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Es inédito que combatientes de una organización logren detener el fuego proveniente de una superpotencia militar global en su contra. Más aún, que dialogue con ellos y refrene a Israel: ése es el gran logro de los yemeníes hutíes Ansar Alá o Ansaralá, “Los que creen en Alá”, un hito histórico que alienta la resistencia antiimperialista mundial.
Por primera vez en la historia de la Humanidad, un actor no estatal proyecta tal asertividad en su estrategia de combate hasta que su adversario decida sentarse a la mesa de negociación y pacte un prometedor cese al fuego.
Los protagonistas son, de un lado, habitantes de las más apartadas montañas de Yemen, alzados por décadas contra el neocolonialismo y la injerencia extranjera. Del otro lado, el imperialismo y su ejército, el mejor armado del planeta, con el sionismo depredador que sofoca la autodeterminación palestina.
La propaganda imperialista muestra a Yemen como Estado fallido, con nómadas y montañeses sumidos en la pobreza. Así silencia el exitoso bloqueo de Ansaralá a navíos en el Mar Rojo para impedir el abasto al sionismo israelí, tras capturar sus barcos mientras permite el paso a navíos con mercancías hacia China y Rusia.
Esa estrategia lo situó entre los actores que dirimen el futuro del conflicto palestino-israelí y la seguridad en Medio Oriente. Y hoy los hutíes de Yemen, país con 527 mil 958 kilómetros cuadrados y 39.4 millones de habitantes –la mitad pobres– trastocaron la economía de Estados Unidos (EE. UU.), Israel, Europa y de otros países.
Esa campaña comenzó en 2023, tras la operación de exterminio de Israel sobre Gaza y el silencio del Occidente Ampliado. Ansaralá inició su estrategia de apoyo a Palestina; y con drones y misiles atacó objetivos israelíes, que interceptó en el espacio con su sistema Arrow; ésa fue la primera guerra espacial, sostienen estrategas militares.
Desde entonces, los modestos yemeníes generaron un conflicto geoeconómico de gran dimensión, al combinar ataques certeros a empresas navieras, energéticas, armamentistas, alimenticias y de otros sectores. En 17 meses hundieron docenas de buques transoceánicos en una novedosa forma de combate que desafía a las fuerzas armadas convencionales.
Luchar contra adversarios internos y foráneos no es ajeno para esos hutíes que desde el 2000 reivindican sus derechos. Hoy, esos milicianos controlan el amplio corredor entre el Canal de Suez y el Golfo de Adén hacia Bab al-Mandab, uno de los espacios más estratégicos y transitados del planeta (shoke points).
Por ello ganaron su lugar en la geopolítica regional y se sentaron a la mesa con enviados de Donald Trump. Desde el próspero sultanato de Omán, pactaron liberar el paso a embarcaciones estadounidenses a cambio de que los dos ejércitos más poderosos del planeta cesen el fuego sobre ellos.
Su relevancia política aumentó el 25 de mayo, luego de que el presidente estadounidense anunciara que no los atacaría más tras declarar que les había dado un golpe “duro”, pero mostraron gran capacidad de resistencia: “hasta se podría decir que hubo mucha valentía”, expresó satisfecho; y agregó que dieron su palabra de no volver a disparar contra sus barcos.
Según Helene Cooper, Trump parecía admirado por el grupo al que semanas antes había prometido “su total aniquilación”. Incómoda, la cúpula política estadounidense recordó que, en marzo, Trump aprobó bombardearlos y pidió resultados en 30 días.
En cambio, el cinco de mayo, el Comando Central (USCCOM) recibía la orden de pausar su ofensiva contra Ansaralá. La razón aludida fue que no daba resultados y era muy onerosa. En un mes, los hutíes derribaron dos aviones de combate F-18 del portaaviones Hary S. Truman, lo que significó a EE. UU. una pérdida de más de mil millones de dólares (mdd).
El comandante del USCCOM, general Michael Kurilla, propuso destruir las defensas aéreas hutíes y eliminar uno a uno a los líderes durante ocho o 10 meses. Ese plan, calcado del que Israel consumó contra Hezbolá, no entusiasmó a la Casa Blanca.
No gustó al vicepresidente J.D. Vance ni al Secretario de Estado Marco Rubio, ni a su homólogo de Defensa, Pete Hesset. Tampoco entusiasmó a la directora de Inteligencia Tulsi Gabbard, la Jefa de Estado Mayor, Susie Wales, ni al jefe del Estado Mayor Conjunto, Dan Kaine.
Por ello, el emisario especial de Trump para el diálogo con Irán aceptó la propuesta de Omán en torno a negociar con los hutíes. Atrás había un alto riesgo: agotar el arsenal estadounidense contra los hutíes y dañar su capacidad ante un eventual choque con China en Indo-Pacífico.
Según el pacto, EE. UU. y Ansaralá no se atacarán ni a sus buques. Los hutíes seguirán combatiendo a Israel, confirmó el jefe del Consejo Político Supremo Hutí, Mahdi al-Mashat a la televisora Al Masirah: “A todos los sionistas, de ahora en adelante, permanezcan en refugios o regresen a sus países de inmediato, pues su gobierno fallido ya no podrá defenderlos después de hoy”.
Queda por definir si Trump respetará ese pacto, cómo contendrá al rijoso sionista Benjamín Netanyahu con su violenta coalición de ultraderecha y si convencerá a Reino Unido de no ejecutar represalias contra Ansaralá.
Que esa milicia de montañeses resistiera años a la coalición de potencias regionales y externas y hoy desafíe al régimen sionista y a EE. UU., es toda una proeza político-militar, concluyen centros de análisis y servicios de inteligencia.
Ante el mundo, el movimiento hutí es un actor no estatal de creciente reputación, cuya importancia geopolítica se incrementa. El grupo evidenció la limitada visión occidental de la creciente resistencia del sur global contra los abusos neocoloniales.
Desde el 19 de noviembre de 2024, esos combatientes ejecutaron cientos de operaciones contra objetivos de Israel, que reaccionó cruzando más de dos mil 200 kilómetros para lanzar su “operación aérea a gran escala” (bombardeos a puertos y plantas de energía) contra Yemen y sus civiles.
La estrategia que se propuso Ansaralá es inédita: detener todo suministro al régimen sionista, en represalia por el genocidio en Gaza. Lanzó operaciones disuasivas (ataques con drones, barcos no tripulados y misiles hipersónicos) contra buques mercantes en el mar Rojo y el Arábigo que perturbaron la economía global.
La campaña de Ansaralá en el Golfo de Adén y el Mar Rojo generó otra forma innovadora de reacción política de los oprimidos: crear una perturbación económica global como reacción a los agravios de Israel que resulte difícil de contraatacar. Esa audaz estrategia resultó similar al Embargo Petrolero Árabe de 1973, cuyo objetivo fue infligir daños económicos a quienes apoyaron entonces la guerra sionista.
Yemen tiene a su alcance cientos de navíos que surcan sus costas por donde transita entre el 12 y 14 por ciento del comercio mundial, equivalente a más de un billón de dólares (bdd). Solamente un buque-tanque petrolero de 300 metros de longitud transporta un millón de barriles de crudo y lo operan entre 15 y 25 personas, según la firma marítima Lloyd’s List Intelligence.
Ansaralá puso en su mira embarcaciones occidentales con carga variada: armas, automóviles, equipos electrónicos, aparatos electrodomésticos, materiales de construcción, petróleo y sustancias químicas, como el buque MV Genco Picardy, que transportaba roca fosfórica y se incendió tras el impacto de un dron hutí.
El 24 de enero, la cancillería mexicana confirmó la liberación de dos marinos mexicanos de la tripulación del carguero Galaxy Leader, retenidos por militantes hutíes durante 14 meses, desde el 19 de noviembre de 2023.
Ante la estrategia de bloqueo y abordaje yemení, el capital corporativo debió buscar alternativas para evitar los cuantiosos daños económicos y decidió que sus embarcaciones recorran tres mil 500 millas náuticas adicionales (seis mil 500 kilómetros) para seguir la ruta de Cabo de Buena Esperanza, África.
Esto representa una logística adicional: 10 o 12 días mas de navegación, combustible extra (otro millón de litros), puertos alternativos, ajustes en el cronograma de entrega y equipos de telecomunicaciones ad hoc.
Son costos más elevados que las oficinas de relaciones públicas corporativas intentan borrar con mensajes como: “No es el fin del mundo”, “La cadena de suministro no está en peligro”, “Esto sólo tardará meses, no años”.
Ansaralá actúa contra el expansionismo de Israel en Medio Oriente, que se propuso destruir los puntos neurálgicos de sus rivales regionales. Inició por los más débiles: aniquilar a los palestinos en Gaza; siguió con el liderazgo de Hezbolá en Líbano y, junto a EE. UU. impuso una turba de “rebeldes” en Siria.
Los hutíes pertenecían a la segunda fase de su plan: se enfrentarían dos fuerzas desiguales: montañeses yemeníes presuntamente mal armados y sin estrategia militar, con las imbatibles Fuerzas de Defensa israelíes y estadounidenses.
Tel Aviv ideó agudizar la crisis para retornar al Mar Rojo y sus estratégicas islas, que perdió en 1973. Ahora atrajo a las monarquías árabes para balcanizar Medio Oriente; sin embargo, la pertinaz resistencia de Ansaralá neutraliza sus avances.
Es lo que analistas como Janathan Sayeh denomina “Guerra asimétrica por diseño”; y, aunque entre esos actores ha habido roces, la visión de Tel Aviv y Washington fracasó. Hoy, la superpotencia militar ofrece una explicación sorpresiva: es muy costoso combatir a Ansaralá.
Los proyectiles hutíes son relativamente baratos y se fabrican con partes de países amigos; interceptarlos cuesta millones de dólares en sofisticados sistemas antibalísticos. Ello obliga a EE. UU. y sus aliados a responder con un altísimo costo, al que Trump ya no pretende responder, admiten estrategas hebreos a Haaretz y The New York Times.
Un misil hutí de 20 mil dólares puede derribar a un sofisticado dron Reaper de más de 30 mdd. Así, los modestos combatientes yemeníes, con sus más de 800 ataques a navíos de empresas estadounidenses, de Reino Unido, Francia e Israel, aumentaron la presión militar sobre unos corredores marítimos fundamentales en el planeta y, además, humillaron al capitalismo occidental.
La estrategia yemení no se propuso derrotar militarmente al enemigo sionista, sino impedir que acceda a los recursos que le permiten vivir y a sus aliados occidentales; con ello, revirtió a su favor la Guerra Asimétrica por Diseño contra el imperialismo.
No es necesario causar muchas bajas, únicamente lograr que el adversario pierda dinero. Para ello, usan favorablemente la geografía y trastocan el comercio marítimo global. Ése es el ángulo geopolítico del conflicto que, además, obliga al mundo a buscar una solución urgente al incesante acoso sionista contra los palestinos.
Los estrategas del Pentágono, israelíes y europeos cambiaron su concepción de los hutíes; ya no los ven como ente político-religioso emergente en los años 1990, sino, por su eficiencia, como el actor regional a considerar.
Yemen, con un pie en Asia y otro en África, dio el café al mundo. Y aunque dista 14 mil 435 kilómetros con México, estableció relaciones en 1975 y ambos países han coincidido en foros internacionales.
Lo ocuparon portugueses, británicos, egipcios y sauditas. Tras la unificación de la República Árabe de Yemen con la República Democrática Popular del Yemen, el país más pobre de Medio Oriente vivió 49 años de democracia. A inicios del año 2000, la marginada comunidad chií, seguidora del pensador anti-hegemónico Hussein al-Hutí, protestó contra el gobierno de Alí Abdullah Saleh.
Esos “hijos de las montañas” y del Desierto de Rub l Jali, con más arena en el mundo, reclamaron sus derechos con armas y ello detonó una guerra civil. En 2004, la situación se enrareció con el asesinato de al-Hutí y sus adeptos (los hutíes) tomaron el control de la frontera con Arabia Saudita.
En 2010, el conflicto se “enfrió”; México abrió un consulado honorario en Sanáa y una delegación yemení asistió a Cancún a la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático. Con la “Primavera Árabe” de 2011, Saleh debió salir y llegó un gobierno de transición aceptado por los hutíes. Ante la rampante corrupción, en 2014, ellos volvieron a la lucha, tomaron Sanáa, la capital y Adén, el mayor puerto.
Para Arabia Saudita era inaceptable el ascenso de Ansaralá y la combatió con una coalición de ocho países, apoyados por EE. UU., Reino Unido y Francia. Durante ese caos, el Estado Islámico perpetró ataques y el conflicto escaló. La pobreza alcanzó a 22.5 millones de personas por el bloqueo aéreo, terrestre y marítimo de la coalición árabe y complicó la crisis humanitaria con seis mil 800 muertos, 11 mil heridos y la epidemia de cólera.
En 2015, ante la grave situación, México contribuyó con 225 mil dólares. Entre 2017 y 2018, la crisis empeoró y el movimiento Ansaralá sumó adeptos hasta dominar gran parte del país. Mientras, el sionismo expandió su poder bajo la sombra de la primera presidencia de Donald Trump.
Las firmas españolas públicas Airbus y Navantia lucran con la masacre contra la población yemení porque suministran equipos a los aviones bombarderos contra los hutíes y fragatas para bloquear el abasto de alimentos. Mientras, el gobierno del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) aprobó ventas millonarias de armas para esa guerra, denunció el Centre Delás de Estudios Para la Paz en 2022.
Agencias estadounidenses, como la USAID y Share América intervienen en zonas lejanas contra los hutíes. Argumentaron capacitar a yemeníes para mejorar su vida cultivando café que, entre 2022 y 2024, se valoró en 3.8 mdd. Ese lucro se difunde como enseñanza para que las mujeres buceen sin tanques y extraigan el valioso molusco “ónice”, con el que se fabrica un incienso de gran demanda, cuyo medio kilo alcanza los 340 dólares. Los estadounidenses dan ropa y aletas a las mujeres para bucear más hondo; y ningún organismo humanitario denuncia tal explotación.
Por el contrario, el 19 de enero, el crepuscular gobierno de Joseph Biden designó a Ansaralá, Organización Terrorista Extranjera y Entidad Terrorista Global. Esa decisión conlleva sanciones, problemas legales y burocráticos, como vetar el suministro de trigo, arroz, azúcar y cárnicos contra el país que importa el 90 por ciento de alimentos, cuyo precio subirá hasta 400 por ciento debido a esa calificación.
La decisión de Biden representa “una sentencia de muerte para cientos de miles, si no millones”, opinó el director del Programa Mundial de Alimentos, Davi Beasley. Además, tal medida no conviene a EE. UU., pues Ansaralá se acercará más a Irán.
En todo caso, Ansaralá ascendió de potencia subnacional a potencia nacional, incluso regional, porque extendió su influencia afuera de Yemen tras fortalecer sus vínculos regionales, observa Ibrahim Jalal, del conservador Centro Carnegie.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.