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Comienza un nuevo ciclo
Muchas cosas en común tuvieron los pueblos de la antigüedad, entre ellas el afán de eternizarse en la memoria de las generaciones futuras.
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Los testimonios más antiguos de las grandes civilizaciones que dieron paso a la vida que conocemos son de varios tipos: inscripciones, misteriosas al principio, y que poco a poco han sido develadas; edificios de grandes dimensiones, enormes o diminutos objetos de piedra, metal o barro, rollos de papiro, cuero, papel o madera, vestigios orales de otro tiempo fijados al fin en una lengua moderna y luego las manifestaciones artísticas y la filosofía de nuestros ancestros. Muchas cosas en común tuvieron los pueblos de la antigüedad, entre ellas el afán de eternizarse en la memoria de las generaciones futuras, de ser recordados más allá de la muerte.

Las sociedades más avanzadas, aquellas en que el conocimiento de las leyes de la naturaleza y la observación de los fenómenos cíclicos alcanzó un grado más elevado, crearon sistemas para calcular el cambio de las estaciones, la llegada de la lluvia, el frío, o el retorno de los días soleados, hasta llegar a nuestro moderno calendario y a ese artefacto del que nos hemos vuelto esclavos: el reloj.

Ahora que termina otro año es muy difícil resistirse a esa arraigada costumbre de evaluar lo sucedido y planificar el siguiente ciclo, haciendo votos por que los proyectos individuales y colectivos se materialicen. Por eso, ahora que estrenaremos calendario, transcribimos el siguiente fragmento del Popol Vuh, o Libro del Consejo, en el que nuestros antepasados mayas saludan a las fuerzas cósmicas de la naturaleza en que creían, les agradecen por el cumplimiento del ciclo natural y expresan el anhelo de las tribus de vivir en paz y prosperidad. Si tribus somos también ahora, si el bienestar individual depende del colectivo, vayan desde aquí nuestra satisfacción por la jornada que termina y nuestros mejores deseos para que nuestras vidas mejoren en el año que está por comenzar.

 

CANTO DE LOS CONSTRUCTORES (*)

¡Salud, oh Constructores, oh Formadores!

Vosotros véis.

Vosotros escucháis. ¡Vosotros! No nos abandonéis, no nos dejéis,

¡oh dioses!, en el cielo, sobre la tierra,

Espíritu del Cielo, Espíritu de la Tierra.

Dadnos nuestra descendencia, nuestra posteridad,

mientras haya días, mientras haya albas.

Que la germinación se haga.

Que el alba se haga.

Que numerosos sean los verdes caminos,

las verdes sendas que vosotros nos dais.

Que tranquilas, muy tranquilas, estén las tribus.

Que perfectas, muy perfectas, sean las tribus.

¡Que perfecta sea la vida, la existencia que nos dais!

¡Oh, Maestro Gigante, Huella del Relámpago, Esplendor del Relámpago!

Huella del Muy Sabio, Esplendor del Muy Sabio,

Gavilán,

Maestros-Magos,

Dominadores,

Poderosos del Cielo,

Procreadores,

Engendradores,

Antiguo Secreto,

Antigua Ocultadora,

Abuela del Día, Abuela del Alba…

¡Que la germinación se haga! ¡Que el alba se haga!

¡Que numerosos sean los verdes caminos,

las verdes sendas que vosotros nos dais!

¡Que tranquilas, muy tranquilas, estén las tribus!

¡Que perfectas, muy perfectas, sean las tribus!

¡Que perfecta sea la vida, la existencia que nos dais!

*Tomado de El Popol Vuh, Traducción de Miguel Ángel Asturias y J. M. González de

Mendoza, de la versión francesa del profesor Georges Raynaud, director de estudios sobre

las religiones de la América Precolombina, en la Escuela de Altos Estudios de París).


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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