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Ricardo Flores Magón ha sido una de las figuras más significativas en la historia del movimiento obrero de nuestro país; pero, al mismo tiempo (y quizás por eso), uno de los prohombres de la Revolución Mexicana más ocultos, generalmente opacado por la figura de Francisco Villa, Emiliano Zapata y Francisco I. Madero. A pesar de la importancia de su papel político en la lucha por la autonomía del sector obrero y la consecución de un poder popular, la historiografía oficial lo ha relegado a la categoría de segunda fila como “precursor” de la Revolución Mexicana, velando de esta forma la legitimidad de su lucha.
El movimiento obrero con tintes anarquistas iniciado en el norte del país tiene sus matices; y la figura de Flores Magón es uno de sus distintivos. Esto nos permite analizarlo en el amplio abanico de individualidades y fuerzas políticas que emergieron durante los últimos años de la dictadura de Porfirio Díaz y a partir del advenimiento del conflicto armado en 1910. Entre las distintas corrientes inconformes que se agruparon contra el gobierno porfirista destacó la fuerza política emergida de los cinturones industriales, el estamento social más importante como clase revolucionaria en el conflicto armado.
Desde una posición subversiva y contestataria, el anarquismo mexicano –liderado por los hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón, Antonio de Pío Araujo, Rosa Méndez y Tomás Labrada, entre otros personajes– coincidió con las actividades políticas del Partido Liberal Mexicano (PLM), corriente heredera de los clubes liberales de San Luis Potosí, propuestos por Ponciano Arriaga inicialmente y materializados por Camilo Arriaga, cuyo principal objetivo de lucha era el antireeleccionismo y el respeto del Estado hacia las libertades políticas.
Fue así como el anarcosindicalismo mexicano y algunos representantes del liberalismo promaderista, como Juan Sarabia y Antonio I. Villarreal, integraron la Junta Organizadora del PLM; y en 1906 publicaron un programa en el que esbozó un diagnóstico de la situación general del país luego de más de 20 años de gobiernos porfiristas y propuso, como solución a esos problemas, la necesidad de reformar al Estado mediante la apertura de las instituciones políticas a la participación ciudadana.
El programa del PLM estuvo guiado por una tendencia liberal en lo económico y nacionalista en lo político, con énfasis en las reformas a la educación, la milicia, la inmigración, el clero, el trabajo, el campesinado, la tierra, el crédito, la abolición de impuestos, la confiscación de bienes a los enriquecidos, los presidios, etc. En la redacción de este documento llama la atención el carácter reformista del programa del PLM; además considera la participación de los miembros más conspicuos del anarcosindicalismo mexicano.
Por ello surge la pregunta: ¿cómo conciliaron diferencias estas corrientes de pensamiento? La respuesta se halla en la correspondencia entre los hermanos Flores Magón. Ricardo aseguró que esta alianza fue simplemente una cuestión táctica: si desde el primer día se hubieran anunciado los intereses abolicionistas o ácratas del ala más radical del PLM, los planteamientos se hubieran tachado como incendiarios y desvanecido el interés por actuar juntos. En el PLM, decía Flores Magón: “hemos ido prendiendo en los cerebros ideas de odio contra la clase poseedora y la casta gobernante.”
Precisamente esta estrategia fue la que impulsó la participación política de los anarquistas, sin renunciar a sus principios fundacionales; al mismo tiempo, los mantuvo alerta frente a las propuestas reformistas del PLM; de las intenciones democrático-burguesas del carrancismo y de las propuestas agrarias de Villa y Zapata. José Revueltas recupera de ellas las demandas de emancipación de la clase obrera, su independencia ideológica, la conquista de su libertad política y, sobre todo, su libertad económica.
Una vez madurado el pensamiento del anarcosindicalismo mexicano este movimiento abjuró de su identificación con el liberalismo y denunció la falsedad de la sentencia de Juan Sarabia, quien decía que la población mexicana luchaba por la boleta electoral.
Los anarquistas sostuvieron que no, que la independencia económica de la clase obrera era el último eslabón para construir una sociedad más equitativa. En suma: en vez de la libertad política, a las clases más desfavorecidas, campesinos y obreros, solo se les concedería un mismo derecho, el de “reventar” de miseria. Era necesaria, por tanto, otra vía.
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Escrito por Aquiles Celis
Maestro en Historia por la UNAM. Especialista en movimientos estudiantiles y populares y en la historia del comunismo en el México contemporáneo.