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La balcanización de territorios es el objetivo ideológico-político del imperialismo; porque de esta forma las naciones se dividen en primera y segunda categorías, sin que se escandalicen los foros multilaterales, la comunidad internacional y los medios corporativos. Construir muros es una estrategia que consuma, de facto, la apropiación de territorios y recursos.
Esto sucede cuando Occidente conmemora con euforia los 30 años de la caída del Muro de Berlín, pero calla las barreras racistas que construye en otros espacios de la Tierra. Según la propaganda imperial, el nueve de noviembre de 1989, en Berlín “triunfó” el capitalismo sobre el comunismo; pero ese eslogan contrarrevolucionario oculta la sinrazón de otros muros levantados en África, Europa, Medio Oriente y México.
En el mundo hay decenas de muros, defensas, contrafuertes, baluartes, cercas, barreras y murallas levantadas para segregar, dividir, arrinconar, desarticular y separar a hombres y mujeres. Estos muros se levantan para consumar el trato injusto sobre ciertas sociedades.
Estas “majestuosas” construcciones expresan la represión de un modelo gubernamental sobre otro; de un regimen que se asume como dominante sobre otro y al que la comunidad internacional parece incapaz de demoler con el mismo vigor con que lo hicieron hace tres décadas en Berlín.
Contra las melosas historias armadas por los centros de poder mediático para exhibir “la maldad” de los dirigentes del bloque socialista y las “bondades” del mercado, hoy escasea la información veraz y suficiente sobre lo sucedido en otros Estados donde las comunidades son arbitrariamente aisladas. Este cómplice silencio favorece la frenética expoliación sobre territorios ocupados con pueblos que son divididos y condenados al atraso y la marginación.
Lo que perdieron los ozzies
En medio de las celebraciones por la “caída del Muro” no se habla de que casi 50 por ciento de trabajadores alemanes del este perdió su empleo tras la “reunificación”. La reforma monetaria provocó también un alza estrepitosa de salarios en esa zona, por lo que las empresas del este perdieron competitividad o debieron cerrar, recuerda la economista Dalia Marín.
Las alabanzas mediáticas por ese hecho ocultan que se trató de un hecho de interés geopolítico para Occidente, y que tras ese hecho siguió una compleja reunificación que aún mantiene severos rasgos racistas y el desmantelamiento de un Estado clave para el bloque socialista.
Lo que no se puede acallar es la pública añoranza de miles de ozzies (los este-alemanes) por los beneficios sociales que gozaban en la República Democrática Alemana y su repudio a la enajenación ultra-capitalista occidental. Hoy han viralizado el vocablo ostalgie (nostalgia del este, de ost/este y nostalgie).
Muros de la vergüenza
Los constructores de los nuevos muros sostienen que buscan “garantizar la seguridad” de sus ciudadanos ante una amenaza –real o imaginaria– que proviene del exterior. La función de esas murallas, cercas y barreras consiste en aislar territorios mediante la fuerza, contra “esos actores indeseables”.
Estas construcciones violan los derechos de millones de seres humanos, fragmentan las expresiones de comunidades a las que ocultan toneladas de hormigón, kilómetros de alambre con púas y cientos de dispositivos electrónicos antiinmigrantes.
The Washington Post, The New York Times, The Times, Televisa, Le Fígaro, Televisión Azteca, El País, Il Corriere della Sera, Der Spiegel, Nexos, los canales CBS, Fox News, CNN o la BCC abundaron en columnas, opiniones, reportajes y documentales que destacaron la importancia de tirar el Muro de Berlín; ninguno dio espacio al análisis de los otros muros.
No se escribió una palabra de los 90 tramos de la llamada “línea” que en Irlanda del Norte separa a los barrios de los unionistas protestantes de los nacionalistas católicos. Ese muro se cierra cada noche, y nadie sale ni entra por sus portones vigilados.
Tampoco se hizo referencia a los dos muros construidos por España en los años noventa para dividir sus enclaves africanos de Ceuta y Melilla del territorio de Marruecos. Diariamente, cientos de migrantes africanos intentan traspasar esa barrera con el fin de ingresar a Europa.
Seguramente ignoran que en 1990, tras un atentado en Tashkent, la capital uzbeka, el gobierno alambró su frontera para prevenir el ingreso de militantes radicales del llamado Movimiento Islámico de Uzbekistán. De igual forma están reforzadas las fronteras de Afganistán y Tadjikistán con cercas electrificadas y minas.
No se ha filtrado la imagen del alambrado existente entre India y Pakistán, ambas potencias nucleares en disputa, cuya tensión se recrudece cíclicamente; de igual forma, la falta de visión se halla desde 1953 en la franja de cuatro kilómetros de ancho por 250 kilómetros a lo largo de la “zona desmilitarizada” que hay entre las dos Coreas.
Chipre dividido
Púas de acero montadas sobre largos metros de alambre dividen en dos la ciudad de Nicosia, capital de la isla mediterránea de Chipre. Ésa es la olvidada y última capital mundial separada: en el sur están los grecochipriotas –mayoría respaldada por Grecia y Europa– mientras que en el norte están los turcochipriotas– minoría de colonos turcos– que desde 1964 ocupan esa región.
La división de la “Isla de Venus”, según la mitología griega, apenas se percibe físicamente. Esto se debe a que ambas comunidades interactúan en ambos lados de la llamada “Línea Verde”, una zona “colchón” que sin embargo corta en dos a la isla.
Este borde es más evidente en la capital chipriota, donde las construcciones abandonadas están traspasadas por maderos, láminas y cercas con púas que forman una precaria muralla por cuyos huecos se ven unos a otros los guardias de ambos países.
Turquía logró un beneficio estratégico con el control del norte de Chipre, donde desde hace dos décadas explota gas natural.
Muro Marruecos-Sahara Occidental
El llamado “Muro de la Vergüenza” es una arbitraria muralla de arena, piedra, alambres de púas y minas, construida por Marruecos para aislar a la República Árabe Saharahui Democrática (RASD). Esta obra, tendida a lo largo del Sahara Occidental, separa a los saharauís, dueños originales del territorio y retenidos en los llamados “Territorios Liberados” y campamentos en Tindouf (Argelia), explica el internacionalista Pablo Jofre L.
Es notable que analistas, expertos y think tanks no se hayan expresado en torno al impacto geopolítico de este muro, que se extiende a lo largo de dos mil 735 kilómetros (la distancia que hay entre las ciudades de México y Kansas, EE. UU.) con tres metros de altura.
El litigio con Marruecos, que ocupó la región en 1976 tras el retiro de España, priva al pueblo saharauí del derecho a retornar a su territorio y defender ahí la principal zona productora de fosfatos, así como la concentración de ciudades-campamentos saharauís y la frontera con los territorios liberados por la RASD.
Construida con asesoría israelí, esta fortaleza de piedra posee fosos, alambradas y zonas minadas; lo custodian compañías de infantería distribuidas a cada cinco kilómetros (en total unos 160 mil elementos) así como sofisticados radares proporcionados por firmas armamentistas estadounidenses y europeas, específicamente españolas, pese a que este país debe velar por la solución pacífica.
De acuerdo con especialistas, durante su construcción, este muro militar costó diariamente cuatro millones de dólares que se financiaron con los ingresos por fosfato, pesca y otros recursos “extraídos y robados al pueblo saharauí”.
Muro israelí de la infamia
Para consumar su ocupación del territorio de Palestina, Israel creó un complejo sistema represivo sobre los Territorios Ocupados tras la guerra de 1967. Un pilar de esa estrategia es la llamada “Línea Bar Lev”, un conjunto de fortines a lo largo de 160 kilómetros sobre la costa oriental del Canal de Suez, luego que capturó la Península del Sinaí a Egipto en la llamada Guerra de los Seis Días.
Los israelíes temían que tropas egipcias ingresaran por el Canal de Suez para recuperar el Sinaí; con esto esperaban que la “Línea Bar Lev” los disuadiera de tal intento y funcionara como “cementerio” para los árabes. Su construcción ha servido de modelo para el muro marroquí con la RASD y para el muro entre Cisjordania y el Estado hebreo que comenzó en 2002.
El llamado “Muro de la Infamia”, ordenado por el gobierno del extinto exprimer ministro Ariel Sharon, se levantó con el objetivo de impedir el libre paso de dos millones de palestinos al interior de los territorios ocupados. Esta muralla es de hormigón, trastoca toda la geografía de la original Palestina en Cisjordania, dispone de cientos de puntos de control y caminos exclusivos para los colonos israelíes.
Además de que se interna por calles y casas palestinas, el muro está dotado de alambres con púas de acero, zanjas, áreas con arena fina para detectar cualqueir huella humana, sensores infrarrojos, torres con sistemas para lanzar gas lacrimógeno y elevados puestos de vigilancia custodiados por guardias permanentes, desde los que también se lanzan drones para adentrarse en casas palestinas.
A los lados tiene caminos asfaltados por los que circulan vehículos militares blindados que se desplazan rápidamente hacia cualquier punto de Cisjordania en minutos. Analistas de todo el mundo lo critican porque, pese a haber sido condenado por organismos internacionales y gobiernos, se incrementa la segregación racial.
Ese muro se construyó sin un trazo definido sino, como afirman los propios diseñadores, “donde tenga más efectividad”. Y así es, ya que desde el aire puede observarse cómo la muralla rodea 50 colonias israelíes ilegales “para garantizar la seguridad” de más de 80 por ciento de esos colonos que, contra el derecho internacional, han usurpado tierra palestina cultivable.
Pese a que aún no está terminado, este muro opera en más del 85 por ciento, y mantiene prácticamente emparedados a 100 mil palestinos que sobreviven en 42 poblados cisjordanos.
Ejemplo de la limpieza étnica que promueve esta muralla, es que ocupó más del 10 por ciento de tierra palestina (57 mil 518 hectáreas de Cisjordania). Al otro lado del muro quedaron fértiles campos, cultivados amorosamente por manos árabes durante décadas, así como cientos de viviendas que han sido confiscadas o destruidas para la construcción de esta valla gris.
Eso significa que más de medio millón de palestinos quedaron hacinados en una franja de apenas un kilómetro. También impide la libre movilidad de 200 mil palestinos en Jerusalén del Este. Por esa razón, en julio de 2004, los palestinos denunciaron la construcción de ese muro ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJH). Este órgano determinó, en sesión consultiva, que esta obra constituye una violación al derecho internacional.
Muro de la segregación
Incongruente con la historia de los migrantes que conformaron lo que hoy es EE. UU., su actual presidente Donald John Trump impone la política anti-inmigrante más cruda y violenta de los últimos tiempos. Su propósito es blindar la frontera común, de tres mil 240 kilómetros, para impedir el paso de personas que provienen del sur.
En su mensaje de conmemoración por la caída del Muro de Berlín, el magnate saludó a su “preciado” aliado, Alemania, y agregó: “La Guerra Fría ha pasado hace mucho tiempo, pero regímenes tiránicos en todo el mundo continúan empleando tácticas opresivas del totalitarismo al estilo soviético”.
Y demagógico, como si el mundo no recordara su sistemática estrategia aislacionista, afirmó que trabajará con ese país para asegurar “que las llamas de la libertad ardan como un faro de esperanza para que todo el mundo lo vea”.
Sin embargo, millones de personas ven el avance del muro fronterizo que su gobierno construye. Esa cerca, que inició el demócrata William Clinton, ha atestiguado la muerte de más de 10 mil personas en el marco de la Operación Guardián, cuyo objetivo es detener la ola migratoria proveniente del sur.
Las secciones construidas con hormigón, lámina y cercas preconstruídas, dividen el estado de California de la parte mexicana de Tijuana, Baja California; Arizona y Nuevo México de Sonora; y Texas de Chihuahua y Coahuila. Críticos locales y Amnistía Internacional denuncian que, en 25 años, este muro ha causado 40 veces más muertes que el Muro de Berlín en sus 28 años de existencia.
En 2011, el también demócrata Barack Obama amplió a mil 120 kilómetros la valla fronteriza. En 2013, quien fue considerado el mandatario más mediático de las últimas décadas, se propuso aumentar en mil kilómetros esa gran cerca, de conformidad con el Senado, y duplicó a 10 mil el número de agentes fronterizos. Dotó esa zona con drones y equipos de vigilancia electrónica que costaron más de 10 mil millones de dólares a los contribuyentes de EE. UU.
Una vez en la Casa Blanca, el multimillonario republicano se propuso ampliar esa muralla represora. Desde julio de 2017, la Cámara de Representantes liberó mil 600 millones de dólares y con ello cumplió con esa promesa a sus electores. En septiembre iniciaron los trabajos en la aislada región fronteriza del paso Otay Mesa, al este de Tijuana.
En 2019, el vocero del Pentágono admitió que el Departamento de Defensa destinó tres mil 600 millones de dólares para construir 280 kilómetros del muro. La opositora demócrata Nancy Pelosi calificó como “irresponsable” esa decisión, porque restó fondos de la seguridad nacional y solo “empeorará” la xenofobia.
De acuerdo con Pablo Jofre Leal, los muros cumplen su rol como puntas de lanza del ocupante de la Casa Blanca y de la potencia imperial dominante. Al apagarse los ecos de la festiva conmemoración por la caída del Muro de Berlín, hace tres décadas, los cómplices del imperialismo olvidan la existencia de otros muros.
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Escrito por Nydia Egremy .
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.