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Guerra y paz y el problema de la filosofía de la historia
Tolstói publicó una verdad que antes, entonces y ahora es incuestionable: los planes y proyectos elaborados por las grandes mentes solo son efectivas cuando las masas los hacen suyos.
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Guerra y Paz, de León Tolstói, es uno de los libros más destacados de la literatura rusa. Por la amplitud de temas que trata, es posible encontrar reflexiones importantes sobre problemas que, desde hace mucho tiempo, han ocupado al género humano.

Aparentemente, su historia se ocupa de la vida cotidiana de la aristocracia rusa durante las guerras napoleónicas, pues los integrantes de esta clase social creen disponer de la voluntad de Rusia.

El tema de la guerra empieza a sonar muy pronto en la novela y permite observar la importancia que, para la nobleza, dicho recurso le ofrece la oportunidad de probar su honor y servilismo al zar Alejandro, o sus ganas de conocer a Napoleón, la gran leyenda viviente que impresionaba a sus adversarios en ese país y en toda Europa.

En los personajes de Guerra y Paz hay un cuestionamiento que poco a poco coge fuerza en el relato: ¿quién dirige la guerra? ¿Napoleón, el zar Alejandro, los nobles que participan en ella, los generales que encabezan las tropas? Éstos son los personajes más visibles, los que quedan en los libros de historia y los que, gracias a su forma de pensar o sus acciones, supuestamente ganan o pierden las guerras.

Pero Tolstói sostiene que esto no es así porque, aunque todo mundo creía saber cómo iba a desenvolverse la historia, nadie previó que algunas de las particularidades en la contienda provocarían finalmente la retirada de los franceses hacia Moscú.

El gran escritor ruso brinda esta explicación sobre el curso que finalmente tomó el citado episodio histórico: la realidad tiene muchas particularidades y, por lo mismo, es muy rica y compleja. En el libro relata cómo es que uno de los personajes reflexiona sobre la guerra y afirma que es como un juego de ajedrez; mientras que otro apunta que, aunque es parecida a éste, sus piezas no tienen la certeza ni el valor de las del ajedrez, con las que siempre hay modo de asegurar la partida privando al adversario de sus piezas más importantes o creando superioridad numérica, lo que no es posible en la guerra donde, a veces, un pequeño destacamento logra derrotar a un contrincante grande y mejor armado, lo que naturalmente no está previsto en la pizarra de los generales. Esta concepción de la historia es sin duda discutible.

En la gran novela hay otro asunto que a Tolstói le preocupa rebatir de manera contundente: la creencia de que una voluntad individual puede decidir el curso o el destino histórico de una nación, ya que aceptar esta falacia, en el caso de la guerra, se estaría negando la valentía del pueblo ruso, el cual, en estricto sentido material e histórico, fue el verdadero triunfador de esa guerra. El escritor cuenta que cuando los franceses lograron derrotar a los primeros defensores rusos y penetrar en el territorio de éstos, ni el zar ni sus generales tenían un plan alternativo para resistir la invasión, y solo pudieron reclutar al mayor número posible de ciudadanos, que prácticamente iban a ser utilizados como carne de cañón. Sin embargo ellos, con base en su coraje y contra todo pronóstico, hicieron más daño a los franceses de lo que se esperaba.

Tolstói publicó una verdad que antes, entonces y ahora es incuestionable: los planes y proyectos elaborados por las grandes mentes solo son efectivas cuando las masas los hacen suyos; ya que cuando los hechos no ocurren así, el pueblo siempre ve la manera de salir triunfante, por propia cuenta, de los problemas.


Escrito por Alan Luna

Columnista de cultura


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