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Se va Angela Merkel, figura clave en la geopolítica de occidente
En AL se pretende crear la percepción de que la gestión de 16 años de la mandataria fue de prosperidad ininterrumpida. Sin embargo, sus cuatro gobiernos fueron de claroscuros para Alemania y la UE. Es decir, su balance, resulta desigual.
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Tras 16 años al frente del Estado más poderoso de Europa, el legado de la canciller Angela Merkel es de claroscuros: dialogó con socios y rivales en una región siempre en crisis y sumisa al gran capital, sin frenar la avidez corporativa, la xenofobia ni el desempleo en Alemania. Aún así definió la geopolítica de una frágil Unión Europea, usó la diplomacia abierta de China y Rusia para superar la crisis financiera de 2008-2009 –de la que luego se desmarcó– y se asumió como “la mejor amiga de Estados Unidos”. Su sucesor lidiará con la eficaz ultraderecha, una izquierda que exige más planes sociales y la vigilancia con lupa de la Casa Blanca, el Kremlin y el Zhongnanhai (sede del gobierno chino).

Circula desde enero, en las redes sociales latinoamericanas, un video de la supuesta despedida del pueblo alemán a su canciller Angela Merkel. El mensaje es falso porque ella dejó de ser lideresa de su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y sigue como jefa de gobierno hasta las elecciones del 26 de septiembre.

Esta “confusión” y su virulencia no son inocentes. En América Latina se pretende crear la percepción de que su gestión de 16 años fue de prosperidad ininterrumpida y se le exhibe como ejemplo a imitar. Sin embargo, sus cuatro gobiernos entre 2005 y 2021 fueron de claroscuros para Alemania y la Unión Europea (UE). Es decir, su balance, resulta desigual

Merkel acertó en mantener la gran coalición del CDU con los socialistas del SPD en tres de sus gobiernos. Para la economía de Alemania, los últimos 10 años han sido buenos, quizá no dorados: con estabilidad presupuestaria, reducción de deuda y aumento de políticas sociales. La deuda, que en 2008 se incrementó hasta el 83 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), descendió hasta que apareció la pandemia.

La desglobalización frenó a la “locomotora” alemana, y en 2018 solo creció el 0.1 por ciento, lo que impidió más reformas económicas. Por ello, Alemania depende de la industria automotriz y solo hay una empresa de alta tecnología, SAP, líder en software, pues no ha habido un entorno favorable para otras firmas.

Lo peor es el sector laboral: la crisis generada por la pandemia de Covid-19 mostró que permean la explotación y el desempleo. La subcontratación aumenta ahora, y se pierden trabajos estables; no se pagan horas extras, no hay protección en tareas de riesgo en industrias o para el campo, y se regatean los servicios de salud.

Los trabajadores pasan largas horas hacinados en pequeños espacios o frente a un solo baño, se agrupan hasta 30 personas en una cocina y 15 son transportadas en un minibús de ocho plazas. Estos hechos dieron el título de Escándalo sistemático a un reportaje de la emisora Deutsche Welle (DW) en julio de 2020.

Ya en 2015, la tecnología amenazaba las plazas de la clase media, unos 25 millones de trabajadores calificados. Ahora, una máquina hace la mitad de su trabajo; y en 2040 serán cinco millones menos, explica la analista Kathanira Dengler. Para el líder del Consejo Económico del gobierno alemán, Christoph Schmidt, la solución son reformas como elevar la jubilación a 69 años hasta 2060; no aumentar el salario mínimo e imponer el modelo “híbrido” de teletrabajo.

Angela Merkel olvidó a los menores de 25 años no calificados y a estudiantes. Ganan seis veces menos que los graduados, solo acceden a empleos temporales y de mala calidad. Su alternativa son los minijobs, trabajos de apenas 530 dólares con los que muchas familias llegan a fin de mes, admite Lars Feld, asesor del gobierno.

Otro asunto que Merkel deja sin resolver es la desigualdad regional, visible en los Estados Federados del este (la ex República Democrática Alemana) y el resto del país. En septiembre de 2020, el diario Der Tagespiegel reveló que los ingresos en esa región son 14 por ciento más bajos que en Alemania occidental.

Es cierto que gestionó bien las crisis regionales al mantener estabilidad cuando Europa se encontraba con gran volatilidad política, como el Brexit, entonces Merkel buscó una salida ordenada con un acuerdo que no lesionara mucho la consolidación de la UE. Para los países del sur europeo (Italia, España, Grecia y Portugal) tampoco son positivos los planes de austeridad respaldados por la canciller. Existe la percepción de que Berlín marcha por una vía lejos de la integración, apunta el Centro de Asuntos Exteriores de Barcelona.

Su legado en materia migratoria es ambiguo. En 2010, la canciller declaró muerto el multiculturalismo en Alemania; y aseguró que cualquier refugiado debía hablar alemán y asimilarse a la cultura del país. La izquierda la acusó de xenófoba. En cambio, en 2015 se mostró como adalid de la tolerancia y, con el lema Wir schaffen das (lo vamos a conseguir), Merkel asumió el reto de aceptar a un millón de inmigrantes como refugiados. Invitó a Europa a sumarse a ese esfuerzo en un sistema de cuotas que, al final, ningún país cumplió.

Mientras, la extrema derecha concentrada por el partido Alternativa para Alemania (APD), capitalizó el descontento y la paranoia. De modo que pese a que estuvo proscrita durante décadas, ahora la ideología ultraderechista gana aceptación y avanzan el radicalismo nacionalista y la xenofobia.

 

Alianza peligrosa

Tras la derrota de la Alemania nazi y la ocupación militar de Berlín occidental, Estados Unidos (EE. UU.) se posicionó como la relación más estratégica del país. Ejemplo de ello es la influencia de Washington en las decisiones del poder ejecutivo alemán.

Fue público que Merkel no pensaba postularse a un cuarto mandato; pero esa idea cambió por el impacto que ocasionó en el mundo y el sorpresivo triunfo de Donald Trump en 2016, reveló Andreas Kluth de Bloomberg. Ocho días después, Barack Obama llegó a Berlín para despedirse de la canciller. Tras la cena en el Hotel Adlon, le pidió a Merkel que volviera a postularse para “mantener juntos a Occidente y al mundo”. Cuatro días después la canciller anunció su candidatura.

 

El relevo

Siete de junio 2021. El CDU ganó a la AFD durante la elección de Sajonia-Anhalt, con su mejor marca en 19 años. Por ello, obtuvo 40 escaños en el parlamento de Magdeburgo, lo que otorgó confianza a Merkel para ganar en septiembre. Ocho candidatos aspiran a relevarla:

Armin Laschet (66 años). Liberal que preside la CDU y es ministro presidente de Renania del Norte-Westfalia, el estado más poblado del país. Defiende la integración europea con rasgos liberales.

Annalena Baerbock (40 años). Copreside a los Verdes, abogada e internacionalista. Hábil en captar los detalles, segura y carismática, pero inexperta en cargos de gobierno.

Olaf Scholz (62 años). Socialdemócrata realista, vicecanciller y ministro de Finanzas, exalcalde de Hamburgo. Su partido (SPD) ha perdido impacto.

Christian Lindner (42 años). Politólogo liberal y jefe del FDP; propone alianza con los conservadores del CDU y el CSU.

Janine Wissler (39 años). Copresidenta de La Izquierda con posición radical, como el fin de operaciones militares en el extranjero y la exportación de armas.

Dietmar Bartsch (63 años). Líder parlamentario de La Izquierda; es un político pragmático de Alemania Oriental.

Tino Chrupalla (46 años). Copresidente y diputado de la derechista AFD; es anti-inmigrante aunque aboga por un lenguaje de campaña moderado.

Alice Weidel (42 años). Economista y colíder de AFD en el Parlamento. Se le critica por ser poco comprometida.

 

La disputa entre Merkel y Trump fue notoria. Entrevistado por el diario alemán Bild, el magnate la criticó por haber cometido un “error catastrófico” y admitir a refugiados de Medio Oriente. En 2019 en Harvard, ante las élites progresistas de EE. UU. y sin mencionar a Trump, Merkel llamó a “destruir muros de ignorancia y estrecha mentalidad” en pos de un mundo multilateral.

La tensión escaló cuando Trump amagó con retirar entre 10 mil y 25 mil de sus efectivos en Alemania. Tras la derrota del Tercer Reich, el Pentágono estacionó más de 200 mil tropas en sus bases de Grafenwoehr, en Baviera; Ramstein en Renania; Ansbach en Wiesbaden y Böblingen. Ahí viven 80 mil efectivos y 12 mil civiles estadounidenses cuya derrama económica, en esas regiones, representa unos mil 700 millones de dólares (mdd). Además, las bases generan 27 mil empleos locales, estima la Universidad de Trier.

En febrero pasado, el gobierno de Merkel “se felicitó” porque Joseph Biden decidió mantener sus bases militares en ese país y no retirar a sus tropas, informó la emisora estatal  DW. Feliz, el vocero oficial Steffen Seibert declaró: “Siempre hemos estado convencidos de que las tropas de EE. UU. en Alemania contribuyen a la seguridad europea y trasatlántica”.

Otro desafío enturbia la relación Washington-Berlín. En noviembre de 2020, Trump endureció las sanciones contra el gasoducto ruso Nord Stream2 y el alcalde de Sassnitz, en Mecklenburgo (Pomerania), Frank Kracht, se arriesgaba a ser detenido si viajaba a EE. UU. por “colaborar con materiales o terrenos para el tendido de esa obra”.

La prensa occidental ocultó la amenaza de los senadores de EE. UU. Ted Cruz, Tom Cotten y Ron Johmson en torno a destruir la economía de Sassnitz, si apoyaba esa obra. Su argumento es que Alemania es dependiente del gas ruso y el ducto “pone en peligro la seguridad de EE. UU.”. En su red de medios, el gobierno alemán respondió que “en política energética decidimos nosotros”. Y para parecer neutral, Merkel endureció su crítica contra la actuación del Kremlin hacia el disidente Navalny.

 

La mujer más poderosa del mundo

En 11 ocasiones, la revista Forbes designó así a Angela Dorothea Kasner, hija de un pastor luterano, física egresada de la Universidad de Leipzig, doctora en química cuántica y que en 2005, a los 51 años, fue la primera mujer electa jefa de gobierno en Alemania.

Es curioso que nadie califique como “dictadora”’ a esta política, ex militante de las Juventudes Comunistas, reelecta cuatro veces y con 16 años como canciller.

Por su forma de gobernar, el sociólogo Ulrich Beck acuñó en 2012 el vocablo merkiavelli, en referencia a El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, pues la canciller aparentemente es titubeante, no hace gestos de fuerza innecesarios, se aleja de conflictos y aun así alcanza sus objetivos. Se le reconoce por ubicarse en el centro de una situación y nunca revelar lo que piensa.

 

A dos meses del retiro de Merkel, la relación se enturbió al revelarse que la Agencia Nacional de Seguridad de EE. UU. (ANS) la espió, al igual que a otros políticos europeos, desde instalaciones de los servicios secretos daneses. Por ello, la canciller y el presidente francés Emmanuel Macron instaron a Dinamarca a aclarar su rol en esa trama.

 

Proyección geopolítica

Los simpatizantes de la canciller sostienen que su mandato movió la geopolítica internacional por haber jugado un rol clave en conflictos internacionales críticos y convivir tanto con amigos como con adversarios. En solo siete días recorrió 23 mil kilómetros para dialogar con casi 40 jefes de Estado del G-7, del G-20 y de la UE.

Para otros, esa relevancia de Merkel no es su mérito, sino que se debe a la mediocridad de la mayoría de los gobiernos europeos, carentes de visión exterior propia. No obstante, en su larga gestión, se posicionó como interlocutora clave con la UE, ante EE. UU., Rusia, China, Irán y el Reino Unido. Fue así como, en octubre de 2013, el presidente Joachin Gauck proclamó que su país desempeñaría un rol mayor “en Europa y el mundo”, acorde con su economía e influencia. La crisis de Ucrania, el primer choque serio de Occidente contra Rusia en la post Guerra Fría, fue un parteaguas.

Proyectó la estrategia moderada de la canciller, luego de que EE. UU. y la UE alentaran la caída del presidente Víktor Yanukovich y sancionaron a Rusia. Sin dejar de apoyar la línea de presión occidental contra Moscú, Merkel reiteró que no funcionaban las sanciones y pronosticó que los europeos diseñaban propuestas que no dañaran a Estados dependientes del gas ruso, recuerda Pablo Telman Sánchez.

Esa posición independiente de Merkel ante Barack Obama, quien pretendía presionar a Putin, ocurrió en medio de la crisis más grave para Occidente desde la guerra con Irak en 2003, apunta el politólogo Boris Mezhuev.

Cada acto de su gestión tuvo un gran objetivo: lograr que Alemania ocupara un lugar como potencia política. Así obtuvo la estabilidad y unidad interna de su país y fortaleció el modelo manufacturero y exportador. De ahí que su tasa de aprobación siempre osciló encima del 50 por ciento. Por tales alcances, en el exterior se vio como la política a la que conviene tener de su lado.

Ante la elección del 26 de septiembre, el mundo se pregunta cuál será el sentido del voto de los alemanes, que definirá la composición del Bundestag (Parlamento) con sus 709 diputados que, a su vez, elegirán al canciller alemán del período 2021-2025.

 

Trastorno bipolar

La política de Merkel hacia China pasó de ser amistosa a ambigua. Visitó varias veces al coloso asiático y pactó intercambios comerciales, financieros, tecnológicos y de seguridad de gran calado. En 2012, recibió la oferta de ayuda financiera de Beijing, interesado en el programa europeo para reducir la deuda.

En 2014, Merkel viajó a Beijing por séptima vez. Llegó con directivos de automotrices, aerolíneas y empresas como Deutsche Post, Siemens, Vokswagen, Airbus, Deutsche Bank, que firmaron acuerdos multimillonarios y pactaron la cooperación en materia informática.

Satisfecha, la política declaró que su país está abierto a inversionistas chinos y, entre 2015 y 2019, la relación fluyó mientras Beijing aportó ayuda económica a Alemania en el marco de la Iniciativa de la Ruta y la Faja. Con la pandemia, la situación se enfrió y se tensó con las sanciones de Occidente a China por “violar derechos humanos” en la provincia de Xianjing.

 En abril de 2021, Xi Jinping pidió a Merkel “rebajar la tensión” y Merkel coincidió en impulsar el diálogo bilateral. No obstante, en su mensaje final ante el Reischtag, la canciller pidió “contrarrestar a China y Rusia”.

Con Rusia, la visión de Merkel se basa en el recelo y también en su afán de poder. Pese a esto, ella y Vladimir Putin dialogan en alemán, idioma que domina el mandatario ruso y que usa para tranquilizar a parlamentarios y empresarios germanos, y convencerlos de que ambas potencias se necesitan.

En tres lustros, la relación transitó por varias crisis, como la guerra contra el terrorismo de EE. UU., Ucrania y Siria; y aciertos como el Acuerdo Nuclear con Irán de 2015 –que saboteó Trump– y el gasoducto Nord Stream2. La pandemia abrió un nuevo campo de cooperación en la adquisición de la vacuna Sputnik V, que la UE boicoteó. A semanas de su retiro, Merkel y el presidente francés Emmanuel Macron impulsaron el diálogo con Rusia en la UE, considerada crucial para la seguridad regional, pero el bloque no lo aceptó.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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