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La alianza militar más poderosa del planeta cumple 70 años de existencia sin nada qué celebrar. En este periodo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha protagonizado los actos más desastrosos del belicismo capitalista y mantiene su amenaza contra los países independientes.
Hoy, en este instrumento de neocolonización imperial hay diferencias internas porque Donald John Trump exige a los europeos más aportaciones y concesiones comerciales. Pero no habrá ruptura porque a Occidente lo unifica todavía su afán de controlar recursos y mercados con armas de la compleja industria militar. Hoy, asimismo, dicha alianza se expande en América Latina con la anuencia de varios gobiernos y es indispensable frenar esta tentación en México.
Incapaz para lidiar con el terrorismo, pero eficaz para acosar a Rusia, destruir a Afganistán, desmantelar a Libia, fragmentar a Siria, amenazar a Irán e interceptar buques con cientos de inmigrantes, la OTAN llega a septuagenaria dividida por algunos desencuentros; éstos, sin embargo, no se deben a cuestiones éticas sino por poder y “el pago” que reclama Estados Unidos (EE. UU.)
La creación de este bloque ilustra la estrategia geopolítica de Occidente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. En 1949, la Organización del Tratado del Atlántico Norte nació como el dispositivo con el que Washington se propuso dividir y mantener subordinada a Europa.
Su objetivo era impedir el avance de su adversario político-ideológico: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Fueron el Ejército Rojo soviético y el pueblo ruso quienes aniquilaron el Tercer Reich de Adolfo Hitler a costa de 20 millones de muertos y liberaron a Europa del fascismo.
Este liderazgo soviético en la región se convirtió en una amenaza para los estrategas occidentales, quienes vieron a la Europa oriental como un nuevo pivote geopolítico a partir de entonces, que induciría la discordia a la “vieja Europa”. De ahí proviene la expansión de la OTAN hacia el este europeo.
En este siglo, la ingeniosa coartada para ejecutar la gran agenda geoestratégica de EE. UU. ante Europa ha sido el combate al terrorismo; y de ella procede la implacable ofensiva estadounidense desatada tras los acontecimientos del 11 de septiembre, con la que busca limitar las aspiraciones de sus rivales europeos y asiáticos, afirma el analista mexicano Antonio Sánchez Pereyra.
Los socios del bloque están comprometidos a defenderse mutuamente en caso de una agresión armada contra alguno de ellos (Artículo 51o). De ahí que la OTAN ampliara su poderosa maquinaria militar a 28 Estados miembros y que en 2010 adoptara su Nuevo Concepto Estratégico. Entonces definió los tres retos globales para este siglo: el terrorismo, la proliferación nuclear y los ciberataques.
Masacres de la alianza
• ExYugoslavia (abril-mayo 1999). Bombardea Serbia; asesina a cinco mil 700 personas, incluidos 400 niños; hiere de gravedad a más de 10 mil y provoca la desaparición de dos mil personas. “Fue una barbarie difícil de imaginar en el fin del Siglo XX”, declaró el embajador ruso en Serbia, Alexandr Chepuryn.
• Afganistán (2001-2018). Ataques con bombas y drones causaron 35 mil muertos, la mayoría pobladores pashtún. Autoridades y organizaciones no gubernamentales (ONG) se declaran incapaces de contabilizar los heridos. Se estima que 500 mil afganos se refugiaron en los países vecinos. La intervención agravó conflictos interétnicos, el terrorismo y la producción de drogas.
• Irak (2001). Utilizó armas prohibidas como el fósforo blanco y el uranio enriquecido. Esa ofensiva causó la muerte de un millón de iraquíes, el mayor genocidio de la historia moderna. Más del 25 por ciento eran mujeres y niños. Las tropas de la Alianza nunca encontraron las armas de destrucción masiva que se le atribuían a Saddam Hussein.
• Libia (marzo a octubre, 2011). La intervención dejó más de 20 mil muertos civiles y militares; ocasionó el desplazamiento de más de 350 mil personas. Un dron de la Alianza asesinó al presidente Muammar al Khadaffi con un misil, aunque el entonces líder de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, alegó que sus aviones no dañaron a civiles. El legado de esa ofensiva desarticuladora en ese Estado de África del Norte aporta una visión genocida y caótica del organismo atlántico.
Dos años después se planteó nuevos escenarios y centró su trabajo en tres ejes: desarrollo de capacidades, la definición del conflicto en Afganistán y su relación con terceros Estados. Para ello aprobó la creación de una fuerza de intervención rápida en 2014, el despliegue semipermanente de tropas en el Este de Europa y una coalición frente al radicalismo islámico. Así la OTAN justifica su expansión en el norte de África y el Medio Oriente.
Rusia crea su alianza
La Organización del Tratado de Seguridad colectiva (OTSC) es un ente político-militar constituido por países de Asia central y Europa: Armenia, Bielorrusia, Kazajastán, Kirguistán, Rusia y Tadjikistán. Moscú, que lidera este bloque, asegura que no pretende mostrarse hostil, rival o contrapeso de la OTAN, sino que su pretensión es ocupar el espacio que dejó la URSS y servir como un segundo referente geopolítico que brinde equilibrio a las relaciones entre EE. UU. y la Federación de Rusia, explica el diplomático dominicano Williams de Jesús Salvador.
En esta segunda década del Siglo XXI, la OTAN siguió su estrategia de proporcionar una “defensa y disuasión creíbles”, de ahí que elevó a Rusia al rango de amenaza. El argumento es la pretendida “anexión” de Crimea y la actitud “beligerante” rusa en Ucrania, lo que causa “sensación de vulnerabilidad” en Polonia y los Países Bálticos.
Desde 2016, cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca, varios organismos censuraron la gestión de la OTAN; en particular, señalaron la zona del Mar Báltico como escenario de riesgo, porque las tropas aliadas no se coordinan con Polonia y los Países Bálticos ante una “potencial” agresión rusa.
En la región ya hay bases de la OTAN: este año Hungría tuvo el mando de la misión aérea en la base lituana de Siauliai, donde España amplió su contribución a esa misión con aviones F.18 y el Reino Unido desplegó varios aviones Eurofighter en la base estonia de Ämari. Aun así, Washington habla de riesgos.
Fracaso en Londres
Trump ha presionado constantemente a sus socios europeos para incrementar sus aportaciones y para que inviertan en defensa el dos por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) para 2024. También han aumentado paulatinamente las diferencias con los aliados porque EE. UU. abandonó los compromisos económicos y ambientales, así como por su disputa comercial con China.
La situación se agravó recientemente con Francia, cuyo presidente Emmanuel Macron critica la política estadounidense actual en la Alianza. A principios de noviembre, Macron afirmó al semanario The Economist que la OTAN está en situación de “muerte cerebral” y pidió reflexionar sobre el significado actual del bloque. Tras esta polémica, Alemania propuso crear un grupo de expertos para evaluar las expectativas del organismo y proponer medidas para reunificarlo.
Con este estado de ánimo, los 28 miembros llegaron a la cumbre de Londres. La representación de EE. UU. pidió analizar “la significativa modernización” del ejército chino; consideró riesgosa “su mayor presencia desde el Ártico hasta los Balcanes y en el ciberespacio”, así como por sus grandes inversiones globales en infraestructura.
Sin embargo, para el gobierno francés, China no es un enemigo sino un “gran actor” internacional que en el plano militar representa “desafíos, a la vez que oportunidades”. El desencuentro entre Trump y Macron se consolidó.
Para el secretario del organismo, el noruego Stoltenberg, una amenaza importante es Rusia. Y aunque reconoció que ningún aliado ha sido atacado por Moscú, afirmó que sí lo son Ucrania o Georgia. Por esta razón afirmó que con ese país mantendrá la política de “doble vía”, que combina el diálogo con la disuasión.
En los entretelones de la cumbre, los aliados se mostraron incómodos por la actitud arrogante de Trump. Una cámara filmó la reunión informal donde el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, el británico Boris Johnson y el holandés Mark Rutte parecían burlarse de las ocurrencias del magnate.
Armas y dinero
Desde 2016 la inversión acumulada de Europa y Canadá fue de 130 mil millones de dólares (mdd), más de los 100 mil previstos. Para finales de 2024, el gasto acumulado de los aliados será de 400 mil mdd.
Esos fondos, según Jens Stoltenberg, serán para modernizar su flota de aviones de vigilancia, alerta y control (AWACS). Esas aeronaves con distintivas cúpulas de radar sobre su fuselaje están en todas las bases de Europa (14 en la base de Geilenkirchen, Alemania). También adquirirá drones Global Hawk para vigilancia terrestre desplegados en la base de Signarella (Italia).
También se reconformará la OTAN con modernas telecomunicaciones –incluidas las futuras redes 5G–, así como 30 batallones, 30 escuadrones aéreos y 30 barcos de combate, todos disponibles en enero de 2020.
Al conocer el hecho, el estadounidense mencionó que Trudeau “tiene dos caras” porque no gasta lo suficiente en defensa y canceló la conferencia de prensa final. Afuera, centenares de manifestantes del movimiento pacifista Alto a la Guerra, denunciaban la destructiva agenda política y social de Donald Trump.
Reacciona el Kremlin
Tenemos una respuesta a todas las amenazas que la OTAN reproduce cuando nombra directamente a Rusia y China como objetivos, aseguró el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, en la reunión de la Organización para la Seguridad y Cooperación de Europa.
“Rusia sabrá responder sin dejarse arrastrar a una nueva carrera de armamentos y sin necesidad de sacrificar su seguridad”, respondió Lavrov al comunicado final de la Cumbre de la OTAN, que concluyó un día antes en Londres, cuando mencionó por primera vez a Beijing como desafío para la Alianza y la tensa relación de sus miembros con Rusia.
El ministro ruso aseguró que la tensión ha llegado a un nivel que no se veía desde la Guerra Fría y fue enfático al señalar que esos hechos evidencian “una cosa muy simple: que la OTAN quiere dominar tanto el espacio euroatlántico como otras regiones, por ejemplo, Medio Oriente.
En América Latina
Hace largo tiempo que el belicismo occidental pretende implantar a la OTAN en América Latina. En el caso de México, esta posibilidad se esboza desde hace muchos años y en septiembre pasado, cuando John Bolton fue sustituido por Robert O’Brien como consejero de Seguridad Nacional, se sabe que éste es su actual impulsor y que forma parte del círculo más cercano a Donald Trump.
En su libro Mientras EE. UU. dormía (2016) critica la política de Barack Obama, a quien atribuye el debilitamiento hegemónico de su país. En referencia a México, el diplomático declaró que nuestro país forma parte de un grupo de países “democráticos y amantes de la paz”, por lo que debería incorporarse a la OTAN.
Un año después de esta publicación, la emisora Russia Today (RT) describió el “proceso de integración subordinada a EE. UU. que las élites de México han aceptado” en el ámbito militar. Esta integración castrense ocurrió desde 1994, cuando se concretó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que obligó a México a recibir cursos de adiestramiento, a aceptar apoyos económicos y equipos para sus Fuerzas Armadas y a participar en ejercicios militares conjuntos.
De acuerdo con datos de la agencia Reuters, durante 10 años, cuatro mil 457 efectivos mexicanos se han adiestrado en inteligencia, contrainteligencia y maniobras en instalaciones del Comando Norte en EE. UU. Esta afinidad con la superpotencia haría ver como “natural” una eventual solicitud de admisión de México a la Alianza Atlántica.
En marzo pasado, Donald Trump sorprendió al afirmar: “Brasil será aliado militar preferente de EE. UU., y quizás dentro de la OTAN”. Solo el silencio de los Estados de la región siguió a esa intención.
En abril, el secretario general del organismo, Jens Stoltenberg, tomó la estafeta y declaró que desde 2017, Colombia es un “estrecho socio” y agregó que “es una posibilidad considerar que también otros países de América Latina se conviertan en socios”.
Anticipándose a ese afán, en marzo de 2009, los 12 países de América del Sur formalizaron, en Santiago de Chile, el Consejo de Defensa Suramericano (CDS); se convirtió en el primer instrumento dotado con la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y lanzó un mensaje claro: “la América no anglosajona no necesita tutelas como la que ejerce EE. UU.”.
El entonces presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, lideró el intento regional por moldear una América Latina para latinoamericanos y dio la bienvenida a la nueva institución regional, que nació con límites claros: No sería una fuerza de despliegue (ni rápido ni lento); no tendrá fuerzas armadas permanentes; no amenazará ni defenderá a nadie. Pero la llegada de gobiernos neoliberales y aliados incondicionales de EE. UU. rompió ese bloque.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.