varios de ellos bajaron para ayudarlo a moverla; fue cuando aparecieron delincuentes armados, quienes de inmediato obligaron a los demás deportistas a bajarse para quitarles sus pertenencias: teléfonos, dinero, computadoras, joyas, etc.; además, lastimaron al maestro que cuidaba a los jóvenes.
En la radio escuché que a lo largo del Arco Norte hay cinco puntos donde roban con impunidad y que, además, los delincuentes han perfeccionado sus métodos para obligar a los conductores a detenerse. Por ejemplo, sobre la carretera ponen naranjas en cuyo interior hay objetos punzocortantes diseñados para ponchar llantas; obviamente, los conductores no dan importancia a las frutas, las pisan, las llantas se ponchan y se ven obligados a orillarse; es cuando los asaltantes los despojan de sus valores, como lo realizaban los bandidos de Rio Frío en el Siglo XIX.
También comentamos lo que actualmente sucede en Michoacán, entidad donde los productores de aguacate y limón están siendo sometidos a extorsiones o cobros de piso, cuyos pagos inevitablemente se cargan en los costos de producción y se reflejan en su precio final. Por ello, en poco tiempo, el kilogramo de limón subió de 35 a 60 pesos, es decir, hubo un súbito incremento de 71 por ciento. Estas acciones del crimen organizado elevan los precios; ¿y quién paga el incremento?, los productores, los distribuidores, los consumidores finales, el pueblo.
En los mercados públicos de Chimalhuacán, cuyos puestos son muy modestos y los locatarios van al día, el alza en los precios de las mercancías es indiscriminada; y la autoridad municipal no hace nada para evitar las extorsiones. Los grupos delictivos imponen las cuotas, golpean a los comerciantes que se niegan a pagarlas y, en casos extremos, los amenazan de muerte. El resultado es el aumento de los precios finales que deben pagar los consumidores o el cierre de los negocios de los comerciantes que se niegan a pagar el cobro de piso.
En nuestra plática salieron los “montachoques”, es decir, los delincuentes que intencionadamente golpean al automóvil por atrás con suavidad para que su conductor baje y, en ese momento, lo rodean varios tripulantes que lo amagan con armas y lo despojan de sus pertenencias menores (celular, dinero, computadora, etc.), o bien les quitan el coche.
Hace algunos días, unos compañeros me invitaron a una cena en la plaza Puerta Texcoco; después de la ceremonia de clausura de un centro escolar; al término, los compañeros se hallaron frente a una sorpresa: el vehículo de uno de ellos ya no estaba, se lo habían robado… una “expropiación anónima”, sin violencia y ejecutada en un instante, pero que dejó sin un bien utilitario que había sido pagado con mucho esfuerzo, trabajo y ahorro.
Pero hay otras prácticas delictivas que todos los días son reseñadas en los noticieros, como es el caso de los asaltos en vehículos de transporte público, en los que las víctimas son grupos, no un sujeto solitario; los robos en efectivo a las personas que salen del banco o de los cajeros automáticos. Un caso muy reciente y sonado fue el de una persona que después de retirar dinero de un banco fue asaltado y asesinado a balazos mientras viajaba en su auto sobre el muy transitado Viaducto Miguel Alemán, de la Ciudad de México.
A modo de conclusión, comenté al empresario que todas las prácticas delictivas que habíamos analizado no son otra cosa que cobros fiscales como los impuestos al Valor Agregado (IVA), Sobre la Renta (ISR), el Especial a Productos y Servicios (IEPS), el predial, etc., en los que mi interlocutor coincidió y agregó: “sí, se trata de un impuesto, pero de un impuesto negro”. Efectivamente, de un impuesto adicional que debe pagar el pueblo de México y que es resultado de la fallida política de “abrazos, no balazos” del gobierno morenista.
Un régimen que abraza a los delincuentes y que orienta los “balazos”, las extorsiones, los asaltos, los robos a casas habitación, etc., contra las clase trabajadora, media y alta. Un gobierno que, en lugar de garantizar la seguridad pública y realizar una reforma fiscal para que paguen más impuestos las grandes empresas, permite que la delincuencia organizada someta a los mexicanos al pago del “impuesto negro”. Ésta es la realidad del pueblo de México.
¿Hay manera de remediar este grave problema nacional? Sí, ya estamos hartos de tanta violencia e inseguridad; y vamos organizarnos y luchar por el poder político de México para hacer de este país una patria más justa y mejor.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.