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Pretendiendo explicar la creciente pobreza, los intelectuales del sistema la atribuyen a que somos un pueblo de flojos; a que nos falta ser disciplinados e industriosos, como en otros países, que gracias a tales virtudes gozan de mejor nivel de vida. Los mexicanos, pues, se nos dice, estamos pobres por haraganes. Tal afirmación, sin embargo, se da de bofetadas con la realidad. Me permito incorporar aquí algunas citas con datos publicados por El Economista, disculpándome de antemano por lo extenso de algunas, pero que conviene dejar en sus términos literales, dada su contundencia. Para entender la pobreza, basta solo ver el miserable nivel salarial: en promedio en la manufactura, los mexicanos perciben 2.8 dólares por hora; los estadounidenses, 23.8 dólares. El 18 de agosto, Luis Miguel González publica en el diario referido: “… el promedio por hora de un trabajador alemán es de 22 euros, equivalente a 514 pesos. En México, el sueldo promedio de un trabajador es alrededor de 6,250 pesos mensuales. Con 12 horas de trabajo un alemán alcanza los ingresos mensuales de un trabajador mexicano…”. Ciertamente, los precios en aquellos países son más elevados, pero incluso considerándolos, el diferencial de salarios reales sigue siendo abismal, no obstante que los mexicanos trabajan más. Veamos.
En cuanto a la duración de las jornadas (seguimos leyendo): “Los mexicanos trabajan 2,124 horas al año en promedio, frente a 1,598 horas de los japoneses. Nadie trabaja más horas que los mexicanos, en el registro anual que hace la OCDE entre sus 37 países miembros […] Alemania es el país de esta organización donde se trabajan menos horas, 1,312 (…) Un trabajador mexicano labora 812 horas más que un alemán, por año. Esto es equivalente a 70% más (…) para cerrar la brecha no basta con trabajar 50% más que los japoneses y 30% más que los estadounidenses”. En la OCDE, en promedio, se trabajan mil 687 horas al año; en los países miembros en Latinoamérica, las jornadas también son menores: Chile mil 825 y Costa Rica mil 913.
Hablar de vacaciones pagadas es un lujo en este infierno. El Economista, 20 de septiembre (artículo de Gerardo Hernández, datos del World Policy Analysis Center) destaca: “México sigue a la cabeza como el país con menos vacaciones para los trabajadores”. La OIT, dice, recomienda como mínimo 18 días de vacaciones pagadas al año; sin embargo: “… la legislación nacional contempla, desde 1970, solo una tercera parte de esa cifra (…) Bajo estas reglas de la Ley Federal del Trabajo, los 15 días que se otorgan como mínimo en Chile, Colombia, Ecuador, Venezuela o Bolivia se alcanzan en nuestro país con 10 años continuos de trabajo en una misma empresa (…) En los 50 años de vida de la actual legislación laboral, el capítulo cuatro referente a las vacaciones nunca ha sido modificado en ninguno de sus seis artículos que lo conforman (…) La Organización Internacional del Trabajo (OIT) recomienda un mínimo de 18 días de descanso tras un año de servicio en el Convenio 132 sobre vacaciones pagadas, documento que todavía no ha sido ratificado por México a pesar de estar vigente desde hace casi 50 años”. En nuestra región, Latinoamérica, los días de vacaciones pagadas al año están así: Brasil (la economía más grande), Cuba, Panamá, Nicaragua y Perú, 30 días; Uruguay, 20; Argentina y República Dominicana, 14; Paraguay, Guyana y Surinam, 12; Belice, Costa Rica, Honduras y Jamaica, 10; México… seis días, al fondo de la tabla. Una pavorosa explotación, a ciencia y paciencia de los neoliberales de antes y de la 4T por igual, que no cambia las cosas para no molestar a los acumuladores de plusvalía. Entre tantas reformas impulsadas por López Obrador, con su apabullante mayoría en el Congreso, y si aquí “los pobres son primero y ya no hay neoliberalismoˮ, ¿por qué no ha reformado esta ley, para nivelarnos con la legislación mundial?
Las vacaciones, el necesario descanso, son un derecho humano. El hombre debe trabajar para vivir, y no vivir para trabajar. Un descanso razonable ayuda a elevar la productividad, a recuperar energías; a reducir el estrés laboral y mejorar la calidad del sueño; reduce el número de accidentes y discapacidades; permite elevar la calidad del trabajo realizado; genera entusiasmo y quita al trabajo su carácter esclavizante, lo reivindica, como expresión de la esencia misma del ser humano, medio no solo de subsistencia sino de plena realización de sus capacidades. En fin, permite a los trabajadores la necesaria y humana convivencia familiar; el contacto con sus hijos, para contribuir a su estabilidad emocional, desempeño escolar y armonía en su conducta.
En otra perspectiva, los bajos salarios, prolongadas jornadas, falta de vacaciones y otros factores similares, explican por qué las transnacionales invierten en México. Somos un paraíso para el capital, que se desplaza entre países siempre en busca de la máxima ganancia. Cuando vemos que las grandes fortunas florecen aquí exuberantes, muchas veces no atinamos a saber por qué; pues bien, en todo lo aquí dicho, y otros factores combinados, está la explicación. Es ésta la raíz estructural de la injusta distribución de la riqueza. Y todo esto ocurre al amparo de nuestras leyes (esas que no se quiere modificar), y no, al menos fundamentalmente, gracias a “la corrupción”, a la que con todo cálculo López Obrador atribuye el origen de las grandes fortunas, negando que ello se deba a la plusvalía extraída a los trabajadores, como postulara Marx, aquel pensador que según AMLO se equivocó de medio a medio. Y resulta evidente también que en este contexto son, por decir lo menos, inocuos los cacareados “programas sociales”, pagados, por cierto, con los impuestos cobrados a los pobres mismos.
Según la propaganda oficial el neoliberalismo ya no existe, pero lo vemos aquí tan lozano, solo que ahora con máscara, que diligentemente le ha puesto el presidente, pretendido izquierdista, lo que le ayuda a camuflarse, impidiendo que sus víctimas lo identifiquen y combatan. Pero también le favorece al impedir a todo trance la organización del pueblo, que lo fortalezca al exigir sus derechos de forma unida; AMLO impide así que los trabajadores, individualmente débiles, sumen fuerzas. Y ha controlado también a los sindicatos, en un aggiornamento a la nueva moda de la “Cuarta Transformación” (4T) donde ya no se oye hablar de charrismo. ¿Desapareció también junto con el neoliberalismo? No. Hoy los sindicatos están totalmente sometidos a la 4T, y si se rebelan les ocurre lo que pasó hace poco en Dos Bocas. Por todo lo expuesto, no sorprende que los magnates mexicanos se lleven a partir de un piñón con López Obrador; ellos simpatizan con él porque es también un furibundo (más aún que los neoliberales “de antes”) enemigo de todo lo que huela a defensa organizada de los trabajadores. Así se explica, en fin, tanta saña y persecución contra Antorcha Campesina, única organización que cuestiona a fondo el modelo neoliberal inicuo y propone su cambio mediante el esfuerzo social organizado.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.