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Las elecciones del domingo 28 de mayo en Turquía y España muestran al continente europeo en franca crisis política, ideológica y sin visión de futuro. Turquía, el puente euroasiático, otorgó el triunfo al presidente Recep Tayyip Erdogan; y España, la puerta euro-mediterránea, dio un vuelco hacia la derecha con la victoria del Partido Popular (PP). Esta crispada escena incidirá en la relación de México con ambos países y ese continente en crisis.
Mientras el mandatario turco recibía felicitaciones de los jefes de Estado y gobierno de las superpotencias y otros países del mundo, los endémicamente corruptos políticos conservadores ibéricos se auto-congratulaban por “vencer” a un socialismo incapaz en las elecciones municipales y autonómicas.
En la ahora denominada Türkiye, millones de electores refrendaron su confianza en el liderazgo del actual Ejecutivo a tres meses de los devastadores terremotos que asolaron el sureste de esa nación. El mismo día en España, ciudadanos desencantados con la ambigua política de la sedicente izquierda, respaldaron en Madrid y Galicia a un agresivo PP, cada vez más sometido a la extrema derecha de VOX.
Desde hace años que la Turquía de Erdogan se proyecta en el este-europeo, y en el Levante, como un actor necesario en el diseño del mundo multipolar. El personaje se ha posicionado como elemento fundamental en la agenda regional e internacional para concretar acuerdos de paz y seguridad con actores locales y extra-regionales.
En el otro extremo, las élites ibéricas han construido un feudo cada vez más impermeable al progresismo y la multipolaridad. Forman un “euro-trumpismo” receptor de las inconformidades derechistas cada vez más dinámicas y agresivas, que con su campaña mediática paralizó al electorado de izquierda cansado de los yerros de la dirección del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
Es así como el PP, que abandonó el gobierno español por el rechazo de los españoles a sus escándalos corruptos, hoy festeja su victoria en Madrid y Galicia sobre el socialismo nominal y desarticulado. Sin autocrítica y carente de un auténtico proyecto local y exterior, esas élites se aprestan para asumir el liderazgo nacional en las elecciones anticipadas del próximo 23 de julio.
La coyuntura en ambos países explica los resultados electorales y cómo se cierra en las urnas la brecha entre rivales. El instituto sueco V-Dem (variedades entre democracias) advierte una alarmante tendencia hacia los resultados electorales más cerrados y, por ende, que se acuda más a las segundas vueltas.
Esto supone un riesgo porque los derrotados no reconocen la derrota ante gobiernos cuestionados, parlamentos muy polarizados y ciudadanos que exigen legitimidad en las calles. Ésta es una tendencia mundial que los medios corporativos y las redes sociales incorporan el lenguaje violento de las campañas y confrontaciones callejeras.
Erdogan se reafirma
Es obvio que en la reelección de Erdogan (economista, exalcalde de Estambul, primer ministro y presidente desde 2014) pesaron consideraciones geopolíticas en la población del país colindante entre Europa y Asia. El Occidente, liderado por Estados Unidos (EE. UU.) y sus aliados europeos, esperaban que esta elección marcara el fin de 20 años de gobierno de Erdogan.
Pero el “fin del camino”, supuesto por los “tanques ideológicos” (think tanks) de Washington y Bruselas, no llegó. La razón estriba en que el huésped del Complejo Presidencial ha desplegado una política exterior destinada a posicionar a su país como actor necesario en todo asunto relacionado con el diseño político de Europa.
Desde 2014, en el Palacio de Cankaya –que perteneció a Mustafá Kermal, el célebre Ataturk, fundador de la Turquía moderna–, Erdogan ha tenido como premisa fungir como principal puente entre Europa y Asia en beneficio de su país.
Fue así como se hizo aliado cercano de EE. UU. para que avalara su candidatura de ingreso a la Unión Europea (UE), que, sin embargo, está pendiente desde 1999 debido a que el bloque es escéptico con relación al “europeísmo”; y, desde 2018, la mantiene prácticamente congelada porque Erdogan tiene agenda propia hacia Rusia, China y el Medio Oriente.
LA RAPAZ DERECHA DE ESPAÑA
Con mayor participación que otros años, las elecciones en 12 comunidades autonómicas en España arrojaron resultados reveladores: el PP afianzó su triunfo en Madrid y Castilla-La Mancha. Se atribuye este éxito a la violencia de la derecha en la campaña; en Almería, sus militantes radicales embistieron a adeptos del PSOE con una patineta que ostentaba símbolos franquistas.
La actual política española expresa el desencanto por la disminución de puestos laborales que no han sido cubiertos. Con estas cifras, el país representa el primer lugar en la lista de los países europeos con mayor desempleo.
España, cuya realeza derrocha millones de euros en lujos y cuyo empresariado ha obtenido prebendas incalculables con la privatización de servicios estratégicos, desde la pandemia de Covid-19 registra más de 3.12 millones de desempleados, según la Encuesta de Población Activa del primer trimestre del año.
Además, receloso de esta actitud occidental, Turquía se alejó de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y decidió proyectarse hacia el Mediterráneo oriental, donde afectó intereses de Grecia. Su estrategia en el conflicto sirio y su acercamiento a Rusia –a la que compró el sistema antiaéreo S-400– incomodaron más a Occidente.
Sin embargo, la OTAN no puede prescindir de un miembro tan estratégico como Turquía, que es un actor de gran capacidad geopolítica: actúa contra el terrorismo y controla el flujo de refugiados extra-comunitarios; además de que desempeña bien su rol de enlace entre Oriente y Occidente.
En la actualidad, el factor geopolítico ha sido fundamental, sobre todo en el conflicto que se dirime en el este europeo. Aunque entre Ankara y Kiev hay casi mil 902 kilómetros de por medio, la pugna bélica ruso-ucraniana también proyectó una niebla sobre la tercera reelección de Recep Tayyip.
A los estrategas occidentales les preocupa la consistente mejora en las relaciones entre Ankara y Moscú, “archienemigo” de la OTAN. En la crisis de Ucrania, Erdogan objetó las candidaturas de Suecia y Finlandia a ese bloque, hasta que, en marzo, el parlamento turco aprobó la adhesión de Finlandia, el último voto de los 30 legislativos de la alianza.
La OTAN mostró que le preocupa que el Kremlin, a través de Erdogan, acceda a información sensible de la organización. Esta presunción confirma la desconfianza de Occidente hacia la impredecible conducta del mandatario turco.
Por ello, su reelección representa un revés para esa alianza, pues el turco es el segundo ejército más numeroso –solo superado por el de EE. UU.–, y sigue bajo las órdenes de un personaje que la superpotencia no domina.
Reacción global
Rusia vio la victoria de Erdogan con buenos ojos porque es una expresión de su cercanía personal con Vladimir Putin y preserva una actitud opuesta a la beligerancia política anti-rusa que, desde febrero de 2022, mantienen no solo los miembros de la OTAN, sino también los de la Unión Europea.
De ahí que ambos bloques de Occidente confiaran en la victoria del opositor Kemal Kiliçdaroglu, quien habría garantizado que Turquía fuera más pro-occidental y afín a lo que llaman “valores democráticos”. Critican al presidente por el descontrol en la emergencia generada por los sismos de febrero, su férrea opinión sobre los medios de comunicación y la difícil situación económica, en la que destacan la devaluación de la lira y la inflación anual arriba del 80 por ciento.
La próspera región
El largo desafío geopolítico de Turquía con Siria podría solucionarse en el próximo gobierno de Erdogan. La reconciliación entre Ankara y Damasco avanza con la gestión de Moscú; y de ese modo, quedaría anulada la ambición de Washington de evitar que Rusia acceda al Mediterráneo e imponer un pie en el cuello del presidente sirio, Bashar al-Assad.
Este objetivo del imperialismo yanqui no se ha logrado porque, entre otros factores desarrollados durante 2015, la ofensiva rusa contra el Estado Islámico permitió a Siria recuperar territorio estratégico. Esa eficaz intervención de la aviación rusa mostró al mundo la determinación de Moscú de que todo conflicto de importancia geopolítica requiera su participación política y física para resolverse.
Hoy, en plena operación para desnazificar al Donbás en Ucrania, Rusia utiliza su diplomacia para que Ankara y Damasco se reconcilien, lo que mostraría al mundo una región en paz, próspera e integrada mediante lazos de cooperación bilateral entre países con una larga frontera, cuya relación fue bloqueada hace 11 años debido a los manoseos de Occidente.
En abril de este año, las delegaciones de Siria, Irán y Turquía llegaron a Moscú para discutir los términos para vincular lo que, si se logra, representaría la reconciliación entre adversarios eternos como Irán y Arabia Saudita, con la mediación de China.
Los kurdos son todavía un foco de tensión, en particular las Unidades de Defensa del Pueblo Kurdo (YPG), que están integradas por paramilitares extranjeros de nacionalidad estadunidense, canadiense y británica. Esas milicias se atribuyen combates contra el Estado Islámico, aunque por su participación en el conflicto interno del país árabe se las considera de alto riesgo para la seguridad siria y turca.
La segunda vuelta de las elecciones turcas reveló que gran parte de la población favorece los valores conservadores, nacionalistas y de tradición islámica que abandera Erdogan. Y aunque, entre el 14 y el 28 de mayo, el futuro político de Turquía estuvo en vilo, más de 54 millones de electores (casi 50 mil votantes de 18 años y primerizos) acudieron a las urnas; y con el 52.16 por ciento de los votos concretaron el triunfo de Erdogan, quien dirigirá el país hasta 2028.
Rusia, en voz de Vladimir Putin, fue uno de los primeros mandatarios en saludar la victoria de Recep Tayyip. A su vez, el director del Departamento Europeo de la cancillería rusa, Yuri Pilipson, expresó su confianza en que la cooperación con la gran potencia de la región euroasiática se desarrollará con seguridad.
Turquía es influyente e independiente en la mayoría de sus asuntos internacionales. Esto se expresa en el dinámico intercambio comercial ruso-turco que, en 2022, fue de 62 mil millones de dólares, a pesar de que “algunos países occidentales intentaron socavarlo”, denunció Pilipson.
Recep Tayyip Erdogan
El triunfo de Erdogan entrampó a los analistas occidentales en el dilema sobre cómo calificar las elecciones, pues unos las consideraron “libres y democráticas” y otros “injustas y desiguales”. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) difundió críticas contra Erdogan mediante el alegato de que tuvo una “ventaja injustificada” con las restricciones a la libertad de expresión y la parcialidad hacia él en los medios de comunicación.
Aunque el diputado alemán Frank Schwabe admitió que el proceso se mantuvo en la legalidad, objetó que la campaña no fue equilibrada. Igual ocurrió con el internacionalista Fareed Zakaria quien, pese a sus diferencias político-ideológicas con el dirigente turco, admitió en The Washington Post que el resultado apuntaba a un indudable triunfo oficialista.
Ante el fracaso de sus expectativas en torno a que triunfaría “el eterno opositor” y líder del Partido Republicano del Pueblo (CHP), Kiliçdaroglu, las cúpulas políticas de las superpotencias y los ejecutivos de poderosas multinacionales reconocieron la victoria de Erdogan.
Por ello, el rival de Erdogan aceptó su derrota, aunque reveló que todos los medios del Estado se movilizaron a favor de un partido político, se “pusieron a los pies de un hombre” y colocaron a su país en un futuro incierto.
Para entonces, la Casa Blanca, el Kremlin y Beijing, así como líderes de África y Asia, se adelantaron al dictamen del Consejo Electoral Supremo y felicitaron al mandatario turco. Desde América Latina, el primero en saludar ese triunfo fue el brasileño Lula da Silva, seguido por Miguel Díaz-Canel, de Cuba; Nicolás Maduro, de Venezuela; y Daniel Ortega, de Nicaragua.
La felicitación del gobierno de México tuvo un inexplicable retraso y se produjo a través de un mensaje de Twitter, ni siquiera por vía telefónica. Esta frialdad se generó entre naciones con vínculos que datan desde el Siglo XIX, cuya relación diplomática fue formalizada en 1928 y, según Marcelo Ebrard, el actual Secretario de Relaciones Exteriores (SRE), este gobierno está comprometido a profundizar mediante un acuerdo de libre comercio.
Porvenir agitado
El futuro gobierno de Erdogan podría enfrentar un aumento en la presión de los aliados trasatlánticos. Es obvio que se esperaba un cambio, y ahora le cobrarán su decepción con la exigencia de más concesiones. En síntesis: la continuidad del status quo no vaticina un mandato terso, sino de constantes impugnaciones.
Turquía es una pieza importante en el juego denominado “amplia reconstrucción de Europa”, resultante del conflicto Ucrania-Rusia. Es previsible que Occidente despliegue políticas para imponer su tono en los próximos meses; aunque, desde ahora, diseñan formas de “poder suave”, estima el director del Programa Eurasia del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, Ijke Toygür.
Un eje de ataque que se vislumbra es el discurso anti-islámico. Ya existen fuertes versiones en medios occidentales que plantean temor de que “aumente la influencia” de los partidos Hüda Par y Yeniden Refah en la política turca. A su vez, el Partido Republicano del Pueblo (PRP), de Kiliçdaroglu, anunció que mantendrá su política contestataria.
Después de aliarse con el ultraderechista Partido Victoria, no se descarta que negocie con el candidato del tercer lugar en la votación durante la primera ronda, el ultranacionalista Partido Alianza Ata, que postuló a Sinan Ogan.
El Parlamento, asimismo, será escenario de una mayor confrontación entre el partido de Erdogan, Justicia y Desarrollo (AKP), que esta vez obtuvo su peor resultado desde 2002, cuando llegó al poder. Sin embargo, cuenta con el apoyo de los partidos Movimiento Nacionalista (MHP), Nuevo Estado del Bienestar (YF) y de la Gran Unidad (BBP) para mantener el dominio parlamentario.
Desde 2014, Erdogan mantiene la mayoría y la refrendó en 2018, aunque ahora pasó de 285 diputados a 268. En el Parlamento, esta puja se traducirá en fuertes presiones al gabinete de Erdogan, que enfrentará el desafío de sanear una economía más deteriorada por los efectos de los sismos de febrero, que han dejado en picada a la lira turca. Por tanto, la crisis puede profundizarse en los próximos meses; y Turquía necesita aliados y socios.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.