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Nació el 27 de marzo de 1903 en la Ciudad de México. Fue un prolífico escritor, cultivo la poesía, el teatro, la crítica literaria y el guion cinematográfico. Desde sus estudios de preparatoria inició amistad con Salvador Novo y Torres Bodet, con quienes más tarde reunió una pléyade de intelectuales mexicanos de la primera mitad del siglo XX, con los que conformaron el grupo de los Contemporáneos. Fue becado por la Fundación Rockefeller para estudiar teatro en la Universidad de Yale. En 1928, fundó el Teatro de Ulises, foro de obras experimentales, donde inició una larga
labor como dramaturgo. Fue colaborador en numerosas revistas y complementos literarios como Contemporáneos, Ulises y Taller, Letras de México, El Hijo Pródigo, Nuestro México, Romance, La Falange, Antena, Revista de revistas, El Universal Ilustrado, El Espectador, el seminario Hoy, el suplemento México en la Cultura y la revista Barandal. Además fue el autor, junto a Fernando de Fuentes, del guion de la película Vámonos con Pancho Villa, y seis películas más.
Murió el 25 de diciembre de 1950; pocos años después, varios escritores mexicanos instituyeron el Premio Xavier Villaurrutia “para honrar al mejor libro publicado durante el año editorial”.
Décimas de nuestro amor
I
A mí mismo me prohíbo
revelar nuestro secreto,
decir tu nombre completo
o escribirlo cuando escribo.
Prisionero de ti, vivo
buscándote en la sombría
caverna de mi agonía.
Y cuando a solas te invoco,
en la oscura piedra toco
tu impasible compañía.
II
Si nuestro amor está hecho
de silencios prolongados
que nuestros labios cerrados
maduran dentro del pecho;
y si el corazón deshecho
sangra como la granada
en su sombra congelada,
¿por qué dolorosa y mustia,
no rompemos esta angustia
para salir de la nada?
III
Por el temor de quererme
tanto como yo te quiero,
has preferido, primero,
para salvarte, perderme.
Pero está mudo e inerme
tu corazón, de tal suerte
que si no me dejas verte
es por no ver en la mía
la imagen de tu agonía:
porque mi muerte es tu muerte.
IV
Te alejas de mí pensando
que me hiere tu presencia,
y no sabes que tu ausencia
es más dolorosa cuando
la soledad se va ahondando,
y en el silencio sombrío,
sin quererlo, a pesar mío,
oigo tu voz en el eco
y hallo tu forma en el hueco
que has dejado en el vacío.
V
¿Por qué dejas entrever
una remota esperanza,
si el deseo no te alcanza,
si nada volverá a ser?
Y si no habrá amanecer
en mi noche interminable
¿de qué sirve que yo hable
en el desierto, y que pida,
para reanimar mi vida,
remedio a lo irremediable?
VI
Esta incertidumbre oscura
que sube en mi cuerpo y que
deja en mi boca no sé
qué desolada amargura;
este sabor que perdura
y, como el recuerdo, insiste,
y, como tu olor, persiste
con su penetrante esencia,
es la sola y cruel presencia
tuya, desde que partiste.
VII
Apenas has vuelto, y ya
en todo mi ser avanza,
verde y turbia, la esperanza
para decirme: “¡Aquí está!”.
Pero su voz se oirá
rodar sin eco en la oscura
soledad de mi clausura
y yo seguiré pensando
que no hay esperanza cuando
la esperanza es la tortura.
VIII
Ayer te soñé. Temblando
los dos en el goce impuro
y estéril de un sueño oscuro.
Y sobre tu cuerpo blando
mis labios iban dejando
huellas, señales, heridas...
Y tus palabras transidas
y las mías delirantes
de aquellos breves instantes
prolongaban nuestras vidas.
IX
Si nada espero, pues nada
tembló en ti cuando me viste
y ante mis ojos pusiste
la verdad más desolada;
si no brilló en tu mirada
Un destello de emoción,
la sola oscura razón,
la fuerza que a ti me lanza,
perdida toda esperanza,
es… ¡la desesperación!
X
Mi amor por ti ¡no murió!
Sigue viviendo en la fría,
ignorada galería
que en mi corazón cavó.
Por ella desciendo y no
encontraré la salida,
pues será toda mi vida
esta angustia de buscarte
a ciegas, con la escondida
certidumbre de no hallarte.
Inventar la verdad
Pongo el oído atento al pecho,
como, en la orilla, el caracol al mar.
Oigo mi corazón latir sangrando
y siempre y nunca igual.
Sé por quién late así, pero no puedo
decir por qué será.
Si empezara a decirlo con fantasmas
de palabras y engaños, al azar,
llegaría, temblando de sorpresa,
a inventar la verdad:
¡Cuando fingí quererte, no sabía
que te quería ya!
Epitafios
I
Agucé la razón
tanto, que oscura
fue para los demás
mi vida, mi pasión
y mi locura.
Dicen que he muerto.
No moriré jamás:
¡estoy despierto!
II
Duerme aquí, silencioso e ignorado,
El que en vida vivió mil y una muertes.
Nada quieras saber de mi pasado.
Despertar es morir. ¡No me despiertes!
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Escrito por Redacción