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La democracia, una de las formas de implantar la autocracia
Para que la verdadera democracia pueda existir se necesita, entre otros factores y, por encima de todo, que el pueblo, el más desvalido, se organice, se una, se constituya en un ente indisoluble práctica e ideológicamente.
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Según los pensadores griegos y romanos, en la época antigua, la democracia es el poder del pueblo, y por lo tanto es la forma de gobierno suprema. Ya en la Antigua Grecia, los ciudadanos (no incluidos las mujeres ni los esclavos) se reunían en el ágora y ahí se tomaban las decisiones más importantes de las ciudades Estados, no las tomaba un gobernante o sátrapa, sino los ciudadanos reunidos. Los creadores del Estado moderno, los franceses Montesquieu y Rousseau, Siglos XVII y XVIII, cuando crearon los tres poderes y el Estado liberal, anunciaron a la democracia como el mejor sistema para gobernar, mediante la decisión de todos los ciudadanos sin ninguna distinción. Hoy casi todos los países del mundo practican la democracia de algún modo, casi todas las naciones, eligen a sus gobernantes democráticamente, ganan las mayorías, pierden las minorías, de esta manera se preserva el poder del pueblo.

Sin embargo, la historia ha demostrado que las minorías, a pesar de la democracia, han sabido mantener el poder mediante una serie de mecanismos de todo tipo, la ideología dominante ha podido manejar las leyes establecidas, para que al ciudadano común y corriente crea que vive en una sociedad donde sus derechos, sus intereses, sus demandas, están garantizados por la democracia, aunque ésta nunca le resuelva sus peticiones. Los mecanismos que utilizan los privilegiados, que son minoritarios del régimen, para poder mantener su hegemonía son muchos y muy variados, desde el sistema de partidos políticos, cuyo registro se reserva a las autoridades electorales y cuyo objetivo es el control eficaz de quienes participan en las elecciones, hasta la intervención en los procesos electorales que garantice el dominio absoluto del asunto, sin contar con una serie de artilugios ya conocidos y practicados por la burocracia electoral, como la famosa compra de votos mediante promesas, compromisos contraídos, o la simple prevaricación de las necesidades más sentidas de la población más desvalida, sin dejar de contar con las trampas en las urnas como la alteración de las listas de electores, los llamados carruseles, las urnas embarazadas, el doble conteo de boletas, etc.

Pero sin duda lo que más le ha permitido afirmar la autocracia de la minoría es que una vez que se ha electo a una autoridad, cualquiera que sea su nivel o su importancia, nada ni nadie puede rechazar su autoridad sin que reciba su merecido, es decir, se convierte mágicamente en un autócrata, y en su gestión nadie puede objetar sus decisiones aunque sea la mayoría de sus electores los que le reclamen; la misma ley señala casos de revocación de mandato, petición que debe pasar por los congresos, es decir por los órganos legislativos que son los encargados de nunca resolver las peticiones de anulación de poder, así la democracia se ha convertido en autocracia, pues las decisiones las toma no la mayoría, como en la democracia griega, sino una plutocracia si bien nos va, pero casi siempre es un individuo llámese presidente de comunidad, municipal o gobernador.

Por todo lo anterior, no es extraño que un buen número de autoridades que en estos meses abandonan sus puestos, ya sea presidentes de comunidad, municipales, o el mismo gobernador, tengan las opiniones de la mayoría en su contra, ya sea por que no satisfizo las expectativas, no cumplió sus promesas de campaña, no realizó la obra pública que debería realizar; tampoco son pocos los que acaban su administración con problemas en sus llamadas cuentas públicas, amén de los que son perdonados por lealtad política; otros no menos con graves problemas en sus ayuntamientos y otros más repudiados por la ciudadanía en forma violenta, el saldo político es negativo; el pueblo siempre espera que el que venga no haga las cosas así, pero se volverá a equivocar.

Para que la verdadera democracia pueda existir se necesita, en nuestras condiciones de desigualdad social, que cada clase social tenga un partido que los represente realmente, que los candidatos sean los mejores hombres, no los más poderosos o sus hijos, que se eliminen las onerosas campañas, que se eliminen de una vez y para siempre las trampas y las tranzas que hasta ahora se utilizan, que exista con toda claridad y facilidad la revocación de mandato de los gobernantes, cualquiera que sea su rango, pero sobre todo que el pueblo, el más desvalido, se organice, se una, se constituya en un ente indisoluble práctica e ideológicamente. Solo así se podrá eliminar la autocracia de las clases poderosas que no han podido llevar a la sociedad a la justicia, a la igualdad social, a la paz y tranquilidad, a la libertad, al progreso de todos, y a la democracia, por el contrario, estamos ya viviendo como algunos pensadores sociales la describen, como una sociedad salvaje en peligro de extinción.


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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