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Julio Correa, dramaturgo y poeta popular del Paraguay
Correa ocupa un distinguido sitio como pionero del teatro paraguayo y su obra dramática consta de 20 piezas, entre las que destacan Sandía yvyguy, Guerra aja, Terehojevy fréntepe y Pleito rire, todas en guaraní.
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El pasado 14 de julio se cumplieron 70 años del fallecimiento de Julio Correa (1890-1953), considerado el dramaturgo nacional más importante y durante mucho tiempo la figura de mayor influencia en el escenario teatral paraguayo; sus obras dramáticas abordan el tema del sufrimiento del pueblo durante la Guerra del Chaco y denuncian la explotación y la miseria en su país, fundamentalmente en el medio rural, que recorrió durante años con su propia compañía, actuando y dirigiendo sus obras, que hablaban al campesinado, en lengua guaraní, de sus problemas económicos y sociales, rebelándose ante la injusta omisión literaria del segundo idioma oficial de Paraguay, hablado hoy por el 60 por ciento de la población de aquel país. Correa ocupa un distinguido sitio como pionero del teatro paraguayo y su obra dramática consta de 20 piezas, entre las que destacan Sandía yvyguy, Guerra aja, Terehojevy fréntepe y Pleito rire, todas en guaraní.

En contraste con su vasta dramaturgia, Julio Correa no fue un poeta prolífico. En vida solo publicó un libro de poemas, Cuerpo y alma (1943), dejando inéditos numerosos textos que vieron la luz, bajo el título de Obra poética, en 1983, cuando habían transcurrido treinta años de su muerte. Pero esta parquedad de su lira no resta mérito a lo publicado; un número importante de sus poemas se incluye con frecuencia en las antologías de poesía de denuncia por el espíritu combativo que ostentan, que llama a rebelarse y clama venganza por los crímenes atroces de los poderosos; en más de una ocasión, este estrecho vínculo del poeta con su pueblo le valió persecución y cárcel. En Parto, las dos primeras estrofas describen el sufrimiento del pueblo y los crímenes de Estado que soporta, a los que compara con la oscuridad que precede al alba, que anuncia, esperanzado, en los dos versos finales.

 

Es el dolor de todos la angustia cotidiana

de vivir oprimidos.

La guardia pretoriana,

cáfila de bandidos

veja, atropella, mata y encarcela

y atentamente vela

por la vida maldita de un gobierno

que anhela ser eterno cilicio, cruz,

                                     [baldón

y vampiro que chupa el corazón

inmenso de la raza

más noble y más valiente.

 

El azote, el puñal y la mordaza

y la befa inclemente,

la cárcel, el destierro y el insulto

y los asesinados boyando

entre el tumulto

de las olas del río,

crimen horrendamente impío,

concreción espantosa de la malignidad

que de dolor al pueblo tiene harto…

¡Y es nada más que el gran dolor del

                                       [parto,

Y ya está por nacer la libertad!

 

En No cantéis más, poetas, expresa el rechazo al afrancesamiento arcaizante y elitista de la poesía encasillada en un modernismo desprovisto ya de su impulso original; subversivo, llama a combatir en las calles el crimen, la opresión y la mentira.

 

No cantéis más, poetas,

vuestra vieja canción,

de los dulces amores y de la vieja pena,

con las puerilidades de la «dura cadena»

que un Cupido de palo os ató al corazón.

Dejad a un lado los jardines,

a los viejos poetas del Trianón

y Versalles,

con las cursilerías de Pierrots,

Arlequines, princesas y pastores

de los floridos valles.

Volad a las calles

y con los adoquines

formad las barricadas

heroicas del Derecho.

Es ahora la hora

de presentar los pechos

a la ametralladora

y de morir deshechos

vengando los agravios,

el himno de los libres en los labios,

crispadas o cerradas en puños vuestras

                                     [manos,

golpeando la frente sucia de los tiranos.

 

No cantéis más, poetas, vuestras viejas canciones, 

cuando a las libertades se oponen las murallas

de crimen y mentira;

y son vuestros señores los ladrones,

e impera la canalla

más ignara y más vil,

abandonad la lira

y empuñad el fusil.

 

Imposible omitir, en esta incompleta muestra de su obra, el desgarrador Romance del niño asesinado, en el que concentra toda su indignación ante el brutal asesinato de un inocente a manos de bestias que, hoy como entonces, son capaces de segar la vida de lo más puro de la sociedad.

 

Todo ensangrentado,

como un Jesucristo,

por ser todo un hombre

frente a los esbirros

de la tiranía,

han muerto a aquel niño.

 

Después de arrancarle

los dientes en frío,

le despedazaron

la cabeza a tiros.

 

Y de sus puñales

mellaron los filos

clavando su pecho

los cuatro asesinos.

 

Detrás de un cadáver,

camino del río,

manchados de sangre

van cuatro bandidos.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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