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La teoría marxista entiende al capitalismo como un modo de producción caracterizado por la crisis. Las crisis económicas no son un error en el funcionamiento del sistema, el resultado de una mala decisión o un fenómeno que el gobierno en turno pueda evitar vigilando. El sistema capitalista engendra y desarrolla los elementos necesarios para que, en un momento determinado, aparentemente por causas diversas, estalle la crisis. Frente al desastre, se aplican políticas que buscan corregir la causa para que no se repita la experiencia, pero, al cabo de un tiempo, sobreviene una nueva crisis. Para el marxismo, las crisis son parte de la estructura de funcionamiento del capitalismo y en esa medida son inevitables. Todas las políticas de los economistas más brillantes han resultado inútiles para acabar de manera definitiva con las crisis.
El marxismo plantea que la única manera de terminar con las crisis es terminar con el capitalismo y dar paso a un sistema económico superior: el socialismo. En el modo de producción socialista, al desaparecer la propiedad privada de los medios de producción, desaparecen las causas estructurales de las crisis. La concentración de la riqueza en pocas manos es sustituida por una distribución más equitativa de la riqueza social y la producción anárquica, guiada por la obtención de la máxima ganancia, es remplazada por una producción orientada a satisfacer las necesidades humanas. La actividad económica deja de estar orientada hacia la valorización del capital y ese lugar lo ocupa el bienestar humano. Un modo de producción así exige el diseño y ejecución de un plan que determine qué, cuánto, cómo y dónde se va a producir, y cómo se distribuirá lo producido.
La Unión Soviética fue el primer Estado que concentró en manos públicas la propiedad de los medios de producción y aplicó una planeación central para regular toda la actividad económica. A través de sus planes quinquenales, la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética hizo que el país experimentara un rápido desarrollo industrial y tecnológico, además de garantizar una sensible elevación del nivel de vida de la población. La URSS no sólo produjo la maquinaria militar necesaria para enfrentar y derrotar, sola, a los ejércitos de Hitler, sino que también desarrolló su bomba atómica, mandó el primer satélite al espacio exterior, hizo grandes avances en la industria aeroespacial y se colocó como segunda economía del mundo durante la mayor parte de la Guerra Fría. Su economía no se vio afectada por la Gran Depresión de 1929 y al terminar la Segunda Guerra Mundial se reconstruyó sola, sin que ninguna potencia le brindara ayuda para impulsar su crecimiento.
Cuando el Partido Comunista de China venció al Kuomintang y se fundó la República Popular China bajo el sello socialista, la Unión Soviética era el principal referente de cómo construir el socialismo. La planeación económica central comenzó en China al lanzar el primer plan quinquenal, en 1953, pero los siguientes planes quinquenales fueron obstaculizados por el Gran Salto Adelante (1958-1962) y la Revolución Cultural (1966-1976). A pesar de que el periodo estuvo lleno de complicaciones, el desarrollo económico entre 1949 y 1976 (etapa de Mao) fue incomparablemente mejor que el previo a la fundación de la Nueva China. Con Mao Zedong, China construyó su base industrial, lanzó un satélite al espacio, desarrolló la bomba atómica y fabricó su primer submarino nuclear.
En 1978, Deng Xiaoping lanzó la Reforma y la Apertura, dando un giro drástico a la organización de la economía china. Las principales medidas fueron: la aparición de la propiedad privada de los medios de producción, la privatización de algunas empresas estatales, el resurgimiento del mercado como mecanismo de peso en la oferta y demanda de bienes y servicios, la bienvenida a los capitales extranjeros y la expansión del comercio internacional. Todo esto tuvo fuertes repercusiones en la manera en la que se venía haciendo la planeación económica. El plan no desapareció, pero se modificó de manera importante.
La planeación soviética partía del hecho de que la casi totalidad de los medios de producción era propiedad pública. En ese sentido, la planeación del periodo de Mao fue muy similar a la soviética. Con Deng, la propiedad pública se redujo para dar espacio al desarrollo de la propiedad privada, lo cual implicó que las capacidades estatales para decidir directamente sobre la producción se redujeron. Esto no significó, sin embargo, que el plan también se hubiera reducido. Siguiendo a Alberto Gabriele y Elias Jabbour (Socialist Economic Development in the 21st Century, 2022) puede decirse que el plan no se contrajo, sino que se amplió para incluir también a la propiedad privada y al mercado, volviéndose más abarcador, complejo y sistemático.
La propiedad privada no irrumpió desordenadamente en la estructura económica china, sino que su introducción fue controlada por el Partido. Como parte del plan, la economía fue organizada en tres grandes categorías: sectores clave, pilares y normales. Los sectores clave incluyen defensa, electricidad, carreteras, aviación, telecomunicaciones, ferrocarriles, finanzas, salud, educación, agua, entre otros. Los sectores pilares contemplan la industria automotriz, química, acero, construcción, electrónicos, maquinaria, textiles, Inteligencia Artificial, etc. Los sectores normales abarcan la agricultura, farmacéutica, turismo, servicios profesionales, comercio, manufactura, etc. A la propiedad privada se le permitió participar en los tres sectores, pero sólo tendría una presencia dominante en los sectores normales. La propiedad pública igualmente participaría en los tres sectores, pero sólo dominaría los sectores clave. De esta manera toda la economía es un híbrido de empresas públicas y privadas, sin mencionar que cada vez más empresas tienen al mismo tiempo capitales públicos y privados, lo que difículta su clasificación bajo una u otra etiqueta.
Para el Partido, la economía privada tiene virtudes innegables, como la contribución al crecimiento económico, la generación de más del 90 por ciento de los empleos y un peso decisivo en la innovación tecnológica. Sin embargo, la dirección estratégica del desarrollo económico no está en manos de los privados, sino del Estado. Con la propiedad del 45 por ciento del PIB, el Partido tiene la capacidad de planear el desempeño económico, público y privado, en función de sus intereses. Para decirlo con Gabriele y Jabbour, “el mercado es utilizado, moldeado y recreado para servir al objetivo supremo de la construcción socialista”. En China existe el mercado, pero no el “libre mercado” guiado por el afán de máxima ganancia de cada capitalista individual, sino un mercado guiado por el Partido Comunista. La relación entre la economía pública y la privada no es principalmente de contradicción antagónica, sino de complementariedad.
Los mecanismos institucionales específicos empleados para el diseño y ejecución de los planes son la “Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma” (NDRC, por sus siglas en inglés) y la “Comisión del Consejo de Estado de Administración y Supervisión de los Activos Estatales” (SASAC, por sus siglas en inglés), ambas creadas en 2003. La NDRC formula e implementa estrategias nacionales de desarrollo económico y social a través de planes anuales de mediano y largo plazo, creando un mecanismo unificado de planeación. La SASAC desempeña responsabilidades de inversor, administrando los activos estatales de las empresas bajo la supervisión del gobierno central. Estas instituciones son la columna vertebral de los planes quinquenales, los cuales no han sido abandonados desde que se lanzara el primero, en 1953. Actualmente, China se encuentra concluyendo el 14 plan quinquenal, correspondiente a los años 2021-2025.
La planeación socialista ha venido evolucionando, pero tanto en la economía soviética como en la china, el plan destaca como uno de los factores explicativos determinantes de su desarrollo. México necesita estudiar a profundidad la experiencia viva de China para saber cómo podemos aplicar ese conocimiento a nuestra realidad nacional. Si el Estado no tiene una participación determinante en la economía nacional, es decir, si no posee la capacidad de disciplinar a los capitalistas individuales y someterlos a las directrices estratégicas de una dinámica económica orientada al desarrollo humano y no a la valorización del capital, la planeación es imposible. En otras palabras, México necesita un proyecto socialista, con una participación estatal determinante en la economía nacional, para poder impulsar una planeación fructífera. Buscar remedios parciales al problema estructural del capitalismo dependiente y periférico (Morena) sólo prolongará el estancamiento económico y social característicos del último medio siglo mexicano.
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Escrito por Ehécatl Lázaro
Columnista de politica nacional