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En colaboraciones anteriores me he referido al éxito económico de China; hoy creo necesario atender y reflexionar sobre los factores que los han hecho posibles. En su fase moderna, el parteaguas histórico fue la revolución de 1949 dirigida por Mao Tse Tung. La construcción de la nueva sociedad enfrentó grandes dificultades estructurales, pues era aquella una sociedad semifeudal (más del 80 por ciento de población rural). Después de Mao, y luego de un interregno, Deng Xiaoping asumió el liderazgo en 1978. Vendría la reforma y un despegue económico sorprendente, y profundamente humanista, cuyo objetivo es acabar con la pobreza, y viene haciéndolo: “en los últimos ocho años, casi 100 millones de personas han dejado la pobreza extrema” (Xi Jinping). Según el Banco Mundial, “... desde finales de la década de los 70 del siglo pasado, China ha sacado de la pobreza a 800 millones de personas... (BBC News Mundo, 26 febrero de 2021).
Pero, ¿cómo explicar el fenómeno chino? Primeramente, el gobierno y el partido no han abandonado los principios sobre los que se erigió la República Popular China: construir una sociedad superior al capitalismo, con desarrollo soberano y bienestar popular. Entendiendo (y aplicando) la tesis de Marx de que las sociedades en su desarrollo no pueden quemar etapas, se diseñó un modelo económico que llaman “socialismo de mercado”, que atiende la tarea del desarrollo capitalista; síntesis inteligentemente estructurada de una economía dirigida por el partido, el Partido Comunista Chino, pero con capitalismo operando en su base productiva. Lenin en su tiempo había planteado en la Nueva Política Económica que construir el socialismo en una economía de capitalismo incipiente requería de la asociación con el capital, nacional y extranjero, pero bajo la rectoría del Estado y el pueblo, sin dejarle en absoluta libertad, pues se vuelve pernicioso y acumula la riqueza. China sigue instrumentando los planes quinquenales (la tan vilipendiada “economía centralmente planificada”). No sufre crisis ni desfases entre producción y consumo, y progresa con una estrategia de objetivos y medios claros, y visión de largo plazo.
Ha sido clave el liderazgo del partido (con 92 millones de integrantes), con la confianza y el apoyo de un pueblo políticamente educado, que hoy, gracias a su disciplina, ha superado la pandemia. Vital ha sido impedir que el poder corrompa al partido. No ha quebrado su historia, y se honra la obra de Mao, el líder histórico (sin que ello impida la modernización). Como estrategia, lo primero ha sido atender las necesidades internas y consolidar su modelo, evitando involucrarse en conflictos, sobre todo militares, que no afecten directamente su entorno. China no participa en ninguna guerra en el mundo. Limita su influencia a los negocios y al llamado “poder suave”: influencia cultural y prestigio; vacunas chinas salvan hoy millones de vidas en el planeta, mientras Estados Unidos y Europa buscan la ganancia.
Fundamental ha sido el desarrollo de la infraestructura. Desde finales de los setenta se han construido 1.1 millones de kilómetros de caminos rurales y 35 mil kilómetros de líneas férreas (Zhu Qingqiao, embajador de China en México). La población ahorra: “... desde principios de los cincuenta, China se esforzó en acumular capital mediante el ahorro interno. Pese a ser uno de los países más pobres del mundo, la tasa nacional de ahorro china antes de 1978 nunca fue inferior al 20 por ciento del PIB; y después de eso, creció la mayoría de los años hasta 2008, cuando alcanzó un máximo del 52 por ciento del PIB” (Yao Yang, Project Syndicate, 22 de octubre, 2019, glosado por Lampadia). Los salarios, al inicio bajos, se elevan, estimulando el trabajo: “Los salarios reales del sector manufacturero de China ya superan con cierta holgura los del promedio de América Latina (...) El único país de la región que todavía tiene mejores salarios es Chile, mientras que tanto Brasil como Argentina quedaron atrás (...) los salarios chinos representan aproximadamente 70 por ciento de los ingresos laborales de los países medianos de la eurozona” (eleconomista.com.ar, cuatro de diciembre, 2018).
Aumentar la productividad (ésa que nuestro Presidente considera un concepto neoliberal) permite superar la pobreza rural. “... la estrategia ayudará a mejorar la calidad, la eficiencia y la competitividad de la agricultura, pondrá la construcción rural en una posición importante en la modernización socialista, profundizará las reformas rurales y mejorará el mecanismo integrado de desarrollo urbano-rural” (Global Times, www.aa.com, csinco de diciembre de 2020). Las exportaciones, inicialmente locomotora de la economía, son poco a poco desplazadas por el mercado interno.
Se impulsan la apertura y la modernización con criterio regional: primero en Zonas Económicas Especiales, en la región costera (al principio fue Guangdong); después, el desarrollo progresa tierra adentro, a Mongolia Interior, Xinjiang, el Tíbet. Se libra una importante lucha por un ambiente limpio. Según elperiodicodelaenergia.com, cinco de enero, en 2020 “... la central hidroeléctrica más grande del mundo (...) Tres Gargantas (...) rompe el récord mundial (...) de electricidad generada por la central hidroeléctrica de Itaipu en América del Sur (...) puede reemplazar aproximadamente 34.39 millones de toneladas de carbón estándar y reducir las emisiones de dióxido de carbono en aproximadamente 94.02 millones de toneladas (...) es lo equivalente a plantar 370,000 hectáreas de bosques (...) el 45% del consumo eléctrico de toda España durante 2020”. En otras fuentes, (Xinhua, 12 de diciembre): “China ocupa el primer lugar mundial en capacidad de generación eólica recién instalada (...) también es líder global en la generación y consumo de energía solar e hidroeléctrica, entre otras fuentes renovables”.
Superando poco a poco el simple ensamblado, pasa a la innovación. “... sus empresas tecnológicas evolucionaron rápidamente y dejaron de copiar los éxitos de Silicon Valley para lograr grandes avances por su cuenta (...) Ahora (...) las empresas estadounidenses aprenden de las chinas” (The New York Times, 21 de noviembre de 2018). Y viene preparando una firme base científica: “Durante las tres décadas, de 1978 a 2007, más de un millón de estudiantes chinos estudiaron en el extranjero...” (Ezra F. Vogel, Deng Xiaoping y la transformación de China, pág. 456)
Decisiva ha sido la alianza estratégica con Rusia e Irán (considérese el abasto de gas natural y petróleo). En acto de soberanía se ha librado de la propaganda americana: “... China también se aisló del Internet que ve el resto del mundo y creó el suyo. Ahora cuenta con las únicas empresas de Internet del mundo equiparables a las estadounidenses en cuanto a su ambición y alcance. Todo se ha dado en un área del ciberespacio a la que no tienen acceso los gigantes de la web como Facebook y Google, y que está supervisada por censores” (The New York Times, 21 de noviembre de 2018).
Pilar del éxito ha sido la movilización popular como fuente de la energía política y económica. Inspira esta colosal obra la cultura del esfuerzo. China es monumento vivo al trabajo. Por su idiosincrasia, es un pueblo muy laborioso, donde no priva el ideal del ocio como concepto de felicidad; no se ve al trabajo como una maldición, y ello le permite superar sostenidamente a Estados Unidos. En fin, una estrategia visionaria y un esfuerzo sostenido han llevado a China, con sus mil 400 millones de habitantes, a un sitio de avanzada en la humanidad, generando una experiencia de la que se debe aprender.
El capitalismo pretende seguir arrancando tiempo de trabajo no pagado a las inmensas masas de trabajadores del mundo.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.