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En la Guerra Civil Española se enfrentaron dos bloques: el de los países fascistas (Alemania e Italia) y el de la Unión Soviética. En la primavera de 1939 Francisco Franco se alzó con el triunfo después de un terrible baño de sangre instrumentado por los fascistas y sus aliados externos. Esta política convenció a José Stalin de que las potencias occidentales no estaban dispuestas a frenar a los nazis y sus aliados. En 1937 Japón capturó las ciudades sobre la costa este de China; las matanzas fueron monstruosas. Tan solo en Nanking murieron más de 300 mil personas, muchas fueron torturadas y violadas. En poco tiempo, Japón controló la región oriental de China, cuya población era superior a los 200 millones de habitantes.
En 1938, Alemania se anexó Austria y poco después Checoeslovaquia. Ante estos gravísimos hechos, el primer ministro de Gran Bretaña, Neville Chamberlain, hizo una declaración infame: “Con esos avances hemos traído la paz a Europa”. Pero tampoco Estados Unidos (EE. UU.) ─menciona Stone en su libro-documental─ hizo nada por detener la gran embestida de los nazi-fascistas, pues mientras en Alemania y en los países invadidos se masacraba a los judíos, el gobierno estadounidense solo recibió en su territorio a cerca de 200 mil refugiados de este pueblo.
En 1939, Stalin firmó un pacto de no agresión con la Alemania nazi, por el cual fue criticado, pero el análisis histórico objetivo lo explica como una medida con la que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ganó tiempo para organizar su defensa militar, ya que Stalin y el Partido Comunista nunca creyeron que los nazis respetarían ese acuerdo y sabían que Hitler lanzaría la mayor parte de su poderío militar contra Rusia. Stalin previamente había intentado firmar una alianza con Gran Bretaña y Francia, pero sus gobiernos se rehusaron en redondo a firmarla; y solo hasta que, en 1939, Alemania invadió Polonia fue cuando ambos países le declararon la guerra, mientras los nazis invadían Noruega, Dinamarca, Bélgica y Holanda; en ese lapso Stalin invadió la parte oriental de Polonia. Es decir, el conflicto mundial escapó en poco tiempo. Pero lo más grave ocurrido en ese periodo fue que el ejército francés se desmoronó en unas cuantas semanas de combate; y en junio de 1940, la burguesía francesa se decidió a colaborar con Hitler y se volvió igual de antisemita que la alemana.
En 1940 el gobierno de EE. UU. organizó una encuesta para sondear a la opinión ciudadana sobre si debía declararse la guerra a Alemania, cuyo resultado fue de rechazo abrumador. Sin embargo, en su documental, Stone sugiere que este estudio pudo estar manipulado, porque se argumentó que, en la Primera Guerra Mundial, la Gran Bretaña había usado a EE. UU. para conservar su poderío colonial. Además, ese mismo año Roosevelt declaró que “ningún joven americano debe ir a la guerra en Europa”. En ese mismo periodo el gobierno estadounidense aplicó duras sanciones comerciales contra Japón por la invasión a China, y Alemania llegó a la cúspide de su poder militar y económico, pues tenía la mayor parte de Europa bajo su control. Hitler incluso declaró triunfalmente: “Le estoy cumpliendo a los alemanes”.
Pero, como se dice en el documental de Stone, el nazismo alemán incurrió en uno de sus más graves errores cuando decidió invadir a la URSS para que, como Hitler había escrito en su libro Mein Kampf (Mi lucha): Alemania ampliara su “espacio vital” a costa de los inmensos y riquísimos territorios de la Unión Soviética. “El futuro de los alemanes –decía Hitler– está en el Este y debe ser arrebatado a la URSS”. En ese momento la Unión Soviética constituía la sexta parte del territorio de la Tierra. La historia ha mostrado una y otra vez que los errores más graves no son los cometidos en el exterior, sino en lo interno y yo, amigo lector, apoyado en el materialismo dialéctico-histórico –que es la forma más científica de analizar la realidad– recordaría que las contradicciones internas son las que determinan el avance o el retroceso de los fenómenos, su éxito o su fracaso, su existencia o su muerte. (Continuará).
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA