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(1524-1566). Perteneció a la Escuela Lionesa del Renacimiento y recibió entre otros muchos apelativos el de La Safo de Lyon, por la ciudad donde nació, y La Bella Cordelera, por ser hija y estar casada con hombres de esa industria. Se conocen muy pocos datos sobre su vida e incluso algunos críticos han llegado a especular que fue más una invención del grupo poético al que perteneció. Su obra se centra en tres Elegías escritas al estilo de Ovidio y 24 sonetos muy conocidos que ensalzan la pasión de la mujer con un alto grado de erotismo y en un tono que rememora a Petrarca y el Neoplatonismo. Son conocidas también dos breves obras en prosa.
VIVO Y MUERO A LA VEZ…
Vivo y muero a la vez, me ahogo y quemo;
alterno el frío con la calentura;
y es mi vida, tan plácida y tan dura,
tedio mezclado con un gozo extremo.
Lloro y río a la vez, confío y temo;
en mitad del placer sufro tortura;
mi bien se va, mi bien jamás perdura;
y me seco y doy flor, oro y blasfemo...
Así inconscientemente Amor me lleva,
y, cuando pienso estar más desolada,
salgo, de pronto, de la pena nueva.
O creyéndome cierta de mi dicha
y en lo alto de la hora más deseada,
Amor me vuelve a mi anterior desdicha.
MIENTRAS PUEDAN MIS OJOS
Mientras puedan mis ojos verter llanto,
llorando por tu amor en todo instante,
mientras mi voz entre sollozos cante
venciendo todavía su quebranto,
mientras pueda mi mano, al son del canto,
decir tu gracia en mi laúd amante
y mi alma esté dichosa y anhelante
queriendo solo comprender tu encanto,
no desearé la muerte todavía.
Mas cuando sienta rota la voz mía,
los ojos secos ya, la mano inerte
y sienta que ya mi alma no podría
mostrarse amante, pediré a la muerte
que venga a oscurecer mi claro día.
Soneto I
Ni Ulises ni otro Nadie más astuto
aventurado hubiera en su semblante
tan divino, agraciado y respetable,
el afán y el quebranto que yo sufro.
Porque, Amor, con los bellos ojos tuyos
tal llaga en mi alma ingenua perforaste
–nido ya de calor para albergarte–
que no podrá tener remedio alguno
si no se lo das tú. Qué dura suerte:
mordida de escorpión, ayuda clamo
contra el veneno a quien me da la muerte.
Solo le pido calme esta agonía;
mas no extinga el deseo a mí tan caro
que si me ha de faltar me moriría.
Soneto II
Bello mirar oscuro y extraviado,
cálido suspirar, llantos vertidos,
días de luz en vano amanecidos,
negras noches que en vano se anhelaron;
triste plañir, deseos obstinados,
derroches de dolor, tiempo perdido,
muertes mil que mil redes me han tendido,
males que contra mí se han destinado.
Risa, frente, cabellos, manos, dedos,
laúd quejoso, voz, arco, vïola:
¡tantas llamas que queman a una sola
mujer! Me quejo a ti: con tantos fuegos
tanto lugar del corazón me inflamas
y ninguna centella a ti te alcanza.
Soneto III
Oh, perpetuo deseo y vana espera,
tristes suspiros, lágrimas que suelen
hacerme brotar ríos cuya fuente
y manantial mis ojos los encierran.
Oh, crueldad inhumana, oh, aspereza,
compasivo mirar de luz celeste:
del corazón transido pasión fuerte,
¿creéis que aún podrán crecer mis penas?
Que Amor siga ensayando en mí su arco,
que arroje nuevos dardos, fuegos nuevos,
que se ensañe y que intente lo más bajo.
Tan afectada estoy en todas partes
que ya una herida más sobre mi cuerpo
no encontrara lugar para empeorarme.
Soneto IV
¿Qué grandeza hace al hombre venerable?
¿Qué talla, qué pelaje, qué color?
¿Qué es de los ojos lo más embriagador?
¿Quién hace de pronto una herida incurable?
¿Qué canto es al hombre favorable?
¿Quién más penetra cantando su dolor?
¿Quién a un dulce laúd torna mejor?
¿Qué naturaleza es la más amigable?
No podría decirlo con firmeza,
Habiendo mi juicio amor forzado;
Pero yo sé bien, y es clara la certeza,
Que todo lo bello que se pudiera escoger,
Y todo el arte que a naturaleza ha ayudado,
No podrían mi deseo hacer crecer.
Soneto V
Si arrebatada en bello seno fuera
de aquel por quien muriendo yo estoy viva:
si la suerte con él quiere que viva
ese tiempo que envidia no interfiera,
si asido a mí, Querida, me dijera,
holguémonos, que Mar embravecida
no habría, ni Borrasca a la deriva
que los lazos unidos destruyera:
si teniéndolo así en abrazo estrecho,
como el Árbol con la Hiedra al pecho,
llegase Muerte, cual celosa diva:
cuanto más suavemente me besara,
y por sus labios mi alma se fugara,
morir dichosa fuera, más que viva.
Soneto VI
No me culpéis, Damas, si hube amado:
si arder en mí sentí uno y mil cirios,
mil trabajos dañinos, mil delirios:
si el tiempo yo perdí al haber llorado,
que no acabe mi nombre censurado.
Si débil fui, mis penas son presidios.
No agreguéis hiel a lo que son martirios:
sabed que Amor, aun no convocado,
sin que Vulcano vuestro ardor excuse,
sin que a un Adonis la belleza acuse,
a vos pudiera herir, enamoradas:
y más que a mí, con ocasión más leve,
y con pasión más fuerte y más aleve.
Guardaos de no ser más desdichadas.
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Escrito por Redacción