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EL NOMBRE DE LA ROSA
Cuán difícil resulta traducir el lenguaje literario al lenguaje cinematográfico, sobre todo cuando se trata de grandes escritores, cuyas obras son de gran calidad artística, profundo contenido o poseen ambas cosas.
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Cuán difícil resulta traducir el lenguaje literario al lenguaje cinematográfico, sobre todo cuando se trata de grandes escritores, cuyas obras son de gran calidad artística, profundo contenido o poseen ambas cosas. La obra más importante de Umberto Eco, El nombre de la rosa, no podía ser la excepción. En 1986, Jean-Jacques Annaud filmó una cinta homónima cuyo guion se apegó casi por completo a la obra del célebre escritor italiano, aunque hubo partes que se “adaptaron” a las necesidades comerciales del cine.

Sin embargo, Annaud respetó en lo esencial el sentido filosófico de la obra de Eco. No podemos olvidar que el lenguaje cinematográfico se basa en un alto porcentaje en lo visual; eso, a final de cuentas es como si en la obra artística se nos diese una comida ya medio digerida, mientras que en la literatura nuestro cerebro tiene que desplegar todo su poder de imaginación y penetración en la recreación de los asuntos abordados (lo que no excluye que haya obras cinematográficas en las que ese mismo poder tenga que desplegarse con meritorio esfuerzo para captar la temática y la profundidad propuestas por su autor). Pero lo visual tiene su propio sentido estético y, por tanto, una buena fotografía en un filme es de altísima importancia. En El nombre de la rosa, la fotografía –junto a la escenografía y la ambientación– destaca por el manejo de luz, oscuridad y por sus excelentes encuadres.

Esta película de Annaud nos permite captar, aunque sea superficialmente, el planteamiento central de Eco en relación con la búsqueda de la libertad de pensamiento y la libertad humana y, en fin, con una propuesta profundamente progresista. La trama de El nombre de la rosa –al igual que en la novela histórica– se desarrolla con la narración de Adso de Melk (Christian Slater), quien ya octogenario va describiendo lo que le aconteció cuando era un joven de 18 años y, siendo amanuense del clérigo fray Guillermo de Baskerville (Sean Connery), llega a una abadía del norte de Italia para investigar una misteriosa serie de muertes de clérigos de la orden benedictina.

Baskerville es franciscano y su pupilo también, aunque en la novela es benedictino; Guillermo va desentrañando el origen de los crímenes, hasta descubrir que el fraile español Jorge Burgos, exbibliotecario de la abadía y depositario de la ideas más retrogradas entre los miembros de la orden benedictina, al tratar de impedir que se conozcan textos como el segundo libro de Poética, de Aristóteles de Estagira, uno de los tratados del más grande pensador de la antigüedad, ha puesto cianuro en las hojas del famoso texto y provocado las muertes.

Dicho libro, según el fraile Burgos, no debe ser conocido por los novicios del monasterio medioeval porque “promueve la risa y el humor en los seres humanos; y si los hombres pudieran reírse de todo, también se reirían de Dios, y el mundo se convertiría en un caos”. Pero en la historia que Adso de Melk narra, también está presente la pugna que tuvo lugar en el siglo XIV, entre las distintas órdenes religiosas, en torno a la riqueza de la Iglesia Católica; debate en el que unas corrientes propugnaban porque esta institución no poseyera riquezas (franciscanos y dominicos) mientras que otras, destacadamente los benedictinos, consideraban necesaria la acumulación de riqueza en la Iglesia. La cinta de Annaud refleja con fidelidad cómo esa riqueza es producto de la feroz explotación feudal sobre los campesinos, quienes tenían que entregar los tributos a los poseedores de tierras en aquel sistema socioeconómico.

Pero el filme del realizador galo no llega a ahondar en la crítica que Umberto Eco hace en su libro, en cuya lectura más profunda –de segundo nivel, dicen los especialistas literarios– denuncia la falta de auténtica libertad no solo en los sistemas socioeconómicos antiguos, sino también en el capitalismo, sistema en que la manipulación mental, ideológica y moral es mucho más grande y envilecedora que en la Edad Media. Hoy no se ocultan libros como Poética de Aristóteles, pero la verdad, deformada por los poderosos medios de comunicación, sirve para esclavizar las mentes de los miles de millones de seres humanos que poblamos este atribulado planeta


Escrito por Redacción


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