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William Wordsworth
Se destacó como uno de los más imperiales representantes del romanticismo inglés. En 1798 escribió la que, a juicio de los críticos, es su mejor obra, El preludio, libro autobiográfico que explora su propio desarrollo espiritual.
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Nació el siete de abril de 1770 en Gran Bretaña. Se destacó como uno de los más imperiales representantes del romanticismo inglés. La publicación de sus Baladas líricas (1798), junto a Coleridge, reformuló el pensamiento romántico de principios del Siglo XIX. Pasó su infancia y su juventud en estrecho contacto con la naturaleza, circunstancia que ejercería una profunda y duradera influencia en su personalidad. Fue un apasionado defensor de los ideales de la Revolución Francesa.

Sus primeros libros de poemas, como Un paseo por la tarde y Apuntes descriptivos (1793), apenas le dieron fama y ningún dinero. El poeta y su hermana, Dorothy Wordsworth, a la que siempre estuvo muy unido, se trasladaron a Alxforden donde trabó amistad con el poeta Samuel Taylor Coleridge, quien le abriría las puertas para poder publicar sus obras y ser reconocido. Fruto de esta relación es el libro de poemas Baladas líricas, que escribieron en colaboración; innovadora en su estilo, vocabulario y temática, la obra fue considerada como el manifiesto del romanticismo inglés. Para apoyar su teoría de la poesía, Wordsworth escribió un prefacio para la segunda edición (1800) en el que insistía en la superioridad de la emoción frente al intelecto como fuente de inspiración poética.

En 1798 escribió la que, a juicio de los críticos, es su mejor obra, El preludio, libro autobiográfico que explora su propio desarrollo espiritual y que completó hasta 1805, aunque fue publicada póstumamente. En la década de 1800, su poesía alcanzó la cima con la publicación de Poemas en dos volúmenes; por esas mismas fechas abandonó los ideales revolucionarios y tendió hacia el conservadurismo, decepcionado por el rumbo que había tomado Napoleón; sus últimos poemas son moralistas y retóricos, considerados lo peor de su obra. Falleció el 23 de abril de 1850 en su país natal. 

 

El preludio

Fragmento Libro primero

 

Introducción- Infancia y Escuela

Hay en la suave brisa una ventura

o visita que roza mi mejilla

y es casi sabedora de ese gozo

que trae desde los campos y del cielo.

Sea cual sea su misión, a nadie

hallará más agradecido, hastiado

de la urbe donde he sobrellevado

perpetuo descontento y libre ahora

cual ave que se posa donde quiera.

¿Qué hogar me acogerá? ¿Entre qué valles

tendré mi puerto? ¿Bajo qué arboleda

construiré mi morada? ¿Qué hondo río

me dará la canción de su murmullo?

La tierra está ante mí. Con corazón

alegre y sin temer la libertad,

contemplo. Y aunque sea solo alguna

nubecilla quien guíe mi camino,

extraviarme no puedo. ¡Al fin respiro!

Pensamientos e impulsos de la mente

me asaltan, se desprende esa onerosa

máscara que traiciona mi alma auténtica,

el peso de los días que me fueron

ajenos, como hechos para otros.

Largos meses de paz (si acaso esta palabra

concuerda con promesas de lo humano),

largos meses de gozo sin molestia

esperan ante mí. ¿Adónde iré,

por los caminos o cruzando el campo,

cuesta arriba o abajo? ¿O tal vez

me guiará alguna rama por el río?

¡Amada libertad! ¿Y de qué sirve

si no es don que consagra la alegría?

Pues mientras el dulce aliento del cielo

soplaba en mi cuerpo, creí sentir

otra brisa en respuesta que corría

con suave rapidez, pero se ha vuelto

tempestad, energía ya excesiva

que su creación destruye. Gracias doy

a ambas y a sus fuerzas, que al unirse

ponen fin a una pertinaz helada

y traen tiernas promesas, la esperanza

de los días y horas de alegría,

¡días de dulce ocio y pensamiento

profundo, sí, con el divino oficio

de maitines y vísperas en verso!

Hasta ahora, mi amigo, no he solido

escoger como asunto la alegría

pero hoy quiero verter mi alma en versos

a salvo del olvido, que aquí quedan

guardados. A los campos he lanzado

mi profecía: sílabas llegaban

espontáneas, vistiendo con sagrados

hábitos al espíritu escogido

–ésa era mi fe– para el sacramento.

Mi propia voz me henchía y en mi mente

reverberaba ese imperfecto son.

A ambos yo escuchaba y obtenía

de ellos la confianza en el futuro (...).

 

Oda a la inmortalidad

Aunque el resplandor que

en otro tiempo fue tan brillante

hoy esté por siempre oculto a mis miradas.

 

Aunque mis ojos ya no

puedan ver ese puro destello

que en mi juventud me deslumbraba

 

Aunque nada pueda hacer

volver la hora del esplendor en la hierba,

de la gloria en las flores,

no debemos afligirnos

por que la belleza subsiste siempre en el recuerdo…

 

En aquella primera

simpatía que habiendo

sido una vez,

habrá de ser por siempre

en los consoladores pensamientos

que brotaron del humano sufrimiento,

y en la fe que mira a través de la

muerte.

 

Gracias al corazón humano,

por el cual vivimos,

gracias a sus ternuras, a sus

alegrías y a sus temores, la flor más humilde al florecer,

puede inspirarme ideas que, a menudo,

se muestran demasiado profundas

para las lágrimas.

 

¿Por qué estás silenciosa?

 

¿Por qué estás silenciosa? ¿Es una planta
tu amor, tan deleznable y pequeñita,
que el aire de la ausencia lo marchita?
Oye gemir la voz en mi garganta:

Yo te he servido como a regia infanta.
Mendigo soy que amores solicita…
¡Oh limosna de amor! Piensa y medita
que sin tu amor mi vida se quebranta.

¡Háblame! no hay tormento cual la duda:
Si mi amoroso pecho te ha perdido,
¿su desolada imagen no te mueve?

¡No permanezcas a mis ruegos muda!
que estoy más desolado que, en su nido,
el ave a la que cubre blanca nieve.

 

La casa de un párroco en el Oxfordshire

Dónde empieza la tierra sagrada o dónde acaba
la profana, no hay línea visible que lo muestre;
mézclase el césped y los senderos se enlazan,
y donde quiera vague tu paso sigiloso,
el jardín y el dominio en que deudos y amigos
y vecinos descansan unidos, aquí funden
su vario aspecto, al modo de un rumor
de muchas aguas, o como la tarde en mezcla
con la sombría noche. Dulces brisas de arbustos
y flores son mensajes a las tumbas calladas;
y mientras estremecen esos chopos altísimos
sus copas, aparece y se apaga un azul
brillante, como aquellos atisbos de lo eterno
que a los santos se otorgan en el supremo día.

 

El barranco encantado

No era ficción de tiempos remotos: una piedra

de azul celeste, al fondo del barranco sin sol,

muestra aún claramente las pisadas

que los pequeños elfos, en la escena pulida

dejaron, al danzar con brillante cortejo,

en festejos ocultos, tras el robo de un niño

dulce, como una flor, trocada por hierbajos,

con que intenta la madre abstraída acallar

su pena, si es posible. Pero decidme: ¿dónde

hallaréis un vestigio de las notas

que guiaron aquellos salvajes bailoteos?

¿En la tierra profunda o en las cumbres del aire,

en el nocturno cierzo o en los bancales donde

telarañas de otoño flotan en el crepúsculo?


Escrito por Redacción


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