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El enciclopédico loro de Calibán
Uno de los diálogos de la Chabola de Bartra es protagonizado también por Parrés, pero en tal caso, su interlocutor no es su conciencia comunitaria, sino el anciano gigante Calibán, quien le cuenta a él y a Roldós que antes de que se enrolara en el ejército republicano español tuvo la compañía de un viejo loro que hablaba sin parar todo el tiempo. Este capítulo es, sin duda, el más gracioso de la novela:
“Cuando lo compré –dice Calibán– me aseguraron que tenía más de noventa años. Debía ser muy viejo, porque era mucha su experiencia.
“–¿De qué?, preguntó Parrés, divertido.
“–¿De qué ha de tener experiencia un loro, hombre? Eso se le ocurre a cualquiera, pues de hablar. Era un bicho muy parlero, se pasaba todo el día habla que habla y sabía más cosas que una enciclopedia en 40 volúmenes. Vivió en mi casa durante 20 años, ni más ni menos… así, pues, el animalito vivió tanto como Noé, y quién sabe lo que hubiese vivido aún si… ¡ya quisiera yo llegar a los 110 años del loro! Murió de un accidente, de un terrible accidente.
“–¿Qué le pasó?, preguntó Roldós.
“–Murió aplastado por un espejo. Así, tal como suena. En el comedor de mi casa había un espejo que había pertenecido a los abuelos de mi padre, con un pesado marco negro, y un día el espejo cayó y aplastó al pobre loro que se encontraba casualmente debajo… muerto parecía una calcomanía.
“–¡Caramba!, exclamó Roldós.
“–¿Acaso no lo crees?
“–¿Por qué no he de creerlo? Cosas más raras pasan en la vida –comentó Roldós, sonriendo irónicamente– ¿Y el infeliz loro murió sin hacer testamento?
“–¡Vete al cuerno!, contestó Calibán echándose al coleto otro largo trago. Luego dijo: Creo que lo mejor que podríamos hacer es dedicar una horita a los naipes antes de acostarnos. Pero debemos ponernos de acuerdo acerca de las posturas.
“–No tenemos dinero, se apresuró a anunciar Tarrés.
“–¿Y quién habla de dinero! Yo tampoco tengo, ¡por todos los piojos del campo! Pero jugar en blanco no me hace la menor gracia. Podríamos apostar algo, pues no hay nadie que no tenga nada en este cochino mundo. Se me ocurre una idea. Yo juego con uno de vosotros y mientras por vuestra parte apostáis el perro…
“–¡Ni hablar!, le interrumpió Roldós- Y tú ¿qué apostarías, si se puede saber?
“–¿Yo?… pues lo que queda de aguardiente en la botella, contestó Calibán, apresurándose a beber otro trago. Lo que queda ahora, añadió, soltando una estentórea carcajada”.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural