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Educación para un nuevo modelo económico
Todo verdadero cambio educativo debe ser, pues, parte de una transformación general del modelo económico, que incluya, indefectiblemente, el combate a la pobreza. 
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Abordábamos anteriormente la necesidad del desarrollo tecnológico, y aunque obvio, debemos agregar que, para generar u operar tecnologías adoptadas precisamos mejorar la educación. Ésta responde al modelo económico: como factor superestructural prepara la fuerza laboral adecuada a las necesidades de la economía y transmite su ideología. Conque, cambiar el modelo económico exige cambiar el educativo, pero no veamos esto como la panacea “educando se cambia al mundo”; no basta educar: deben modificarse a la par las estructuras económicas y políticas; cambiar la clase social en el poder.

Históricamente, con la conquista, los españoles impusieron una educación centrada en la enseñanza religiosa; las estancadas fuerzas productivas no exigían una rigurosa formación científica: raras eran las áreas económicas que lo demandaban; de ahí el bárbaro analfabetismo: todavía en 1895 (primer Censo General de Población), 82.1 por ciento de los adultos era analfabeto (Inegi Estadísticas Históricas). Con el ascenso del capitalismo, particularmente a partir de Álvaro Obregón, y con Vasconcelos a la cabeza de la nueva secretaría de educación pública, surgió, para el nuevo régimen, un nuevo modelo educativo, con la alfabetización masiva; después, las escuelas normales, el Instituto Politécnico Nacional en 1936, y más tarde, en 1952, la Ciudad Universitaria de la UNAM. Frente a tales hazañas, dicho sea de paso, horroriza el patético estado de las universidades Benito Juárez, de López Obrador, los remiendos mal zurcidos al sistema educativo y la obscena e irresponsable manipulación del contenido de los libros de texto gratuitos.

Con el neoliberalismo (1982), la educación perdió la importancia que tuvo en los gobiernos emanados de la Revolución mexicana, dejó de ser derecho fundamental y se convirtió, como todo, en mercancía. Un ajuste en el modelo educativo. El Estado abandona, calculadamente, la tarea, reduce el financiamiento y empobrece la calidad educativa (al fin que nuestra competencia con el mundo no es en conocimiento sino en mano de obra barata). Así, empuja a las familias a enviar a sus hijos a las escuelas particulares y renuncia a una obligación constitucional. En 1980, la matrícula en instituciones públicas de educación superior representaba 91 por ciento del total, nueve por ciento en las privadas; para 2020, el porcentaje fue de 76 y 24, respectivamente. El Estado debe reasumir su responsabilidad. Agréguese la altísima deserción escolar, normalmente de los estudiantes más pobres. “En México, de cada 100 alumnos que ingresan a primaria, solo 21 terminan la universidad, cuatro estudian una maestría y uno llegará a doctorado” (Panorama de la educación 2017, OCDE)” (Milenio, 23 de agosto de 2018).

Así pues, necesitamos cambiar la educación para convertirla en factor transformador de la economía. Y deberíamos plantearnos, primeramente: ¿qué enseñar a niños y jóvenes? Sin pretender ser exhaustivos, diremos que, además y en refuerzo de las asignaturas establecidas, deben enseñárseles cualidades fundamentales como disciplina, hábito de lectura, capacidad real de leer y escribir (comprensión de lectura), habilidades de comunicación, y dominio efectivo de al menos una lengua extranjera, todo con evaluaciones reales y retroalimentación. Agregado a todo ello, una equilibrada combinación del trabajo intelectual y el manual.

La formación actual es unilateral, frecuentemente de especialización prematura. Los profesionistas deben dominar rigurosamente su especialidad para que aporten al desarrollo nacional y al bienestar familiar, pero ello no se riñe con una amplia cultura general. Dijo Arthur Miller: “Te especializas en algo hasta que un día descubres que se están especializando en ti”. Necesitamos buenos especialistas, pero socialmente sensibles, no infelices víctimas del egoísmo inducido, que nos hace ver en cada ser humano un competidor, nunca un hermano.

Formación integral implica también enseñar Lógica y ciencias sociales, en cierta proporción aun en las carreras técnicas, y filosofía: disciplina integradora y generalizadora del conocimiento, contrapeso a la fragmentación. Implica también la práctica de arte y deporte, contando con los recursos necesarios. El deporte desarrolla salud, disciplina, tenacidad y acción colectiva. El arte humaniza y estimula la imaginación y la creatividad, indispensables en la ciencia. John D. Bernal dijo: “En este periodo (segunda mitad del Siglo XIX) fue cuando empezó a manifestarse la separación entre los humanistas y los científicos, que es ahora una característica de nuestro tiempo. Su efecto inmediato fue el impedir la cooperación entre las dos ramas de intelectuales, sin la cual no es posible hacer una crítica constructiva del sistema social y económico. Los humanistas no pueden conocer así, con profundidad, la manera en que funciona dicho sistema y por lo tanto únicamente se producen en ellos emociones ineficaces. Y, por su parte, los científicos quedan encerrados en un aislamiento deliberado de todo aquello que no forma parte de la estrecha perspectiva de su trabajo cada vez más especializado, despreocupándose así del arte, la belleza y la justicia social” (La ciencia en la historia, p. 537).

Como estrategia de cambio, conserva plena vigencia la propuesta de universidad crítica, democrática y popular: abrir las puertas de las escuelas, sin menoscabo del rigor académico, a estudiantes humildes, y apoyarlos con becas, transporte y albergues (muchas universidades importantes de países avanzados disponen de villas estudiantiles). Así podrá revertirse el carácter clasista de la educación. “El INEE demostró que, al término del tercer grado de primaria, cerca del 70% de alumnos que asisten a escuelas indígenas (los más vulnerables) no logran adquirir las competencias básicas de aritmética, mientras que solo 13% de los alumnos que asisten a escuelas privadas (los más privilegiados) padecen del mismo problema” (Eduardo Backoff, Métrica Educativa, El Universal, 11 de junio de 2020).

Educar al pueblo coadyuvará a reducir los alarmantes índices de criminalidad, mas, contrariamente, instituciones superiores rechazan hasta 80 por ciento de aspirantes, empujándolos así al ocio y la delincuencia. Sin sacrificar la calidad académica, debe ampliarse la capacidad de absorción, con más recursos y elevando la calidad de la enseñanza básica. Todas las escuelas deben tener salones, bibliotecas, sanitarios, instalaciones deportivas; agua, drenaje, electricidad e Internet; las que lo requieren deben contar con laboratorios, talleres, maquinaria, campos experimentales. Debe eliminarse el hacinamiento, por razones pedagógicas y sanitarias.

Ello exige un incremento significativo de recursos. La UNESCO propone destinar al menos de cuatro a seis por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de cada país, o, mínimamente, entre 15 y 20 por ciento del gasto público. Lejos de esos parámetros, este año, en México se destinó 3.1 por ciento del PIB (el más bajo desde 2010) (CIEP). Atendiendo el criterio de la UNESCO, el incremento debe ser de entre 0.9 y 2.9 por ciento del PIB, e incluso más, considerando el rezago.

Los profesores deben ser dignamente remunerados, y garantizar el cumplimiento de su responsabilidad educativa. Comparando salarios de profesores de primaria recién incorporados al servicio, en Uruguay se pagan 875 dólares mensuales por 20 horas aula por semana, mientras en Ciudad de México 307 dólares por 25 horas (WMCMF, Web del maestro, Sputniknews, 2017). Debe fortalecerse la enseñanza en las escuelas normales y actualizar permanentemente a los docentes. Profesionistas de otras áreas que impartan clases necesitan recibir formación pedagógica básica.

Decíamos que la educación debe ser popular, pero no basta educar hijos del pueblo para servir al capital, pobres ideológicamente, aburguesados; deben formarse en otra mentalidad, en una educación crítica y realizando investigación que no sirva para legitimar a las empresas y al Estado, ciencia apologética, sino una que responda a las necesidades de la sociedad toda, incluyendo, sí, a las empresas, pero no subordinada a ellas, sino en una relación de mutuo respeto, anteponiendo el interés social. Debe inspirar la enseñanza el principio de dignidad y patriotismo, no de subyugación a las potencias imperiales. Y la vida universitaria debe regirse por la democracia, enseñando a los estudiantes a tomar decisiones maduramente, para formar ciudadanos con alto sentido de responsabilidad; los jóvenes necesitan entender y practicar la política, entendida como participación responsable en asuntos de interés colectivo.

Una última reflexión. La problemática educativa, como parte de un todo más complejo, no puede resolverse exclusivamente en el estrecho ámbito escolar. Las escuelas están inmersas en un mar de pobreza, que ahoga a la mayoría y arrastra a niños y jóvenes fuera de las aulas a trabajar para el sostenimiento familiar. Mientras esto ocurra, no habrá reforma que resuelva. Todo verdadero cambio educativo debe ser, pues, parte de una transformación general del modelo económico, que incluya, indefectiblemente, el combate a la pobreza. 


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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