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En la nueva Guerra Fría, la geopolítica occidental se centra en una acometida anti-rusa que reactivó la llamada “guerra olvidada de Europa” entre Ucrania y Rusia. Hoy, el campo de batalla es el estratégico Mar Negro y su símbolo es el puente ahí construido por Moscú. Para Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Europea (UE) revivir ese conflicto es otra oportunidad para socavar el reposicionamiento global de Rusia y mantener la dependencia económico-militar de Kiev. Sin embargo, este conflicto ocurre en medio del agrio desencuentro comercial que mantienen Washington y Bruselas desde que asumió la presidencia Donald Trump.
En los pasados meses, el estrecho de Kerch, que con 4.5 kilómetros cuadrados separa al Mar Negro del mar de Azov, ha sido escenario del reanimado conflicto político entre Ucrania y Rusia. El mar de Azov, con 39 mil kilómetros cuadrados de superficie (casi la extensión de Yucatán), ha visto el incremento de la presencia militar de los dos países que comparten sus costas. Detrás de esa militarización está el afán del golpista Petró Poroshenko por reelegirse.
Y aunque la creciente retórica radical-militarista de Kiev también ha enfrentado al gobierno de facto con sus aliados, Occidente parece dispuesto a sacrificar la credibilidad que le resta a cambio de frenar todo éxito político y diplomático de Moscú. Por ello subraya el carácter “agresivo” de Rusia en esa región.
La conservadora y anti-rusa consultoría de inteligencia estadounidense Stratfor afirma que ahí Moscú ha desplegado 10 navíos de guerra y 40 barcos patrulla “que antes se estacionaban en el mar Caspio”. Lo que ni Stratfor ni la prensa corporativa dicen es que la clave de la nueva confrontación es la preponderancia que Rusia ha ganado en el estrecho de Kerch.
En sorprendente demostración de su amplia visión geopolítica y poderío tecnológico, Moscú ha construido el puente más largo de Europa –de 19 kilómetros– entre las penínsulas de Tamán (Rusia) y de Kerch (Crimea). Esta obra de infraestructura es un significativo mensaje a Occidente: que Rusia ha regresado a esa región.
Cabe recordar que en marzo de 2014 la población mayoritariamente rusa de Crimea decidió separarse de Ucrania en un referéndum. Occidente acusó a Moscú de anexionarse esa península y le impuso fuertes sanciones. Lo que realmente interesa a EE. UU. y a la UE es el estratégico puerto de Sebastopol, donde desde hace décadas se estaciona la flota rusa y que ha alquilado hasta el año 2040.
De ahí que las actuales tensiones tengan por origen al puente de Kerch. De acuerdo con el Servicio Federal de Seguridad ruso (antigua KGB), las aguas donde los navíos ucranianos cometieron la provocación “siempre han sido rusas”, incluso antes de la reunificación de Crimea con Rusia.
Occidente no perdona que las embarcaciones ucranianas deban pedir autorización para salir o entrar del mar de Azov, que pasó de ser un mar interior compartido entre Ucrania y Rusia a “una masa de agua bajo control ruso”, según Bruselas.
No obstante, cuando inauguró el gigantesco arco del puente de Kerch, el pasado 15 de mayo, Vladimir Putin dijo que mejorará el intercambio comercial y hará más directa la comunicación entre Oriente y Occidente, pues por sus dos estructuras paralelas cruzarán hasta 40 mil vehículos.
Esa obra costó tres mil 600 millones de dólares y se concluyó seis meses antes de lo previsto. Sin embargo, con arrogancia extraterritorial, la Corte de Justicia de la Unión Europea afirmó que ese puente “viola la integridad territorial de Ucrania”.
Guerra híbrida
Los actores en este conflicto son los mismos que participaron en la crisis geopolítica de 2014: EE. UU., la UE, Ucrania, Rusia, los pro-rusos de la región de Donetsk y las milicias paramilitares a favor de Kiev.
De acuerdo con la definición de “guerra híbrida” que en 2005 concebían el hoy secretario de Defensa de EE. UU., general James N. Mattis y el coronel Frank Hoffman, la actual pugna ideológico-política entre Occidente y Rusia es una guerra híbrida porque combina tácticas regulares de combate (acoso político-militar) con tácticas irregulares (propaganda psicológica –posverdad– y uso de paramilitares).
Fue así como Ucrania articuló en octubre su provocación. Días antes anunció la construcción de una base naval en el mar de Azov y el despliegue de varios navíos con fuerzas significativas. Esas acciones, que alteran el equilibrio militar de la región, no merecieron la cobertura de la prensa corporativa occidental.
En contraste, el 26 de noviembre, esos mismos medios clamaron contra la detención, por cuenta de Rusia, de tres navíos ucranianos que iban del puerto de Odessa, en el mar Negro, hacia el de Mariúpol, en el mar de Azov. Medios occidentales, que citaron fuentes anónimas, hablaron de un ataque de guardacostas rusos contra la flotilla ucraniana.
Para el Kremlin, esa provocación fue orquestada por el servicio de inteligencia de Ucrania. En síntesis, este conflicto es un juego de guerra entre EE. UU. y la UE (Occidente) para arrinconar a Rusia y los pobladores del Donetsk.
El secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, introdujo un nuevo elemento de presión al afirmar a la televisora CNN que cancelaría la reunión entre Trump y Putin en la cumbre del G20 en Argentina. No obstante, ambos se encontraron el 1º de diciembre en Buenos Aires sin que hubiera algún roce.
Días después el ministro de Defensa de Ucrania, Stepán Poltorak, recibió a una delegación de EE. UU., a la que informó sobre la situación en los mares Negro y de Azov, y sobre la necesidad de imponer el estado de excepción “para prevenir que Rusia lance una operación de gran escala contra Ucrania”.
En respuesta a la provocación, el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, pidió a la Unión Europea enviar “un enérgico mensaje a Kiev” y aplicar de forma integral los Acuerdos de Minsk –suscritos por Moscú y Kiev– para garantizar los derechos de las minorías rusas en el Donetsk.
Además, Lavrov puntualizó que el incidente ocurrió en el Mar Negro y no en el mar de Azov, como afirma la UE. La razón estriba en que desde 2003 Rusia y Ucrania firmaron el acuerdo por el que se consideró al mar de Azov un cuerpo de agua interior compartido, donde podrían registrar a cualquier embarcación fuera de las 12 millas de mar territorial del otro país. Y así ocurre.
Por la reelección
Al aludir a las causas del reanimado conflicto bilateral, el presidente ruso Vladimir Putin ha declarado que “no es casual que esta crisis se reactive justo cuando se acercan las elecciones presidenciales en Ucrania y Rusia. Resulta conveniente”. Efectivamente, el 31 de marzo de 2019, los electores del país eslavo más occidental elegirán si sostienen su respaldo al presidente de facto, Petró Poroshenko.
Hostilidad de Poroshenko
Petró Poroshenko propuso al Parlamento (Rada) no extender la vigencia del Acuerdo de Amistad y Cooperación firmado con Rusia en 1997. Según el golpista, se trata de “dejar sin vigor por 10 años” ese pacto. Esa acción supone la renuncia oficial al tratado que desde entonces rige las relaciones bilaterales, dijeron analistas citados por la agencia Prensa Latina. Ese marco de cooperación estratégica se convino con base en los principios de respeto mutuo, soberanía, integridad territorial, inviolabilidad de las fronteras, solución pacífica de las diferencias y no uso de la fuerza.
Para Vladimir Putin la propuesta de Poroshenko encubre su intención de desalentar a la población pro-rusa de Ucrania. El 10 de diciembre, la Rada aprobó la ley que en abril de 2019 cancelará ese acuerdo. “Solo podemos lamentar que las autoridades ucranianas tomen una decisión tan irreflexiva y que, bajo nuestro punto de vista, es una falta de respeto hacia su propio pueblo”.
La popularidad dePoroshenko es muy baja, apenas el quinto entre otros adversarios, por lo que algunos analistas ven como favorita en los comicios a la industrial gasera y también exprimera ministra en dos ocasiones (2005-2007 y 2007-2010), Yulia Timoshenko.
Yulia fue destituida y arrestada siete años por obstruir la investigación de abuso de autoridad, al firmar contratos de gas desventajosos para Ucrania, según la Rada suprema. Representantes de EE. UU., la UE y organizaciones internacionales denunciaron la aplicación “selectiva de la justicia” al perseguir a líderes opositores y del antiguo gobierno.
Ante esta fuerte contendiente, Poroshenko puede salir mal librado. Desde la mal llamada “revolución de la dignidad”, que expulsó del gobierno al presidente constitucional Víctor Yanukóvich, y hasta ahora, los reformistas en el poder no logran concretar el cambio prometido.
En el interior del gobierno y desde el exterior se denuncia que las reformas económicas y el combate a la corrupción impuestas por la UE son un espejismo. Tal ingobernabilidad impacta en la población pro-rusa, que desde 2014 sufre la acometida conservadora.
Para aliviar la guerra y violencia en Donetsk, Ucrania, Rusia, Francia y Alemania pactaron en 2015 el llamado Acuerdo de Minsk II. Pero hasta ahora, Kiev y sus aliados lo han incumplido y Putin ha propuesto realizar un referéndum en las regiones ucranianas en disputa. Sin embargo, Donald Trump rechaza esa idea, explica el director del Centro de Estudios Post-Industriales de Moscú, Vladislav Inozemtsev.
Ante la hostilidad mediática occidental y las infundadas alertas de Poroshenko, Rusia ha emprendido una campaña internacional para explicar su actuación en este incidente. “Los dirigentes ucranianos tienen toda la responsabilidad por crear una nueva situación de conflicto y por los riesgos que ello conlleva”, manifestó Putin a la canciller alemana Ángela Merkel.
Con esa declaración, el mandatario ruso desactivó la estrategia diplomática de Poroshenko con la líder alemana, que le había prometido mediar con Moscú para frenar la tensión. A su vez, Putin expresó su confianza de que Berlín influya en disuadir a las autoridades ucranianas de dar nuevos pasos irreflexivos.
En Alemania, el viceministro de Exteriores y exembajador ante la Organización del Tratado del Atlántico (OTAN), Alexandr Grushkó, descartó que esta crisis desemboque en un conflicto militar. “Al fin y al cabo debe prevalecer la razón”, reflexionó.
A esta compleja situación se suma Turquía, otro actor regional que intentaba inclinar la balanza a favor de Occidente. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, acordó telefónicamente con Poroshenko incluir esta crisis en la agenda de la cumbre del G20. En esa ocasión, el golpista pedía al presidente de Turquía “aumentar la presión sobre Rusia” para liberar a los marineros y sus buques.
PROVOCACIÓN Y REACCIÓN
Noviembre 25Dos lanchas artilladas y un remolcador de la Armada de Ucrania violaron por ocho horas aguas territoriales rusas en el Mar Negro, frente a Crimea, y las del estrecho de Kerch, donde esas naves fueron detenidas.
Guardacostas rusos apresaron a los 24 marineros de los barcos ucranianos Berdiansk, Nikopol y Yani Kapu.
Poroshenko impuso el Estado de Excepción, que limita libertades de reunión, expresión, agitación política e incluso permite al Estado confiscar propiedades a su arbitrio.
Además, ordenó desplegar tropas en Chernigovskaya, frontera con Rusia y 10 regiones costeras con este país.
Noviembre 26. Se interrogó a la tripulación ucraniana y se le acusó, con base en el Artículo 322 del Código Penal ruso, de desoír las repetidas advertencias de patrullas rusas para detenerse, de apuntar con sus armas contra las embarcaciones rusas y violar premeditadamente la soberanía rusa en el Mar Negro.
Noviembre 27. El Tribunal de Simferópol, capital de Crimea, condenó a los intrusos a dos meses de prisión.
A la vez difundió las órdenes que la flotilla ucraniana recibió por escrito de sus superiores, que consistían en cruzar el estrecho de Kerch y llegar al puerto de Berdiánsk en el mar de Azov “sin ser detectados por los guardacostas rusos”.
Los detenidos permanecerán en prisión preventiva hasta el 25 de enero.
Noviembre 28. Kiev expresó a Washington su temor de que los marineros sean condenados a varios años de prisión.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.