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La Gran Muralla China es la mayor obra de ingeniería militar que se haya construido; fortificación de ocho mil 851 kilómetros de longitud, iniciada con la dinastía Qin, hacia el 221 a. C., conectando tramos dispersos ya existentes. Construida en etapas hasta el Siglo XVI, con la dinastía Ming, protegió al Reino del Medio contra las invasiones de los bárbaros del norte, los Xiongnu. Pues bien, en nuestros días, los modernos bárbaros del norte, la clase gobernante de Estados Unidos (EE. UU.) y Europa, construyen afanosamente otra muralla, pero ésta es política, económica (basada en sanciones y bloqueos), militar (erizando el planeta con bases de misiles, la guerra de Ucrania y provocaciones en Taiwán), mediática (la desinformación); mas esta moderna muralla no es para proteger a China, sino para asediarla, someterla y frenar su influencia global como contrapeso a la hegemonía norteamericana.
Amenazante, “La portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, ha asegurado que China será vigilada ‘muy de cerca’ por EE. UU. y otros países vecinos, ante la visita del presidente chino, Xi Jinping, a Moscú, donde se ha reunido con su homólogo ruso, Vladimir Putin, para expresar su apoyo y reforzar las relaciones entre ambos países” (Europa Press, 21 de marzo). Jens Stoltenberg, director de la OTAN, advirtió que todo apoyo militar a Rusia: “Sería apoyar una guerra ilegal, prolongar la guerra y apoyar la invasión ilegal de Ucrania. Es algo que China no debería hacer”. De lo contrario, estaría “… desafiando nuestros intereses, nuestra seguridad y nuestros valores” (Le Monde, 21 de marzo). Europa también ha venido “advirtiendo” a China contra todo posible apoyo a Rusia en Ucrania. Es la Europa ocupada, colonizada, obediente al imperio; no es coincidencia que ayer fue inaugurada en Polonia una nueva base militar norteamericana (ya había siete en territorio europeo), que albergará diez mil soldados, el doble del año pasado. Y por Polonia, precisamente, pasa el apoyo con material militar a Ucrania. Así se sigue cercando a Rusia, aunque el objetivo final sea China. Y, en demencial soberbia, la Corte Penal Internacional emitió una “orden de arresto” contra el presidente ruso.
En lo económico, Europa se subordina hasta la ignominia a EE. UU. Renunció a comprar gas ruso (40 por ciento más barato que el gas licuado norteamericano), afectando las economías familiares y detonando una inflación sin precedente en cuatro décadas que deriva en recesión (Alemania entrará en recesión este trimestre), y propicia la quiebra de bancos en EE. UU. y Suiza... hasta hoy. Para impedir que el gas ruso llegue, y compita con el norteamericano, el 26 de septiembre, EE. UU. (junto con Noruega) destruyó con explosivos el North Stream 2. De ello ofreció evidencia el respetado periodista norteamericano Seymour Hersh (Premio Pulitzer 1970). La nueva muralla contra China, y contra Rusia, su gran aliado, obra más bien de desesperación e impotencia, ha resultado ineficaz. Encuentra respuesta unificada.
Luego de la “orden de arresto” contra Vladimir Putin, y como digna y enérgica respuesta, en claro respaldo al presidente ruso, el presidente Xi Jinping visitó Moscú este 20 de marzo. Es la entrevista número 40 entre ambos líderes, y la primera de Xi después de su reciente reelección como presidente de China. Se afianza así la “alianza estratégica integral”, y la “amistad sin límites”, entre ambos pueblos. En la víspera de la visita, Vladimir Putin publicó en El Diario del Pueblo: “La calidad de las relaciones entre Moscú y Pekín es superior a las de uniones políticas y militares de tiempos de la Guerra Fría (…) nuestra cooperación estratégica se ha hecho exhaustiva. Las relaciones chinas son la piedra angular el día de hoy de la estabilidad regional y global. Estimulan el crecimiento económico y sirven de garantía a una agenda positiva en los asuntos internacionales” (Le Monde).
Así lo muestran importantes estructuras como el BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái. Y como declararon los líderes, entre ambas naciones existe una relación que: “va mucho más allá del simple ámbito bilateral, sino que es crucial para el mundo y el futuro de la humanidad”. Xi Jinping dijo: “Los dos países deben apoyarse mutuamente sobre las cuestiones que afectan los intereses vitales de parte de una parte y de otra y combatir conjuntamente las injerencias de fuerzas exteriores en sus asuntos internos” (Le Monde, 22 de marzo). Ambas naciones se necesitan recíprocamente, pues enfrentan una y la misma amenaza: la agresividad imperialista.
Y lo hacen. Económicamente, Rusia recibe gran apoyo de China en la compra de gas: a través del gasoducto Fuerza de Siberia, Rusia envía volúmenes que se acercan a la cantidad que anualmente vendía a Europa. Para 2025, las exportaciones por este gasoducto serán 2.5 veces mayores (Gazprom), y se construirá uno nuevo (Fuerza de Siberia 2), con capacidad para 50 mil millones de metros cúbicos anuales, cantidad semejante a la que llevaba el North Stream a Europa (55 mil millones) (Le Monde, 21 de marzo). En enero, Rusia se convirtió en primer proveedor de crudo a China (en 2022 ocupaba el segundo sitio, después de Arabia Saudita). En general, el presidente Putin declaró que el intercambio comercial bilateral se ha más que duplicado en la última década: de 87 mil millones de dólares a 185 mil millones. Entre otros rubros destacados, China vende semiconductores a Rusia, y le compra tecnología nuclear.
Pero más allá de esta relación, la influencia global de China crece. En Medio Oriente, el 10 de marzo, representantes de Irán y de Arabia Saudita firmaron en Beijing, bajo los auspicios de China, la reanudación de sus relaciones diplomáticas, rotas hace siete años. Wang Yi, ministro de Exteriores chino presidió la ceremonia. El reacercamiento de ambas potencias regionales posiciona a China como influyente actor en la geopolítica de Medio Oriente. Este logro diplomático podría, al menos, reducir las tensiones entre sunitas y chiitas, y, en una trascendencia de mayor alcance, propiciar la solución de añejos conflictos como los de Siria, Irak, Líbano y Yemen.
Arabia Saudita viene alejándose de EE. UU., su tradicional (e incondicional) aliado desde los años setenta, alianza cementada por el petróleo, el ejército americano y el dólar, pero que hoy se debilita. El pasado julio, Joe Biden visitó el país para solicitar que aumentara su producción de crudo para abatir los precios. La respuesta del príncipe saudí fue negativa; en cambio, sí firmó acuerdos petroleros con Rusia. Cinco meses después, Xi Jinping visitó Saudiarabia; fue recibido con los máximos honores, y se firmaron ahí más de cien acuerdos de colaboración en diversos ámbitos (incluido el sector defensa); el evento propició también un acercamiento con los emiratos del Golfo Pérsico. En Europa, Serbia afianza cada vez más sus lazos con China, e igual hace Hungría, donde empezará a operar el año próximo un gran campus de la famosa Universidad china de Fudan.
En África, “La apuesta de China por el desarrollo de infraestructuras la ha convertido en su principal prestamista y acreedor de la región, ganando, además, voluntades gubernamentales. China es hoy en día el principal socio comercial de África (…) China actúa en África desde una visión a largo plazo cuyo objetivo es favorecer el crecimiento de la región” (Atalayar, 22 de diciembre de 2022, Gravity Center GATE Index África). Según la UNCTAD (16 de junio de 2020), hasta 2018: “El stock de inversión de los Estados Unidos y Francia en África disminuyó un 15% y un 5%, respectivamente, debido a la repatriación de beneficios y la desinversión. Mientras tanto, el stock de inversión del Reino Unido y China aumentó en un 10% cada uno”. Tiempo después, en el Informe Sobre las Inversiones del Mundo (UNCTAD 2022), en su apartado Entradas de la IED de las 20 principales economías receptoras, 2020 y 2021 (en miles de millones de dólares), en 2021, EE. UU. invirtió 367; China 181, y sumando Hong Kong (141), totaliza 322 mil millones. Casi un empate. En Latinoamérica –datos del Centro de Estudios China-México, UNAM–, en 2012 la inversión de China era de 21 mil 761 millones de dólares; en diez años llega a 171 mil millones. Se multiplicó por siete.
Por lo antes expuesto, existen fundamentos sólidos para concluir que la muralla contra China se desmorona; no resiste el avance mundial del coloso asiático. Ni armas, amenazas, ni castigos económicos han sido suficientes. Frenar a China ha resultado un vano intento.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.