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En 1992 se firmó el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN); en noviembre de 1993 fue aprobado por el Senado de la República y entró en vigor en 1994; se difundió que, con ello, la economía se activaría, que entraríamos en la modernidad y, finalmente, que a los trabajadores del país les iría mejor porque, según la economía moderna, se incrementaría la productividad y, con ella, por ir ligados, se incrementarían también los salarios. Sí hubo ganadores, el comercio sí se desarrolló, pero el ganador de los beneficios no fue el pueblo; por el contrario, la política de los años noventa dio mayor importancia al sacrosanto mercado, disminuyendo la fuerza del Estado, cuya intervención se redujo al mínimo y siempre en favor de los poderosos. El resultado del proceso fue la creación de una clase de ricos inmensamente ricos y, al mismo tiempo, un incremento importante de la pobreza, que se agudiza.
Asimismo, se desarrolló el modelo exportador y quedamos enganchados a la economía de Estados Unidos (EE. UU.), pues el 84 por ciento de las exportaciones totales de México iban a parar con los norteamericanos y el 49 por ciento de las importaciones provenían de aquel país. En resumen, 66 por ciento de nuestro comercio con el mundo está ligado al país del norte. Cierto es que el comercio bilateral es siete veces mayor que antes del TLCAN, al pasar de 82 mil millones de dólares (mdd) en 1993 a 611 mil mdd en 2018, un incremento de 645 por ciento. El comercio agrícola entre México y EE. UU. también creció, éste en un 625 por ciento, al pasar de 6.5 mil mdd en 1993 a 47 mil mdd en 2018. Es cierto que el comercio libre puso al alcance de la gente muchas mercancías que antes resultaba prácticamente imposible conseguir, a menos que fuera mediante la “fayuca”; sin embargo, había más mercancías a un costo social muy alto, pues el activo más importante para la competencia con los desarrollados países del extranjero fue el bajo precio de la mano de obra, los salarios bajos.
Con el paso de los años hubo justificaciones teóricas diversas sobre el fracaso del modelo exportador, entre las cuales se difundió que el TLCAN era “correcto”, pero que hacían falta las reformas estructurales realizadas por Peña Nieto para que se desarrollara el potencial completo de un acuerdo de esta naturaleza; sin embargo, para 2017, EE. UU. era ya el principal inversionista en México, con el 46.8 por ciento del total de la inversión extranjera directa; y Canadá el segundo con 9.1 por ciento.
Ahora bien, durante la campaña de Donald Trump a la presidencia de EE. UU., entre sus discursos supremacistas declaró que los grandes ganadores del TLCAN no habían sido los norteamericanos, sino los mexicanos, pero eso es falso, pues los trabajadores mexicanos no han recibido incrementos al salario y la pobreza crece significativamente. Si en todo caso hay ganadores, ésos son las clases poderosas de México, pero no las clases trabajadoras. La mentira de que el pueblo de México era el “ganón” del TLCAN, sirvió a Trump como pretexto para prometer, en campaña, la desaparición del TLCAN y lograr un nuevo acuerdo, pero ahora a favor de EE. UU.
En este sentido se inició la negociación con México desde la época del presidente Peña Nieto, de un nuevo tratado de libre comercio; y así nació lo que ahora se conoce como T-MEC. Mucho se ha dicho que el Presidente actual terminó de concretarlo, además de aprovechar correctamente el descontento popular y de haber recibido la “bendición” de EE. UU.; sin embargo, esto no ha sido a cambio de nada, pues ya la guardia nacional no se dedica a combatir delincuentes, sino a frenar familias de migrantes, es decir, a formar el muro que pagaríamos los mexicanos, como señaló Trump; asimismo, el Gobierno mexicano, que ha declarado que el neoliberalismo ya se acabó en México, recién firmó el T-MEC, que es neoliberal y fue resultado de la presión de Trump sobre el gobierno de la “Cuarta Transformación” (4T), cuando amenazó que consideraría terroristas a los cárteles de México, con lo que podría intervenir directamente en suelo mexicano.
Bajo la supuesta intromisión de EE. UU., como creo que pasa, se publicó el 29 de julio de 2019, el decreto con el que se aprueba el protocolo que sustituye el TLCAN entre Estados Unidos de América y Canadá, así como seis acuerdos paralelos, mejor conocido como T-MEC.
Este nuevo documento se integra con 34 capítulos y seis acuerdos paralelos. Ratifica el Arancel Cero a las mercancías originarias de la región; se fortalecen las cadenas de valor regionales, es decir, se busca que los productos tengan una mayor cantidad de componentes regionales (en el libre comercio es una especie de barreras contra otros bienes); sin embargo, tiene, en el fondo, una serie de letras chiquitas que afectan realmente a los mexicanos. Veamos.
Se exigirá que entre el 40 y 45 por ciento de los vehículos sean fabricados por empleados que ganen al menos 16 dólares por hora; esto podría ser una buena noticia si creyéramos que los salarios se elevarán a esos niveles en México; pero como eso no va a suceder, es un mecanismo para proteger a los trabajadores de Norteamérica; pues allá sí ganan 16 dólares la hora y ello provocará el cierre de empresas en México y golpeará a los trabajadores del país.
Introduce la Exención de Aranceles a diversos productos mexicanos en caso de que EE. UU. determine medidas extraordinarias de seguridad, es decir, puede ser que EE. UU. ponga aranceles al aluminio por razones de “seguridad”, por ejemplo, pero en el caso de México éstos no aplicarían. Las partes se comprometieron a reducir progresivamente los apoyos internos a productos agrícolas lo que, en el caso de EE. UU., es difícil que se concrete.
En materia de medicamentos, se eliminaron normas que exigían 10 años de exclusividad para medicamentos biológicos, lo que facilitará el ingreso de genéricos, con lo que se podría reducir el precio de ciertos fármacos. Amplía las disposiciones de bienes folklóricos textiles para que los productos indígenas sean elegibles con trato arancelario preferencial.
Incorpora mecanismos de comunicación para que las partes puedan presentar consultas sobre el cumplimiento de la legislación laboral, incluido un proceso para inspección de fábricas e instalaciones que no cumplan con sus obligaciones, lo cual golpea nuestra soberanía, pues podrán venir inspectores a ver que se garantice la instrumentación de nuestras leyes, mediante la creación de un Comité Interinstitucional que supervisará la implementación de la Reforma Laboral en México.
Crea un Comité de Buenas Prácticas Regulatorias, para reducir o eliminar requisitos regulatorios onerosos; pero este panel o comité, con seguridad, será de control norteamericano, con el riesgo de favorecer con sus decisiones a los estadounidenses. Lo veremos en el futuro.
Incorpora una cláusula que advierte: si una de las partes busca realizar acuerdos de libre comercio con una economía no considerada como “de mercado”, las otras partes pueden cancelar el acuerdo trilateral y negociar uno bilateral. Este apartado es claramente un golpe a México, para “amarrarle las manos” y evitar que se comercie con los chinos o los cubanos. Esto es muy delicado, pues atenta contra la soberanía nacional.
Como se ve, el T-MEC, lejos de favorecer los intereses de los mexicanos, nos deja nuevamente en la indefensión y golpea, una vez más, a los trabajadores mexicanos. Por lo mismo, se hace necesario fortalecer el mercado interno, impulsar la producción de alimentos y la creación de tecnología propia para enfrentar los retos que los nuevos tiempos nos imponen. ¿Será capaz la 4T de cumplir con ello? A juzgar por el tiempo que llevan al frente del gobierno y las políticas ya instrumentadas, estamos seguros de que no lo lograrán, como sí lograron demostrar su entreguismo con EE. UU.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.