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Estados Unidos (EE. UU.) es un país en el que una minoría compra fuerza de trabajo y la explota para obtener inmensas ganancias. Este sistema de enriquecimiento lo ha extendido durante muchos años a todo el planeta, no solo estableciendo negocios del mismo tipo, sino asolando regiones enteras para apropiarse de los recursos naturales indispensables para la producción y mercados suficientes para la venta de las mercancías terminadas. Este modo de producción, que se llama capitalista y que se halla en su fase imperialista, es lo que explica en última instancia las innumerables guerras de agresión y los millones de muertes que ha causado durante su pavorosa y sangrienta historia.
El conflicto desatado por EE. UU. con respecto a Ucrania no es la excepción. EE. UU. defiende los intereses de sus élites y trabaja para ampliar sus negocios y con ellos sus ganancias. A EE. UU. no le importa el bienestar de su propio pueblo. El ataque del virus SARS-COV2 ha matado más personas en EE. UU. que en ninguna otra parte del mundo, al 1º de febrero pasado ya se contabilizaban 890 mil 770 fallecidos y, claro está, los muertos pertenecen en su inmensa mayoría a las clases más pobres que ahora abundan, pues la falta de alimentos en EE. UU. ha alcanzado niveles alarmantes: unos 60 millones de estadounidenses necesitan donaciones caritativas para comer, el 20 por ciento de la población.
Una buena parte de las empresas de EE. UU. se dedica a la fabricación de mercancías relacionadas con la guerra de agresión a la que, eufemísticamente, se le llama defensa. Transportes, ropa, alimentos, construcciones, investigaciones científicas, satélites, armas de todo tipo, pago de personal, etc. Todas estas mercancías y estos servicios los paga el Estado norteamericano que, como bien se sabe, opera con el dinero de los impuestos que pagan los norteamericanos, otra vez, mayoritariamente, de las clases medias y trabajadoras (o contratando una deuda descomunal que, finalmente, acabará pagando el pueblo). Debe saberse y tomarse muy en cuenta que EE. UU. es el país del mundo que gasta más en su aparato militar, este año ha asignado un presupuesto de alrededor de 750 mil millones de dólares; esa fabulosa cantidad es mayor que la suma de los gastos de las siguientes diez naciones con mayores gastos militares, es diez veces mayor que lo que Rusia asigna a sus fuerzas armadas; EE. UU. está gastando más dólares en el ejército de lo que gastaba durante el apogeo de la Guerra Fría.
¿Por qué? Porque contra todo lo que se diga, la sobrevivencia y el desarrollo del capital, implica necesariamente la destrucción de la competencia, es decir, la dominación del mundo entero. En la persecución de su meta, el imperialismo norteamericano necesita vender sus mercancías, las que producen todas sus empresas y, en particular, las que garantizan los jugosos negocios de las empresas del complejo industrial militar. EE. UU. necesita, pues, para su sobrevivencia, asegurar el aprovisionamiento suficiente y constante de materias primas, el control de las rutas comerciales, la fabricación y distribución de la temible propaganda que justifique u oculte su guerra contra los pueblos, en una palabra, todo su aparato de dominación. Para tal efecto, EE. UU. tiene más de 800 bases en 80 países, la guerra para EE. UU. es una ruta estratégica y es un negocio. Se frustró, o casi se frustró, el avance y el negocio que proporcionaba Afganistán, sus tropas salieron de manera escandalosa; toca el turno a Rusia… con el pretexto de Ucrania. Ucrania es la herramienta.
Por difícil de creer que parezca, el inmenso territorio que ocupa Rusia, sus abundantes recursos naturales y su educada población, son un ambicioso proyecto de dominación de EE. UU. Como en su tiempo de Adolfo Hitler. Ahora, usando a Ucrania, la acosa. EE. UU. pretende ampliar el cerco que le tiene tendido a Rusia. Después de la caída del muro de Berlín y del socialismo en Europa del Este, EE. UU. incorporó a casi todos los países que tienen frontera en el oeste de Rusia a la alianza militar que controla y manda, a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Solo le falta Ucrania.
Ahora pretende incorporar a este país y, consecuentemente, instalar ahí, a las puertas de Rusia, abundante y peligroso armamento destructivo y numerosas bases militares. Las propias declaraciones del presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, al que nadie en el mundo se atrevería a catalogar de aliado de Rusia, demuestran que la agudización del conflicto no es del interés de Ucrania. Hace unos días hizo un llamado público a los políticos y a los medios de comunicación de la OTAN para que dejen de estar creando pánico con una supuesta invasión de Rusia a su país y, por tanto, de estar colocando a la economía ucraniana en grave riesgo.
Los países de Europa, los miembros de la OTAN, tampoco dan muestras de estar muy entusiasmados con las amenazas de guerra de EE. UU. contra Rusia ni tampoco con sus amenazas de sanciones políticas y económicas. EE. UU. sanciona a Rusia y Europa la lleva. No es exageración. La Unión Europea (UE) depende en un 46.8 por ciento del gas que llega de Rusia a través de varios gasoductos, eso incluye a las industrias y a los hogares (entre 2017 y el primer semestre de 2021, la participación de Rusia, tanto en términos de masa neta, como en términos de valor, pasó del 45 al 48.6 por ciento). Eurostat sostiene, además, que durante el primer semestre de 2021, 75 por ciento de las importaciones petroleras de Bulgaria, Eslovaquia, Hungría y Finlandia procedieron de Rusia; y la dependencia del gas es aún mayor, 75 por ciento de las compras de gas por parte de Bulgaria, Chequia, Estonia, Letonia, Hungría, Austria, Rumania, Eslovenia, Eslovaquia y Finlandia tuvieron lugar en el mercado ruso.
Pero no es todo. Cuando las reservas de gas europeas se encuentran en niveles históricamente bajos, la vía Nord Stream 2, la que va por el Mar Báltico, ya está lista y solo le falta la aprobación de la autoridad regulatoria alemana para que el gas ruso comience a fluir a Alemania y a otros puntos de Europa a través de este inmenso tubo. Entonces, ¿qué pretende EE. UU.? En lo inmediato, estorbar o acabar con las ventas de gas ruso a la UE y, en lo mediato, someter a Rusia a su dominación. ¿Y Ucrania? Es una herramienta. El pueblo ucraniano no le interesa.
No debe descartarse que EE. UU. se proponga echar mano de Ucrania (ya como miembro de la OTAN) para que encabece un conflicto armado reclamando a Crimea como territorio suyo, conflicto armado al que presto acudiría EE. UU. en auxilio tomando en cuenta que para entonces Ucrania ya perteneciera a la OTAN y hubiera “obligación” de apoyarla. Tampoco le importa un bledo a EE. UU. el pueblo de Crimea, que siempre se ha considerado ruso; le importa la localización geoestratégica de su territorio en el Mar Negro por su cercanía al Mediterráneo y porque es el único puerto ruso que no se hiela en el invierno; le importa, pues, amputar las capacidades defensivas de Rusia. En caso de que se desate un enfrentamiento armado sería una sangrienta guerra en territorios y con pueblos alejados de EE. UU., como tantas otras veces, ellos serían los que sufrieran las consecuencias sin que nadie pueda predecir al costo de cuántas vidas ni durante cuántos años. Es de temerse el imperialismo norteamericano.
El Tratado para la Reducción de Armas Estratégicas (START) representa un campo de batalla verbal, en el que Estados Unidos (EE. UU.) quiere imponer la idea de que la Federación de Rusia es un rival agresivo cuando, en los hechos el actor beligerante en este último periodo ha sido Washington.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".