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Este libro muestra cómo los mitos son construidos con base en sucesos reales; cómo viajan con los grupos sociales que los crean; cómo se transfiguran y suelen ser aplicados a hechos históricos similares o subsecuentes y, asimismo, cómo un líder social o militar los soslaya o deja de lado a fin de superar amenazas de exterminio contra su pueblo, como fue el caso de Cuauhtémoc, el último tlatoani azteca, quien resistió hasta la muerte, en 1521, la invasión de los conquistadores españoles.
Quetzalcóatl ocupa una posición estelar equivalente a la de Cuauhtémoc y su rival histórico, Hernán Cortés, porque fue una de las llaves con las que éste conquistó México en menos de un par de años, ya que su figura mítica favoreció su causa casi al nivel de otros factores de gran peso: la ausencia de un gobierno imperial moderno; la existencia en Mesoamérica de múltiples reinos en pleito; la prevalencia del modo de producción esclavista (teocrático) en Tenochtitlán, en contraste con la del feudal en España, que en el ámbito político-ideológico había avanzado al capitalista; el uso de tecnología militar moderna (armas de hierro y fuego) y una epidemia de viruela.
¿Por qué el mito de Quetzalcóatl gravitó sobre el destino de México-Tenochtitlán? Porque Moctezuma II, el antepenúltimo tlatoani, creyó que Cortés era Ce Acatl Topiltzin, el gran sacerdote-rey que gobernó Tula durante varias décadas a finales del Siglo IX y autor de una intensa actividad educativa, cultural y tecnológica cuyas principales aportaciones fueron el cultivo del maíz; y ya decrépito, viajó a Cholula y Veracruz, donde antes de embarcarse en una lancha que se incendió en el aire, anunció que volvería a Mesoamérica y que su regreso implicaría la desaparición de los señoríos indígenas.
Existe la versión de que Ce Acatl Topiltzin fue en realidad un vikingo de Groenlandia (obviamente de piel blanca, rubio y barbado) que naufragó en la costa oriental de Norteamérica, que ésta lo llevó a Tampico, que de este puerto navegó por las aguas de los ríos Pánuco, Moctezuma y Tula hasta llegar a la capital de los toltecas. La versión mítica de su “vuelta” se vio reforzada a partir de 1492, cuando los españoles llegaron al Caribe (Bahamas, Puerto Rico, Santo Domingo, Cuba y Jamaica) y su tez blanca generó “presagios” sobre el retorno de Quetzalcóatl a México mediante su asociación con algunos fenómenos naturales y sociales.
Entre ellos un eclipse solar, los gritos nocturnos y lastimeros de La Llorona con la expresión “¡Ay, mis hijos!”; el parloteo de una viga de madera y una piedra; el extraño hervor de las aguas frías y dulces en cierta región del Lago de México y un sueño premonitorio de una hermana de Moctezuma II que era reina consorte del señor de Tlatelolco. Es decir, toda una construcción mítica elaborada con elementos similares que forjaron al “dragón volador” que los pueblos originales de América trajeron del extremo oriente (China, Japón, Corea, Vietnam) y que visualizaron como una nueva deidad: la Serpiente Emplumada.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural