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Vuelvo sobre el tema de la agresión de Estados Unidos (EE. UU.) a Rusia, no solo porque el tema sigue estando muy presente en los medios de comunicación de México y el mundo, sino porque su desenvolvimiento implica la posibilidad del estallido de una guerra de incalculables consecuencias, no solo para Europa, Rusia y EE. UU., sino para el mundo entero. Los últimos acontecimientos y declaraciones publicadas prueban de manera fehaciente que no se trata de ninguna amenaza rusa a la paz y la integridad de Ucrania, sino que se trata de una nueva acción del imperialismo norteamericano que pretende impulsar su economía mediante la venta de mercancías relacionadas con la guerra y tratar de ganar espacios en el mundo para sostener y ampliar su presencia como potencia única e indiscutible.
Conviene, en primer lugar, poner atención a la intensa actividad de los medios de comunicación occidentales, es decir, de EE. UU. y sus principales aliados, que colocan en sus principales titulares las ya conocidas fake news o noticias falsas que supuestamente demuestran las alarmantes amenazas de Rusia en contra de Ucrania. El mundo entero debe tener siempre presente que la embestida brutal del imperialismo norteamericano contra el pueblo de Vietnam, que dejó millones de vietnamitas asesinados (EE. UU. reconoce haber perdido solo 58 mil 159 soldados), se inició y justificó con base en una noticia difundida a todo el mundo, según la cual, la armada de Vietnam había atacado a fuerzas norteamericanas el cuatro de agosto de 1964, en el ya célebre incidente del Golfo de Tonkín que, terminada la guerra, altos militares norteamericanos y un informe desclasificado de la Agencia de Seguridad Nacional de EE. UU. reconocieron públicamente que nunca se realizó, o sea, que fue un invento criminal. En consecuencia, la opinión pública mundial hará bien en mantenerse muy alerta con respecto a la histeria contra Rusia que lleva a cabo la élite gobernante de EE. UU. Cuidado con la guerra ideológica: es una de las poderosas vigas maestras sobre las que se sostiene la dominación del mundo por parte de un puñado de explotadores.
Contribuyo también a que todos aquellos que por uno u otro motivo no han tenido la oportunidad de informarse acerca de la situación que priva en EE. UU. y, por tanto, lo siguen considerando como modelo a seguir, conozcan un poco más acerca de la terrible realidad que tiene alarmada a la élite norteamericana porque ya genera inestabilidad y es el caldo de cultivo para nada remotos estallidos sociales. EE. UU. ya no es el país próspero, pacífico, relativamente armónico que fue hasta hace unos pocos años. Solo un ciego o un fanático lo consideraría un modelo a imitar.
El periódico La Jornada publicó, el pasado ocho de febrero, esta información sobre nuestro vecino del norte: “Los delitos de odio –aquellos crímenes violentos que se cometen contra víctimas por motivos raciales, color, sexualidad, religión u origen nacional– han alcanzado su nivel más alto en más de 12 años y en 2021 se dispararon en 14 de las principales ciudades del país (…) El número total de crímenes de odio reportados en 14 ciudades principales del país ascendió a más de 2 mil en 2021, un incremento de 46 por ciento (…) Los Ángeles registró el número más alto de crímenes de odio que cualquier ciudad estadunidense desde 2000, con un incremento de 71 por ciento en 2021 y, en Nueva York, se reportó un incremento de 96 por ciento comparado con el año anterior, según un análisis preliminar aún por publicarse del Centro para el Estudio del Odio y el Extremismo de la Universidad Estatal de California reportado por Axios”. ¿Es éste el modelito de vida (¿o de muerte?) que le quieren imponer a sus aliados de la OTAN, a Ucrania, a Georgia o a Rusia y a China, que son sus objetivos más ambicionados?
¿Y la potencia económica de EE. UU.? ¿Cómo va el campeón mundial de la producción y venta de mercancías, la fábrica del mundo y, por tanto, de la concentración y acumulación de ganancias? Desde hace ya algunos años, EE. UU. ya no es un potente vendedor cuya cantidad de mercancías inunde al mundo y cuya calidad asombre a todos y los haga pelearse por adquirirlas. El año pasado, su comercio total con el mundo ascendió a cuatro billones 587 mil millones de dólares, con una balanza comercial negativa de un billón 78 mil millones, es decir, EE. UU. compra más bienes y servicios de los que vende. Y esta situación ya lleva muchos años.
Todo ello prueba la urgente necesidad de norteamérica de reducir, por la fuerza, la capacidad económica y militar de sus competidores. Uno de ellos es Rusia, cuya influencia en Europa ha estado creciendo por la construcción de grandes gasoductos que llevan el gas ruso a numerosos países. Hay que reducir las ventas rusas de gas a Europa y debilitar su capacidad defensiva. Para ello hay que cinchar a Ucrania en la OTAN (y abrir la posibilidad de invadir Crimea). Ya Joseph Biden les dijo a los europeos que EE. UU. y sus amigos se encargarán de venderles gas. Se descaró. No escondió sus intereses económicos. “En primer lugar, dijo, estamos buscando oportunidades para compensar la pérdida de gas –GNL– de Rusia (…) estamos tratando de ver qué podemos hacer para ello y tratando también con nuestros amigos de todo el mundo”. En pocas y reducidas palabras: aquí estamos nosotros para hacer negocio a costa de ustedes.
Y para alcanzar todos esos objetivos (no para defender al pueblo ucraniano ni a ningún otro de nada), ya se lleva a cabo una descarada campaña guerrerista. En un artículo en el influyente Wall Street Journal que, evidentemente, es la voz de uno de los grupos más poderosos e influyentes del imperialismo, publicado el pasado siete de febrero, bajo el espeluznante título Es hora de aumentar el gasto en defensa, el periodista Walter Russell Mead dijo lo siguiente: “Si esta nueva era de competencia geopolítica es otra guerra fría es una cuestión de semántica. Ciertamente volvemos a los niveles de inseguridad de la Guerra Fría, con poderosos adversarios que buscan disminuir la seguridad nacional de los Estados Unidos y la de sus aliados. La respuesta de Estados Unidos y sus aliados debe ser igualmente enérgica. Reconstruir la política exterior estadounidense llevará tiempo. Sin embargo, la tarea inmediata es relativamente simple, y Estados Unidos puede hacerla por su cuenta, sin aliados. Estados Unidos debe volver a tomarse en serio el gasto en defensa. Aumentar el gasto en defensa al 4% del PIB significaría un aumento de más de 200 000 millones de dólares al año con respecto al presupuesto actual, un número que la analista de defensa Mackenzie Eaglen dice que cumpliría con los desafíos globales que enfrenta Estados Unidos, aunque las industrias de construcción naval, aeroespacial y tecnológica necesitarían garantías de que esto se mantendría para invertir (…) El Sr. Biden va a tener un desafío tras otro de una alianza euroasiática recién empoderada e implacablemente hostil. Para proteger su presidencia y a la nación que dirige, debe estar al nivel del pueblo estadounidense sobre las nuevas amenazas y pedir a ambas partes en el Congreso que apoyen el gasto de defensa que el país necesita urgentemente”. Escalofriante. Sobre todo si se toma en cuenta que ya este año EE. UU. asignó 750 mil millones de dólares a los gastos militares, una cantidad superior a la suma de los gastos de las siguientes diez naciones con mayores presupuestos militares y que EE. UU. ya está gastando más dólares en el ejército de lo que gastaba durante el apogeo de la Guerra Fría. Y no pase usted por alto la frase del articulista: “… aunque las industrias de construcción naval, aeroespacial y tecnológica necesitarían garantías de que esto se mantendría para invertir”. Creo que está clarísimo. EE. UU. no está defendiendo a Ucrania ni a Europa, quiere ser el amo del mundo y, en su intento, puede acabar con la raza humana. Más vale que lo sepan los pueblos de la tierra y hagan conciencia del peligro que los amenaza.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".