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“Cuando la revolución está en peligro, no podemos caer en tontos prejuicios burgueses. Si los capitalistas alemanes son tan cándidos como para llevarnos a Rusia, allá ellos. Por mi parte, acepto el ofrecimiento. ¡Iré!”: Lenin.
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A estas alturas, sólo los renegados y los fervientes defensores del imperialismo niegan que la Revolución rusa fue el evento más trascendente del siglo XX, tanto que sigue influyendo en las políticas de los Gobiernos y en la batalla cultural del mundo moderno. Considero importante remontarnos a los hechos y personajes que dieron al mundo una alternativa real ante un capitalismo que ya comenzaba a devorarlo todo.
Ya estamos en octubre y, en unos días, saldrá a la luz una obra sin precedentes en el análisis marxista sobre la Revolución rusa con el sello de Editorial Esténtor. Es por este motivo que me permitiré hacer algunas recomendaciones, como complemento para su estudio.
Con el inicio de la Primera Guerra Mundial y ante la actitud patriotera de la Segunda Internacional en el Congreso de Stuttgart en 1907 con relación a la guerra, Lenin opuso la necesidad de transformar “(…) la actual guerra imperialista en guerra civil”, dado el carácter de la primera que, en su criterio, constituía una “(…) guerra por el reparto del mundo, por la partición y el nuevo reparto de las colonias, de las “esferas de influencia” del capital financiero”. Recordemos que es en 1916 cuando sale su obra “Imperialismo, fase superior del capitalismo”, un folleto lleno de estadísticas que probaban su tesis.
En los primeros meses de 1917, cuando se iniciaba en Rusia la revolución, el Gobierno alemán decidió apoyar a estos exiliados para que regresaran a Rusia, con la esperanza de que la sacaran de la guerra. Fritz Platten, secretario del Partido Socialdemócrata suizo, había logrado un acuerdo con el káiser Guillermo II para que Lenin y sus compañeros pudieran atravesar Alemania. Para agosto de ese año, el Ministerio Público declaró a Lenin y Zinóviev culpables de espionaje al servicio de la causa alemana.
Mucho se le ha criticado a Lenin el supuesto “pacto con los alemanes”, sus detractores han llenado libros enteros para descalificarlo reduciéndolo a espía alemán. ¿Fue Lenin un espía alemán, tal como lo señalan sus opositores? ¿Cuáles fueron las causas que obligaron a Lenin a tomar la oferta del gobierno alemán? ¿Bajo qué condiciones Lenin acepta trasladarse en un tren blindado? ¿En qué consistía ese acuerdo? No es el propósito de este libro responder a todas esas cuestiones de manera definitiva, pero sí contienen elementos muy importantes para un análisis más completo.
Para mí, no hay duda de que Lenin tenía su propia agenda y que, para llevarla a cabo, tenía que volver a Rusia por los medios que fueran. El propósito de Merridale es reconstruir el viaje de 3.200 kms realizado por Lenin desde Zúrich hasta San Petersburgo, con la precisión propia de los archivos que reposan en museos ferroviarios y las rutas realmente existentes para 1917 (cabe destacar que la escritora hizo un viaje de ocho días en tren por Europa, para repetir el trayecto que recorrió Lenin, experiencia que le sirvió para escribir este libro), así como problematizar las versiones oficiales creadas años después de aquel “viaje que cambió el mundo”.
La autora desarrolla, en 11 capítulos, las condiciones de Europa en medio de la guerra. En los primeros capítulos narra los entresijos políticos que vivía Alemania y que la obligaron a acercarse al líder bolchevique, al igual que las maniobras de Parvus, el excéntrico personaje que, de alguna manera, contribuyó para que se diera el encuentro. Los dos capítulos finales se dedican a las investigaciones que se realizaron para acusar a Lenin de espía alemán y para quienes quieren saber quiénes y cuántos llegaron con Lenin a Finlandia y cuál fue su destino después de la revolución.
A pesar de las polémicas en torno al tren precintado, considero que el éxito de Lenin radicó en la acertada adecuación de la táctica política que estuvo definida por la “(…) única base sólida que ha de tener: los hechos”, antes que en preceptos teóricos generales, sin dejar a un lado su análisis desde el enfoque de la lucha de clases, condición clave que le permitió asumir el liderazgo en un período tan convulso.
El tren debía llegar a las 23 h del 16 de abril, lunes de Pascua, pero lo hace los primeros minutos del día 17. Zweig lo narra de la siguiente manera: “cuando el tren entra en la estación finlandesa, en la enorme explanada delantera hay cientos de miles de trabajadores. Guardias de honor de todos los batallones y regimientos aguardan al que regresa del exilio. Suena “La Internacional”. Y cuando aparece Vladimir Ilich Ulianov, el hombre que antes de ayer aún vivía en casa del zapatero remendón, es agarrado por cientos de manos y subido a un tanque. Desde las casas y desde la fortaleza, los proyectores enfocan a él, que desde el carro blindado dirige su primer discurso al pueblo. Las calles tiemblan..."
Molesto por la exagerada bienvenida, Lenin llama a la revolución mundial nada más bajar del tren: “El pueblo necesita paz, el pueblo necesita pan, el pueblo necesita tierra. Y ellos le dan guerra, hambre, no pan y dejan a los terratenientes con la tierra. Debemos luchar por la revolución social, luchar hasta el final, hasta la victoria completa del proletariado. Larga vida a la revolución social internacional. (...) Esta guerra entre piratas imperialistas es el comienzo de una guerra civil en toda Europa". Los bolcheviques sabían que llevaban el germen que cambiaría al mundo y, por tanto, lo que se les vendría encima. Churchill los llamaría “el arma más terrorífica de todas”.
Zweig lo sabía: y pronto empiezan los "diez días que conmocionaron el mundo". El proyectil ha dado en el blanco, ha destruido un imperio y cambiado la faz del mundo.
¿Qué diferenció a Lenin de los otros revolucionarios? Merridale responde de la siguiente manera: Determinación. Era el único que realmente pensaba que la revolución se podía lograr y que tenía el deber histórico de hacerlo. Lenin simplemente dijo: “La historia nunca nos perdonará si no tomamos el poder ahora”. Él creía que ése era el destino y lo buscó, y fue incansable. En ese sentido, no era una diferencia ideológica, era una diferencia de temperamento y voluntad. Lenin era el único revolucionario que pensaba las 24 horas del día en la revolución, que soñaba con ella, nadie más tenía esa mentalidad.
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Escrito por Editorial Esténtor
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