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La promesa occidental de mas democracia y libertad no llegó a Alemania. A 79 años de la caída del sueño supremacista del Tercer Reich, y a 35 años de la reunificación del país, la competencia político-comercial que alentó Estados Unidos (EE. UU.) agudizó la crisis del país y su gobierno colapsó. Con Donald Trump en la Casa Blanca, la presión escalará.
Pese a ser aliados por décadas, las recientes diferencias entre Washington y Berlín han sido alentadas tanto por Donald Trump como por Joseph Biden. De ahí la condena al gasoducto Nord Stream 2 para llevar gas ruso a tierra alemana, el “insuficiente” gasto en la defensa europea y la presión a las chinas Huawei y ZTE para excluirlas de sus redes 5G.
Así, la poderosa Alemania cedía ante EE. UU. y ordenó retirarse a las firmas chinas, anunció un aumento en gasto de defensa superior a los 120 mil millones de dólares, dotó a Ucrania de armamento, respaldó las sanciones contra Rusia y adoptó una postura de apoyo a Israel en su ofensiva contra los palestinos.
Además de influir en la política militar-armamentista germana, donde instalará armas de largo alcance a partir de 2026, EE. UU. logró entrelazar ambas economías. Ya es primer socio comercial de Alemania, cuyas empresas son el tercer mayor empleador extranjero en aquel país, con 900 mil puestos de trabajo.
También penetró en Alemania la sinofobia estadounidense. Ante el temor de una invasión a Taiwán, Berlín refuerza su capacidad para producir chips y reducir la dependencia de la isla.
Lo que realmente trastoca la visión externa de los alemanes es la victoria electoral de Donald Trump, quien ve a Europa –y a Alemania en particular– como competidoras económicas; ello significaría menos cooperación, más aranceles e incluso una guerra comercial.
De ahí el interés de la cúpula germana por presentarse ante el magnate como socio útil en seguridad. Esa situación confirma que la Alemania contemporánea enfrenta un dilema geopolítico: moverse hacia Occidente (Weltpolitik) o hacia el este (Ostopolitik), representados por la Eurasia de Rusia y China.
En 1999, Alemania cambió su estatus político-militar cuando el socialdemócrata Gerhard Schröeder la introdujo en la ofensiva imperial de la OTAN en Kosovo. EE. UU. olvidó el antimilitarismo que le impuso en la posguerra, a cambio de borrar al poderoso marco alemán en favor del euro.
En ese contexto del fin de la Guerra Fría, Berlín y Moscú mantenían relaciones amistosas. En 2001, tras el 11-S, Vladimir Putin ofrecía a los legisladores del Reichstag, en impecable alemán, trabajar por el destino común de Europa y los invitaba a solidarizarse con Washington. Su público saltó de los asientos y lo aplaudió, sorprendido de que hablara su idioma a la perfección.
La Guerra Fría resurgió con Donald Trump presionando a Alemania en particular y a Europa en general, que atraía a Ucrania para remediar su marchita economía. En sus tres décadas como canciller, Angela Merkel defendió el modus vivendi con Rusia, aunque en 2014 se enfrió tras la escisión de Crimea.
El 27 de mayo de 2017, una desconfiada Merkel admitía: “los tiempos en que podíamos confiar completamente en otros van quedando atrás”, aunque aseguró que quería relaciones amistosas con EE. UU., el Reino Unido del Brexit e incluso con Rusia, con la que pactó el ducto Nord Stream 2, donde el gas ruso transitaría de Ucrania a Alemania y hacia otros países europeos.
El siete de noviembre cayó la alianza tripartita alemana, incapaz de mitigar los ruinosos efectos del neoliberalismo. Así fracasaba ese experimento de gobernabilidad alentado por la geopolítica de EE. UU. destinado a debilitar al “motor europeo” y ocupar su vacío político en la frágil Europa.
Hoy la recesión protagoniza el complejo escenario alemán y por segundo año declina el modelo capitalista productor que dio primacía al país en la posguerra. A ello se suman el auge de la derecha ultranacionalista, el populismo y el intento por resurgir del neoliberalismo.
La población no confía en su gobierno, le reprocha verse arrastrarda por la recesión y la inflación. Los sondeos reflejan esa preocupación social por el alto riesgo político-social, como el índice ZEW (de sentimiento económico en la Eurozona) al alza.
En esa vorágine geopolítica alemana, el anodino canciller Olaf Scholz muy poco aportó al bienestar de sus 83.4 millones de conciudadanos. Se alineó con Washington, desafió a Moscú, y se sintió “vocero” de 448 millones de habitantes de los 27 miembros de la Unión Europea (UE) al felicitar a Donald Trump.
Detrás de tan grotesca alineación estaba un contexto de crisis nacional escenificada por un despido inmediato, un divorcio anticipado y una recesión que no amaina. La coalición gubernamental colapsó, con efecto fulminante para Europa y en beneficio de EE. UU.; por lo que el canciller Olaf Scholz abandonó el Palacio Bellevue en Berlín.
Todo ocurrió el seis de noviembre, a 24 horas de la elección presidencial en EE. UU., Scholz, del Partido Socialdemócrata (SPD), destituía al ministro de Finanzas liberal, Christian Lindner líder del derechista Partido Democrático Libre (FDP) mientras los “verdes” buscaban mejor cobijo. “A él sólo le preocupa su clientela y la supervivencia de su propio partido” explicaba.
Lindner, dirigente del FDP y aliado minoritario en la coalición de gobierno, dio su versión: criticó al canciller por hacer propuestas “débiles” y “cortas de miras” ante los gravísimos retos del país para que remonte su situación. Aseguró: “Scholz no tiene la fuerza para que Alemania comience de nuevo”.
Eso significaba declarar una emergencia fiscal y liberar fondos extras para asignarlos al presupuesto. El liberal urgía por recursos para enfrentar la deuda sin sobrepasar el límite que exigen las leyes fundamentales del país.
Al filtrarse el plan a la prensa, lo llamó “el acta de divorcio de la coalición”. La presión estalló entre los tres partidos, no acordaron una estrategia viable y duradera para avanzar y se rompió la alianza.
Tres semanas después, y acosado por la derecha, Scholz veía postularse a su cargo al conservador Friedrich Metz. Con esa incertidumbre, el país deberá redefinir el rol del Estado, en tanto EE. UU. y el virtual presidente electo disfrutan ver rendida a la otrora poderosa Alemania.
Consciente de que el 16 de diciembre perderá la moción de confianza en el Parlamento (Buntestag), Scholz convocó a elecciones anticipadas para el 23 de febrero de 2025, con lo que la crisis se prolongará, según la cadena pública ARD.
Aun así, el canciller se tomó un tiempo para “advertir” al presidente de Rusia, Vladimir Putin, que el despliegue de tropas norcoreanas en Ucrania es una grave escalada del conflicto. Lo hizo en su primera charla telefónica en casi dos años, cuando debía añorar aquellos tiempos de buena relación con Moscú.
Quizá lo hizo para olvidar el incierto horizonte que enfrenta. En el corto plazo, él con su partido y los “verdes” formarán un gobierno de minoría y debe buscar acuerdos con otros partidos para convertir sus iniciativas en leyes.
No existe más la estabilidad política, apenas se dispone de dinero; ésa es la imagen de la antigua Locomotora alemana cuyos recortes a subvenciones atizan el malestar entre campesinos, médicos, transportistas, maestros, obreros y otros trabajadores.
El poder productivo del país detonó con la reunificación del 3 de octubre de 1990, se convirtió en el motor de la Europa comunitaria, aunque incumplió su promesa de libertad y bienestar a los 17 millones de crédulos pobladores de la oriental República Democrática de Alemania, los mal llamados ossies.
Absorbidos por la entonces República Federal de Alemania, que con mano de obra de inmigrantes y ossies se transformó en “La locomotora”, potencia industrial, innovadora tecnología e ingeniería de avanzada.
Las inversiones fluían a los cinco estados federados (Länder), pero los ossies sufrían el doble de desempleo y se los discriminaba en su territorio, antes gobernado por socialistas y ahora por la ultraderecha que defiende el capitalismo de mercado.
Alemania se convirtió en potencia exportadora, casi la mitad de su Producto Interno Bruto (PIB) se debía a sus exportaciones, lo que la catapultó hasta ser el país más rico de Europa. A la par, sus 80 millones de habitantes la convirtieron en el país más poblado de la Unión Europea y un mercado fuerte que atrajo más a EE. UU., aunque no tanto a las corporaciones del imperio.
Lo notable es que el poderío exportador alemán se sustenta en una industria especializada –con tecnología y maquinaria muy apreciadas en el mundo–; al adoptar el euro, ese potencial detonó porque el país abarató los costes de su comercio en la Eurozona.
La industria alemana operó con energía rusa. Hace 10 años, Alemania recibía de Rusia el 46 por ciento del gas y 37 por ciento de petróleo y también de ahí obtenía el cobre y otras materias primas clave para su industria. Pese a ello, en 2014 impuso sanciones al Kremlin, y frenó en 0.3 por ciento su crecimiento, según la revista Stern.
Entonces, la agencia Forbes advirtió que prohibir las importaciones de hidrocarburos, congelar activos financieros y bienes intermedios rusos era “el peor escenario para la economía alemana” debido a la fuerte vinculación Berlín-Moscú.
En 2021 concluyó la gestión de Merkel y la reemplazó el exministro de Economía, Olaf Scholz con un gobierno de coalición. La economía empeoró por las secuelas de la pandemia de Covid-19 y un año después, con la “guerra proxy” de Occidente y la OTAN con Rusia en Ucrania.
En 2022, Alemania se plegó a EE. UU. para vetar el gas ruso; esa sumisión le costó muy caro. Recurrió al carbón para suplir la demanda de energía y destinó 15 mil 800 millones de dólares para reactivar sus plantas de ese combustible. Y en junio de 2023, la estatal Seurign Energy for Europe pagó altas cifras por importar de EE. UU. 2.25 millones de toneladas de gas licuado.
Los trabajadores pagaron con su precariedad el alto costo de la energía, por lo que este 2024 aumentaron las huelgas, paros y manifestaciones en aeropuertos, ferrocarriles y poderosos sectores metalúrgico y automotriz contra el giro neoliberal.
El tres de septiembre, DW publicó en portada: Alemanes rompen marca histórica de horas trabajadas. Nunca antes en el país se había trabajado de forma tan intensiva en un marco excesivamente recesivo, explicaban los expertos.
En ese contexto, ferrocarrileros y más de cinco mil tractores paralizaban al país en demanda de aumento salarial y recortes de horario. Más tarde, en Hamburgo y Baviera, unos 3.8 millones de trabajadores de BMW, la icónica Volkswagen y otras empresas exigían aumentos y prestaciones perdidas.
Tras largas negociaciones, el 15 de noviembre, 3.8 millones de trabajadores automotrices pactaban un incremento salarial del 5.5 por ciento hasta 2026 y prestaciones (días de descanso o mayor sueldo si tienen niños menores de 12 años).
Persisten otros problemas. El sistema de salud “está en crisis” repite hace meses el ministro del sector, Karl Lauterbach y para evitar el descalabro propuso contener el gasto, lo que significa cerrar parte de los mil 900 centros sanitarios, mejorar la atención y “administrar” las emergencias.
La relación Berlín-Washington cuesta cada vez mas a los alemanes, que con temor recibieron la noticia del triunfo de Donald Trump. No pocos de ellos recuerdan la mejor vida que gozaron con el abierto mercado chino y el barato combustible ruso.
Para mantener la marcha de la industria, ese país necesita recursos. En lo que geopolitólogos llamaron “el despertar de Alemania” en febrero de 2023, el canciller Scholz participaba en la carrera por recursos estratégicos al visitar Argentina, Brasil y Chile. Urgido por reposicionar mundialmente a su país, Scholz buscó socios en Asia, América del Sur y África (sorprende que no lo hiciera en México) para negociar la obtención del litio que requiere para alimentar su transición energética.
Para evitar que las poderosas firmas alemanas trasladen su producción a otros continentes, el socialdemócrata proyecta una política industrial que acelere la transformación hacia energías renovables (amoniaco verde sin emisiones de carbono), que aún no se concretan.
Así, Berlín pretende eludir a Moscú y Beijing, que dominan el nuevo orden mundial en el campo energético, pero defendiendo a su industria.
El seis de junio de 2023 pasó a la historia como el retorno del radicalismo político alemán. Ese día, la extrema derecha representada por el partido Alternativa por Alemania (AfD) ganaba la elección en el Landkreis (uno de los 294 municipios o distritos) en la comarca de Sonneberg, estado de Turingia.
Ese triunfo se explica por el fracaso en igualar las condiciones entre el este y el oeste del país, lo que abrió el camino al populismo. El gobierno de coalición no se posicionó como proyecto alternativo por la inflación en tanto que el AfD avanzó y, desde su creación, en 2013, ya disputa el segundo lugar a nivel federal y lidera en el este alemán.
En Turingia, enclave tecnológico-automotriz, el AfD ganó más que una elección comunal y ahí ganó Robert Sesselman. Ahí capitalizó su estrategia el jefe del partido, Tino Chrupalla pues la población gana hasta 12 mil 800 dólares menos que en el oeste, según el Banco Central y años próximos perderá más trabajadores calificados que el oeste. Ahí y en Sajonia influye el miedo al descenso social, a los inmigrantes y se normaliza la derecha.
Entre enero y junio de 2024, la inversión alemana alcanzó los cuatro mil 167 mdd; aunque geográficamente se sitúa en: Puebla, San Luis Potosí, Jalisco y Querétaro, entre otros; abarca todos los sectores; científico, tecnológico, ambiental, educativo; aunque la más representativa es del sector automotriz.
Según la Fundación Friedrich Naumann, cercana al partido FDP, el Gobierno que inicia en México ofrece expectativas prometedoras en energías renovables. La transición energética mexicana coincide con la de los “verdes” alemanes, y para las inversiones es un buen signo la designación de la exministra en Relaciones Exteriores, como ministra de Medio Ambiente señaló Florian Huber, de la Fundación Heinrich Böll.
Entre las firmas germanas más asentadas, que anuncian expansión y nuevas inversiones en México, figuran: Volskwagen Bosch, que produce desde productos para el hogar, autos y negocios; BMW, cuya inversión crece y produce más de 150 mil unidades; Continental, que produce llantas, así como Daimler y Siemens, entre otros.
El turismo alemán a México sumó 271 mil 49 visitantes en 2023, con lo que es el noveno país en el ramo.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.