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Nueva York y Morelia, es el capitalismo
Como dos gotas de agua, tanto en Nueva York como en Michoacán existen trabajadores modestos, sencillos y pobres, considerados un peligro y repudiados... En ninguno hay justicia social ni vida mejor.
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¿En qué se parecen la ciudad de Morelia y la ciudad de Nueva York? Parece descabellada la comparación, pero no se crea, vámonos poco a poco. Hay una información periodística, también difícil de aceptar a primera vista, pero en la que también es necesario acercarse un poco al fenómeno para comprenderlo. La nota a la que me refiero la generan unas declaraciones del señor Eric Adams, miembro del partido demócrata de Estados Unidos, que es el alcalde de Nueva York. El periódico Reforma del pasado del siete de septiembre la encabezó de la siguiente manera: Alerta alcalde de Nueva York que la migración destruirá la ciudad.

Insólito para una urbe que se ha enorgullecido de ser abrigo de migrantes. En los orígenes de la enorme estatua conocida como “de la libertad”, situada en una cercana isla al sur de la de Manhattan, está precisamente el gran mensaje, imposible de ignorar, de que todos los que habían cruzado el Atlántico, buscando para ellos y para sus familias una vida mejor, habían arribado al lugar soñado, a la tierra del progreso, la democracia y la libertad y eran bienvenidos. Cierto que, en otra isla vecina, la isla Ellis, se les confinaba durante cuarenta días y a veces más, para garantizar que no portaran enfermedades transmisibles, pero luego se les permitía pasar a la gran isla de Manhattan y al resto del país. Por ahí entraron millones de seres humanos desgraciados que con sus manos construyeron lo que hoy es Estados Unidos que es, bien se sabe, un país de migrantes.

Son orgullo y gran negocio de Nueva York, entre otros más, el Barrio Chino y la Pequeña Italia. Por las calles del centro de la ciudad desfilan en los días festivos de los lejanos países de ellos o de sus abuelos, entre otros más, irlandeses, rusos y ucranianos (no de los que ahora huyen del reclutamiento forzoso de Volodimir Zelensky, sino de los de mucho antes), hay colonia japonesa y, por supuesto, muchísimos latinos y mexicanos que, si no hablan inglés y circulan por la ciudad, no tienen ningún problema para entender y hacerse entender pues las voces alegres, cantarinas, nostálgicas, del español, se oyen por todos lados. Los antepasados del mismo Eric Adams, el alcalde neoyorkino que hoy da la voz de alarma contra los migrantes, en algún momento de un pasado no muy lejano, deben haber llegado a esa tierra, ellos muy seguramente como trágicas mercancías humanas, pues salta a la vista que el señor es afrodescendiente.

Ahora declara: “nunca en mi vida tuve un problema para el que no veía el final… estamos a punto de perder la ciudad que conocimos y estamos todos juntos en esto”, dijo, al pedir a los diferentes condados que integran la metrópoli que colaboren para hacer frente a la crisis juntos. “No es ése el juego (de echarse la pelota unos a otros) que podemos jugar”. El problema al que se refiere el alcalde Adams consiste en que durante los últimos 18 meses han llegado a la ciudad de Nueva York cerca de 110 mil solicitantes de asilo que han sido despachados por los gobernadores republicanos de estados del sur del país y que la ciudad que gobierna tiene por ley la obligación de proveer de techo, comida y sanidad a todo aquel que lo solicite.

Las enormes migraciones de seres humanos, sobre todo hacia Estados Unidos a finales del Siglo XIX y principios del siglo pasado, se explican por el enorme desarrollo del capitalismo en ese país. Las empresas que ya producían bajo el nuevo régimen existían gracias a que pagaban para que el obrero sobreviviera, a veces con ciertas comodidades, pero recibían a cambio, en tiempo de trabajo, un equivalente mucho mayor de aquél por el que habían pagado, es decir, devoraban inmensas cantidades de trabajo no pagado. Su existencia y enriquecimiento fabuloso dependían pues de la disponibilidad de enormes masas de obreros, los migrantes que, por eso, eran muy bienvenidos. Ahora, no es que ya no los necesiten, el problema es la velocidad con la que el gobierno autoriza su contratación, por eso el alcalde Eric Adams, desesperado, “urge a Washington a que acelere los permisos de trabajo para los solicitantes de asilo para que puedan trabajar y dejar de depender de la ayuda municipal”. La migración, la tragedia de los migrantes y hasta el posible colapso de las finanzas de la ciudad de Nueva York, son producto directo del modo capitalista de producción.

La ciudad de Morelia, por su parte, a unos cuatro mil 200 kilómetros de distancia de Nueva York, es testigo de otra desgracia de trabajadores. Muy diferente pero, también, muy triste y muy lamentable. Informa La Voz de Michoacán del pasado viernes ocho de septiembre: Tragedia. Estalla tanque de gas. Afectados sufrieron quemaduras de tercer grado y agrega, “diez personas resultaron severamente lesionadas tras el estallido de un tanque de gas en un puesto de frituras y botanas ubicado en un mercado sobre ruedas que se realiza desde hace décadas en la colonia Lomas del Valle en Morelia”.

Como bien se sabe, “un mercado sobre ruedas” es un grupo de personas, a veces hasta de varios miles, que se concentran en algún punto de alguna ciudad, generalmente en una calle, para vender alimentos, ropa y otras mercancías. La concentración incluye, como se ve en este caso, tanques de gas, además de estufas, anafres, conexiones a la energía eléctrica y otros aditamentos que no cuentan con medidas de seguridad. La circulación en la calle se detiene temporalmente y también sucede que vehículos a alta velocidad o descuidados atropellen a clientes y vendedores y la defensa del sol y la lluvia se lleva a cabo mediante hules que se amarran a los postes. Una improvisación completa.

Los riesgos, las desgracias y los bloqueos de la circulación que causan estos “mercados sobre ruedas” no se explican de ninguna manera por irresponsabilidad de los comerciantes ni se resuelven desalojándolos por la fuerza con la policía, son consecuencia de su necesidad ineludible de ganarse la vida. Se la ganan exponiéndola porque, otra vez, el modo de producción capitalista, ese que se alimenta y engorda con el tiempo de trabajo no pagado, es decir, con la explotación de la fuerza de trabajo, exige que, para mantenerse en la competencia, los grandes fabricantes deben obligatoriamente hacer crecer su capital constante a cuenta del variable, es decir, que produzcan más y más barato y eso sólo se consigue maquinizándose.

Pero la maquinización permanente y desbocada trae como consecuencia el despido o el hecho de que vayan quedando masas inmensas de trabajadores sin encontrar empleo, ocasiona desocupación. A esos trabajadores marginados temporalmente o de por vida del empleo se les dice eufemísticamente que se encuentran en el “empleo informal”. Esto, en buen romance, significa que no tienen salario ni prestaciones ni horario ni seguridad ni servicio médico ni nada y que, si quieren sobrevivir, tienen que salir a la calle a vender lo que sea para ganarse unos pesos. Los más afortunados son incorporados a un “mercado sobre ruedas” y corren peligros indecibles, como sucedió en Morelia.

Así de que Morelia y Nueva York sí se parecen, como dos gotas de agua, en que tanto en una ciudad como en otra, incomparables sólo en apariencia, existen trabajadores modestos, sencillos y pobres que son considerados un peligro y repudiados porque han viajado lejos de su tierra buscando un empleo y no lo hallan y porque que se salen a la calle a buscar el sustento para sus hijos vendiendo cualquier cosa. No hay justicia social ni vida mejor. En el mundo del capital, o se es obrero explotado o migrante indeseable o vendedor ilegal en la calle, pero siempre víctima de todo tipo de repudios y peligros. Tanto en Morelia como en Nueva York, el capitalismo deja su huella de monstruo. Urge un mundo más justo y más humano.


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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