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No es el aspecto formal, la perfección métrica y el cuidado de las imágenes el rasgo más destacado de la obra del poeta mexicano Anastasio María Ochoa. Si bien cultivó diversos géneros, entre ellos la lírica y la épica, es en la poesía satírica donde se manifiesta su verdadera vocación. Su incisiva crítica a las capas acaudaladas de la sociedad postcolonial mexicana, a menudo soslayada en las antologías de poetas nacionales, está a la altura de los españoles Góngora y Quevedo, geniales exponentes de este género. Aunque sutil, hay en la poesía satírica de Ochoa un rasgo distintivo, producto de su rechazo a lo aristocrático; descendiente de españoles poco acaudalados, introduce en sus versos vocablos americanos, que le valdrían la condena de los puristas y defensores de la preceptiva peninsular, ésos que rechazaron siempre la contaminación de su arte con vocablos del nuevo mundo, imprescindibles para expresar la nueva realidad, que se abría paso no solo en la literatura. Ejemplo de ello es esa estrofa de una de sus letrillas en la que critica el culto casi supersticioso a las mercaderías importadas, denuncia las trapacerías de los comerciantes y usa el nahuatlismo ayate, lo que significa una ruptura con las normas del arte que sus críticos no dejarían de censurar: Que entre sombras el cajero/ me venda el lienzo extranjero/ fino y doble cuando estreno, Bueno./ Mas que en saliendo a la calle/ al volver al rato lo halle/ casi como ayate ralo,/ Malo.
Si en la letrilla citada se nota ya la inclinación hacia una poesía que retrate los tipos populares y refleje la realidad de los primeros años del México independiente, en las siguientes no hay duda: Anastasio María Ochoa es un crítico social a quien no se le escapa ningún vicio y caricaturiza con fino humor a cada estamento; desde el ricachón que no acude a misa porque sea piadoso, y lo hace solamente cuando espera obtener ganancia con ello; la astucia de las mujeres de las clases elevadas para aprovechar cualquier oportunidad de flirteo; la voracidad de los comerciantes, incapaces de conformarse con sus ganancias, aunque éstas sean cuantiosas; el dispendio de las mujeres de las clases medias, cuyo tren de vida no podría sostenerlo el marido y solo hace posible el “patrocinio” de algún poderoso; el menosprecio por los productos nacionales y la fama injustificada de lo hecho en el exranjero; los descendientes del muerto, que acuden a cobrar una herencia sin que éste se haya casado jamás; en fin, la ignorancia, hipocresía y fingimiento, que él consigna en unas letrillas que por falsa modestia llama “insulsas y frías”, a lo que habría que contestarle con su mismo estribillo: ¡qué capaz!
Que un rico cuando hay función
asista a misa y sermón,
vaya en paz.
Mas que, sin que convite haya,
por devoción solo vaya,
¡qué capaz!
Que tosa en el templo Juana
cuando le viene la gana
vaya en paz.
Pero que esta tos no sea
porque algún hombre la vea,
¡qué capaz!
Que en un mes un comerciante
tenga lucro exorbitante,
vaya en paz.
Mas que para tanto aumento
le baste un ciento por ciento,
¡qué capaz!
Que la muchacha Teresa
gaste cual una marquesa,
vaya en paz.
Pero que para este gasto
solo el marido dé abasto,
¡qué capaz!
Que al artesano extranjero
se pague mucho dinero,
vaya en paz.
Pero que se dé igual paga
al criollo que mejor lo haga,
¡qué capaz!
Que a los conciertos concurra
de música aquella curra,
vaya en paz.
Pero que atienda a un zorcico
más que a jugar su abanico
¡qué capaz!
Que diga Anita la bella
que es muy honrada doncella,
vaya en paz.
Mas que su aire deshonesto
No diga que miente en esto,
¡qué capaz!
Que no quiera el casamiento
el otro con fundamento,
vaya en paz.
Mas que por esta aversión
no le quede sucesión,
¡qué capaz!
Que insulsas salgan y frías
las letras y coplas mías,
vaya en paz.
Pero que estas frialdades
No estén llenas de verdades,
¡qué capaz!
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.