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Tecomatlán, Puebla.- El pasado 11 de agosto, el Movimiento Antorchista Nacional (MAN) inició una serie de eventos para celebrar sus 45 años de lucha social y política. El MAN ha tenido dos lemas: “Organización de los pobres de México” y “Luchando contra la pobreza en México”. Sin embargo ésta y otros males, entre ellos la inseguridad, no han disminuido; al contrario, han ido al alza ¿Cómo inserta Antorcha sus festejos de aniversario en este contexto?
Hace varios años, desde antes de nuestro 40 aniversario, hemos dicho claramente que reconocemos que Antorcha como tal ha tenido avances, resultados importantes para la gente humilde, para la más desamparada, marginada, de menores ingresos económicos y en todos los aspectos que pudieran conformar el bienestar social, incluso personal de la gente. De todas maneras, el modelo económico donde nos encontramos inmersos, un capitalismo neoliberal de última generación, ha incrementado la pobreza hasta un nivel mayor que cualquier medida que se haya aplicado para mitigar esta situación. Esto es lógico porque la actividad de Antorcha está relativamente limitada, como la de cualquier otra organización que no abarque a toda la población, en este caso la que está en situación de pobreza, sino solo a una parte. Además, por ser una organización de carácter social, sin subsidio oficial y, sobre todo, sin el poder del aparato del Estado, y solo con el apoyo y la fuerza que dan las masas organizadas, su acción es necesariamente limitada.
El neoliberalismo no tiene las mismas limitaciones que nosotros; es la política oficial, es la que se impone desde el gobierno y desde las esferas de la empresa privada; en ese sentido su trabajo, su desarrollo, es mucho más amplio, más veloz, mucho más eficaz en función de sus intereses que lo que nosotros pudiéramos hacer para contrarrestar el fenómeno de la pobreza.
Esto nos ha llevado a la conclusión de que un verdadero combate a la pobreza como nosotros queremos y planteamos requiere, necesariamente, que la visión que los antorchistas tenemos del país y de todos sus grupos sociales componentes, en particular de los más desprotegidos, llegue al poder y comience a actuar, inicie las acciones que nosotros creemos que deben hacerse desde el poder político.
Esto implica, entonces, un salto hacia adelante; es decir, necesitamos que Antorcha deje de ser sencillamente una organización social de honda raíz popular para convertirse en un partido político con registro legal, que sea capaz de luchar democráticamente por el poder de este país; y si las cosas salen bien –y nosotros las hacemos bien y no perdemos el rumbo–, llegar al gobierno del país y desde ahí combatir la pobreza implantando las medidas que ahora no podemos aplicar porque no somos poder público. Transformarnos en una fuerza política con capacidad electoral, con capacidad para pelear el poder político del país y hacer de nuestro proyecto, que ahora es solo Antorcha, un proyecto nacional de gobierno.
No es un secreto que el MAN tiene firmes intenciones de escindirse del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y formar su propio partido. Desde los eventos de aniversario organizados hace cinco años usted mismo lo anunció en diversos eventos públicos. Pero mucha gente se pregunta ¿cuándo será ese momento? ¿Cuándo se convertirán en partido político?
En efecto y es muy importante que yo subraye que sí, que nosotros hemos venido diciendo que vamos a convertirnos en partido desde hace varios años. Los medios hacen su trabajo, pero algunos con mala fe, otros por consigna particular que no quiero calificar en este momento, pero en este terreno pretenden hacer como una novedad, como si descubrieran algún delito oculto que tenemos muy guardado los antorchistas y que ahora amenazamos con convertirnos en partido político; pero ese manejo mediático de las cosas es, quizás, para sembrar desconfianza, para desprestigiarnos, sembrar miedo en la gente o en las clases más poderosas del país. Pero la verdad, la acaba usted de decir sin que yo la ponga en boca suya. Nosotros hemos hablado de que nos vamos a convertir en partido político desde hace varios años y varios son los que me han preguntado: ¿y cuándo lo van a hacer? Cuando tengamos las condiciones para convertirnos en un verdadero partido político sin los vicios de los viejos partidos.
México tiene registrados siete partidos políticos ¿Es un nuevo partido lo que necesita el país? ¿En qué se diferenciará el partido de Antorcha de los que ya existen?
Tendremos que ser un partido político distinto. Para ser uno de los partidos políticos al uso no se necesita uno más. El pueblo mexicano no necesita otro parásito más del presupuesto nacional, puesto que los partidos reciben subsidio del presupuesto de la nación. Eso no es lo que se necesita. Se necesita un partido distinto en muchos aspectos. Primero que nada, con verdadera raigambre popular, con un número suficiente de verdaderos líderes de carácter popular. No es fácil formar líderes y que, además, tengan una cultura y una educación política, económica, histórica, filosófica, sociológica, más o menos consistente y relativamente profunda. No propiamente eruditos, pero sí con una clara conciencia trabajada por el estudio, por la cultura, de manera que estén capacitados para gobernar y vacunados contra la corrupción, el mareo del poder; eso lleva tiempo.
Si un partido se transforma hoy, aunque tenga la base popular que dice, si no tiene a este tipo de líderes, va a tener que empezar a hacer lo que hacen todos: recoger desechos de otros partidos. Ese partido se vuelve cuna u hostelería de “chapulines” y arribistas, tramposos que cambian de camisa ideológica de un día para otro. Antes eran panistas recalcitrantes y ahora son morenistas radicales. Eso no puede ser, no es cierto, es otra manera de engañar al pueblo. El partido que funde Antorcha no aceptará ese tipo de “chapulineo”, no solo porque no se ve bien, sino porque eso habla de mucha impostura de quien lo hace y del partido que lo acepta y porque, además, así no se garantiza un gobierno popular fiel, coherente con lo que se dijo, con lo que prometió y con la eficacia requerida en la política.
Ese partido que nosotros creemos que debe formarse tiene que ser una organización que realmente respete la democracia hacia adentro y fomente la democracia hacia afuera. Todos los partidos que existen fingen ser democráticos, pero siempre hay un núcleo de poderosos que son los dueños del partido, y que son los que reparten el queso y la gente se queda al margen de las decisiones. Queremos un partido que practique una democracia verdadera, pero eso significa que debemos educar también a nuestras bases para que sean democráticas pero responsables. Cuando se es democrático irresponsable se cae en el anarquismo que destruye, desbarata la unidad del partido. Tenemos que precavernos también contra eso. Los 45 años que llevamos nos han servido para trabajar en ese sentido.
Obviamente no bastan todas estas condiciones del partido; también deben estar dadas las condiciones del país y las internacionales, porque no se puede ignorar que estamos inmersos en un mundo que es mayoritariamente neoliberal y que no permitirá tan fácilmente que se le escape una de las “cuentas del collar”, porque tiene miedo de que luego se salgan todas las demás. Hay que tomarlo en cuenta. Hemos estado calculando todo eso con responsabilidad, seriedad, veracidad y objetividad para no ir a caer en la demagogia. Necesitamos una alternativa seria y responsable que le dé una verdadera salida al problema interno del país que aún luce del tamaño del mundo: la pobreza, la mala distribución de la riqueza. Se acerca el momento de que Antorcha, aún sin estar plenamente preparada, tenga que dar el salto adelante y convertirse en un partido.
Sin ser un partido político, los antorchistas han registrado algunos éxitos en su lucha diaria.
Los éxitos de Antorcha son de tres tipos. El primero y más importante tiene que ver más con lo que nosotros siempre hemos dicho que somos y queremos, es el de los resultados dados a la gente humilde que se ha organizado con Antorcha y, desde luego, muchas de nuestras conquistas, por su misma naturaleza social, no se constriñen solo a beneficiar a los antorchistas. Esto significa que nuestra acción también abarca a toda la gente que está en la misma situación de pobreza que los antorchistas, aunque no lo sean. Éste es el primer punto; pudiéramos dar cifras pero no creo que sea el caso para nuestro público.
Creo y necesito apelar a la confianza del público y a la honradez que siempre ha caracterizado a los antorchistas cuando hablamos de esto; nunca hemos mentido, ni exagerado solo para hacernos propaganda, y ahora no será la excepción. Con la gente, hemos formado muchas colonias populares donde antes no había nada; colonias que ya existían, pero que estaban abandonadas, sin servicios, ni educación, sin pavimento, ni drenaje, o agua potable; las hemos mejorado. Creamos escuelas en áreas donde no llegaba la educación pública; hemos formado clínicas y hospitales donde la salud moderna, la medicina moderna, era totalmente desconocida, como en la Sierra Negra y la Sierra Norte de Puebla; como en la Sierra Tarahumara de Chihuahua. Hemos trabajado mucho con la juventud en materia de deporte, de cultura y hemos formado grupos por todo el país que realizan sus actividades artísticas gratuitamente en el seno de las masas desprotegidas.
Todo esto ha creado una cierta conciencia, un cierto desarrollo de la gente en el terreno mental, en su educación social y política, que es el segundo tipo de éxito, el segundo frente donde nosotros tenemos que contabilizar nuestros aciertos. Lo que hemos logrado hacer en el terreno material, en el terreno del bienestar social, no puede ni debe quedarse solo en eso. Desde el punto de vista de Antorcha, tiene que ser entendido, asimilado, valorado, racionalizado para que la gente misma lo considere; primero, que es posible una vida mejor; segundo, que esa vida mejor no va a llegar gratuitamente si ellos no se organizan y no luchan, si no trabajan por ese bienestar. También necesitamos lograr que la gente no solo piense en sus problemas, no solo piense en sus colonias, o no solo en sus pueblos y en sus ejidos, sino que empiece a preocuparse por la pobreza que hay en todo el país y que se sienta que el deber de todos los antorchistas, donde quiera que vivamos, es unirnos en un gran frente nacional contra la pobreza y a favor de los que menos tienen; en este terreno, también creemos que hemos dado un buen avance.
Finalmente, a través del apoyo, de las posibilidades que hemos tenido de registrar nuestras candidaturas a nombre del partido político que hasta ahora había sido el hegemónico en el país, el PRI, también logramos llevar al gobierno municipal, a los congresos de algunos estados como Veracruz, Puebla, SLP, Michoacán, y al Congreso de la Unión, algunos diputados antorchistas que desde ahí –y mientras fue permisible la discusión del Presupuesto de Egresos de la Federación– lograron bajar recursos para las obras de la gente. Esto es muy importante no solamente por la ayuda que recibieron en esos tiempos y por esa vía –pues fue sustancial, fue claramente superior a la que vamos logrando con una lucha de hormiga al nivel del suelo–, la gente también ha tenido la oportunidad de comprobar que cuando se organiza para llevar a cargos de responsabilidad política y social, de elección popular, a gente realmente identificada con sus intereses, las cosas resultan mucho mejor que como que ocurre tradicionalmente con todos los demás partidos y políticos que llegan a estos niveles de poder.
Entonces, tres frentes: el bienestar material de la gente, su politización, concientización como miembros de un grupo social muy grande que pertenece a los pobres, a los marginados del país para formar un frente de lucha en favor de todos ellos y, finalmente, la educación, el convencimiento –que tampoco es fácil de lograr– de que vale la pena pelear a través de un partido político para colocar en los cargos de responsabilidad política, económica y social a gente identificada con el pueblo.
En estas condiciones, mi balance a 45 años del MAN es positivo. Creo que el salto es positivo; no quiero ser optimista, triunfalista, reconozco lo limitado de todo esto; pero es una realidad que siempre hemos dicho y que podemos probar tanto como lo que decimos, publicamos, escribimos, como en lo que hacemos en el terreno de la práctica.
¿En qué basa Antorcha su fortaleza para que en estos años no haya desaparecido ni perdido el rumbo, como lo han perdido otras organizaciones partidistas y sociales?
Creo que la lucha social de las masas, como lo muestra la historia universal y la de México, demuestra que la fortaleza de cualquier organización realmente de carácter popular tiene dos factores esenciales infaltables: primero, que la gente finalmente venza su temor, su resistencia –que son una realidad y una realidad difícil de vencer– venza su temor, su miedo, su timidez quizás, la falta de confianza en sí misma, para organizarse y tomar en sus manos la lucha por la mejoría de su propia suerte.
Esto no es fácil. Cuando llegamos por primera vez a comunidades muy marginadas en las que no hay ni salud ni educación ni nada, prácticamente ni televisión, notamos claramente como la gente nos tiene miedo. Si a eso le agregamos la propaganda negra que de por sí se hace contra Antorcha, mucha gente incluso está totalmente cerrada, nos rechaza y no porque le hayamos hecho algo malo, sino porque tiene prejuicio y temor; no tiene claridad de si se va a meter en un laberinto peligroso para ella al organizarse con Antorcha. Entonces hay que comenzar desde ahí a vencer esa resistencia, poco a poco, con explicaciones lentas, precisas, verdaderas, convincentes para que la gente vaya perdiendo el miedo.
Y luego, poco a poco, con hechos, con resultados, irla convenciendo de que lo que le decimos es cierto. Las masas deben entender que ellas son las que tienen que levantarse a pelear por su bienestar, pero que eso no lo pueden hacer voluntaristamente y cada quien por su lado; que es necesario organizarse y unirse. La organización, la fuerza organizada, el número de las masas organizadas –porque las masas si solo valieran por su número ya hubieran ganado desde hace tiempo el poder político– tiene que cobrar conciencia de sí mismo y tiene que actuar con una masa que sepa cómo hacer efectivo su número, cómo convertir su número en una verdadera fuerza política. La salida es clara pero no para la masa, porque la han maleducado y le han sembrado pavor incluso si entrara ella directamente a la lucha. Pero cuando esto se logra este factor es muy importante; sin este factor, sin el convencimiento de la masa, sin la aceptación de la masa y sin que ese convencimiento lo convierta en acción, que es organizarse, la masa no tiene futuro, su lucha no tiene futuro.
El otro factor es que la masa debe tener una teoría política, una visión de país, un proyecto de su estado, su distrito o su comunidad. Hay que armar a la masa de una visión política local y nacional; se le debe explicar lo que es el país, qué significa pertenecer a una unidad política mayor como México; qué significa la riqueza nacional para ellos como comunidad doliente, como comunidad empobrecida; explicar por qué la riqueza del país no llega a sus hogares, qué es lo que está pasando y cómo tiene que hacerle para que, finalmente, la riqueza que hay en México y la que creamos con nuestras manos, sea para todos los mexicanos. Esto hay que explicárselo.
La masa, entonces, necesita fuerza, la fuerza organizada de su número, y tener una bandera política, una visión política científicamente sustentada en la realidad nacional y en las posibilidades que como país tenemos. Cuando esto se logra, cuando se unen, cuando hacen una sinergia verdadera el número de las masas y su conciencia política, su claridad política sobre lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo y a dónde se quiere llegar; entonces la masa tiene una cohesión, tiene un valor y una confianza en sí misma que la hace prácticamente invulnerable a los ataques, a los fracasos y también a la corrupción y a la compra de conciencias, al pleito interno por cargos de poder. Hay que vacunar a la masa y hay que vacunar en particular a lo líderes.
¿Cuál es la vacuna contra la corrupción y la traición de los líderes?
Haciéndoles ver que nosotros, como individuos, no somos los merecedores de todo, no somos los que tenemos que convertirnos en capataces y en explotadores de la pobreza de las masas, sino que somos parte de esa masa; nos tenemos que identificar a fondo con la masa, sentir sus necesidades y convertirnos en verdaderos abanderados de esas necesidades. Y eso es lo único que puede vacunar contra la ambición personal, la corrupción, el deseo de acumular riquezas, etc. Antorcha lo ha hecho. Hemos tenido, desde luego, problemas, tropiezos, fracasos, pero en lo fundamental hemos mantenido nuestra unidad, nuestro crecimiento y nos hemos mantenido, diría yo que en lo fundamental, a salvo de pleitos internos provocados por la ambición personal o por la falta de convicción política. Todo esto lo hemos detectado y erradicado, lo hemos combatido y entonces la unidad de nuestra organización es una unidad relativamente sana y relativamente saludable. Subrayo, relativamente, no absolutamente.
Usted habla de educar a las masas, concientizarlas, dotarlas de visión política ¿Eso buscaría el nuevo partido político?
Indudablemente. Esto es muy difícil de entenderlo y quizá de llevarlo a la práctica porque, quiérase que no, el poder es una realidad sobre el individuo que, si lo consigue y no está perfectamente seguro de lo que quiere y de por qué lo busca, para qué lo busca, y si no está lo suficientemente consciente de lo que debe hacer con el poder y de cuánta gente depende de lo que él hace, el poder marea al individuo. No lo digo porque sienta que solo los malos sufren esto, no, también los buenos lo sufren. Es que el poder es como lo dice mucha gente: el poder es una droga poderosa, que si el individuo no está vacunado contra ella, prevenido; si no tiene una conciencia profunda del deber, de la honestidad, de la congruencia, de la sinceridad y de la fidelidad a la causa que lo ha llevado al poder, pues no es muy difícil que se corrompa; no es muy difícil que ya estando arriba, se sienta superior, se sienta privilegiado en todos los aspectos, se sienta un hombre excepcional que tiene todo el derecho de mandar a los demás, de hacer con los demás lo que se le pegue la gana y de hacer con el poder todo lo que a su beneficio e interés convenga. Eso ha pasado muchas veces.
¿Eso pasa en el actual gobierno?
Claro; y también en el mundo. He leído textos, libros de algún pensador francés que escribe elogiando la traición como método de ganar el poder y de gobernar. Se vale prometerle a la masa, dice el señor, algo que se sabe que no se puede cumplir con tal de llegar al poder; llegando al poder, el político realista, el político sensato, el político que no quiere llevar a su país a aventuras ni a revoluciones o cambios desastrosos simplemente se olvida de lo que prometió y entonces gobierna de acuerdo con un realismo que le imponen las circunstancias. Ésta es la manera de razonar de los políticos en el sistema actual. Es decir, engañan a la gente a sabiendas de que la están engañando. Es su política consciente para ganar el poder a sabiendas de que ya en el poder no van a hacer lo que prometieron. Hay libros sobre esto, yo los he leído.
Pero Antorcha no está de acuerdo con eso. Creo que a la gente hay que hablarle siempre con la verdad. Esto implica no prometerle el paraíso en 24 horas, porque eso no lo puede hacer nadie. No prometerle que se le dará bienestar si se sienta a esperarlo en su casa. Hay que hacerle notar a la gente que una vez que llega al poder un gobernante hijo suyo, de sus entrañas, ahora tiene que trabajar más, producir más riqueza, porque la riqueza no se inventa, debe ser más colaborativo, menos ambiciosa, más solidariao con él, con sus vecinos, con sus hermanos, con su familia pequeña y con su gran familia nacional. Necesitamos inculcarle al pueblo que un gobierno popular no traerá carretadas de dinero fácil a los hogares. Simplemente hará que el pueblo trabaje y que trabaje más y que trabaje mejor, pero con la diferencia, con la única promesa de que el fruto de esa riqueza se repartirá equitativamente entre todos.
Hay muchos políticos, me refiero a gente de la izquierda, que le prometen al pueblo que le darán todo lo que espera y necesita si llegan al poder. Eso es una mentira ¿Qué pasa? Llegan al poder, el pueblo no está advertido de que ahora tiene que trabajar más y producir la riqueza antes de que se pueda repartir; y entonces el gobernante no puede cumplir sus promesas. La gente tampoco entiende por qué no les cumple y se empieza a producir el divorcio entre el gobernante y la gente. A lo mejor el gobernante tiene muy buenas intenciones, pero lo cierto es que él es el culpable porque ofreció lo que no podía cumplir.
¿Por ejemplo, decretar el fin del neoliberalismo? ¿Les está mintiendo a los mexicanos el presidente López Obrador?
Les está mintiendo a los mexicanos. No sé si con malicia o por falta de claridad, la duda cabe. Pero ahí hay un error. El político que llegue al poder en nombre del pueblo y representando al pueblo debe advertirle que él no creará el paraíso en 24 horas, que ni siquiera el éxito va a depender de él porque, ¿quién crea la riqueza? No nos engañemos. Siempre, desde que el hombre se decidió a crear la sociedad humana, para vivir o luchar mejor contra sus necesidades, contra sus carencias y a favor de una vida mejor, desde entonces se sabe que el progreso de los pueblos es obra de los pueblos mismos, que la riqueza de los pueblos es obra de los pueblos. Ningún superhombre creará la riqueza para luego dársela al pueblo; eso es una mentira. Por eso es necesario advertirle: un gobierno del pueblo no es un gobierno que vaya a traer la felicidad gratuita. Lo único que sí puede prometer y cumplir un gobernante emanado del pueblo es que va a organizarlo para trabajar más y mejor. Que va a eliminar a los grupos parásitos o los pondrá a trabajar. La eliminación de los grupos parásitos tiene doble efecto: se incorporan a producir riqueza que no producían antes y dejan de consumir recursos que antes consumían gratuitamente. Hay que eliminar a los grupos parásitos; pero hay que saber con exactitud cuáles son realmente parásitos, inservibles y cuáles, aunque están lejos de la producción, juegan un papel en la sociedad. No se puede agarrar parejo como se está haciendo ahora.
¿Qué recompensa recibirá un pueblo que ahora deberá trabajar más y mejor y producir más riqueza? La recompensa que debe esperar y que el gobernante le tiene que cumplir es que la riqueza generada se va a repartir equitativamente, que es lo que ahora no pasa; por eso se incrementa la pobreza. Esto, en efecto, es culpa del neoliberalismo. El neoliberalismo pone a trabajar a la gente y le exige largas jornadas de trabajo, un trabajo intensivo, aumentado por la velocidad de las máquinas, poniéndoles pañales a los trabajadores para que no pierdan tiempo en ir al baño, acercándoles toda la materia prima para que no pierdan ni un minuto en el proceso productivo, y con salarios de hambre.
A pesar de eso, los mexicanos, que son de los obreros que trabajan más tiempo en el mundo y que reciben de los salarios más bajos del mundo, producen mucha riqueza. Si medimos la riqueza en términos de producto interno bruto, vamos en el lugar 14 o 15 del mundo; no somos de los últimos. Sin embargo, tenemos cerca de 100 millones de pobres en México. No es que no se produzca riqueza, el problema es que la riqueza se concentra, no se reparte equitativamente, y eso es lo que debe hacer un gobierno salido del pueblo: un reparto equitativo de una riqueza que no se regala al pueblo, es la riqueza que él mismo produce.
Ojo, no estoy hablando de la desaparición de la propiedad privada, ni de las ganancias legítimas del capital. Se puede impulsar a la iniciativa privada, respetarle todos sus derechos, darle todas las garantías para que trabaje, para que invierta y garantizarle una determinada cuota de ganancia. Y a pesar de eso, se puede mejorar el reparto de la riqueza a través de una política fiscal progresiva. Eso es lo que tiene que hacer un gobernante que realmente sepa lo que debe hacer.
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Escrito por Adamina Márquez Díaz
Directora editorial de buzos. Egresada de la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación por la UNAM.