Cargando, por favor espere...

"Carta a Violeta": el amor en la poesía de Gustavo Valcárcel
Además de la lucha proletaria, el amor es un gran eje temático en la poesía del revolucionario peruano Valcárcel Velasco; ya en sus primeros versos abordaba el asunto amatorio desde la visión de la poesía pura.
Cargando...

Además de la lucha proletaria, el amor es un gran eje temático en la poesía del revolucionario peruano Gustavo Valcárcel Velasco (1921-1992); ya en sus primeros versos abordaba el asunto amatorio desde la visión de la poesía pura; pero es en el otoño de su vida cuando adquiere mayor profundidad y la entrañable terrenidad que lo caracteriza.

Su fuente de inspiración es Violeta Carnero Hocke, su compañera por más de 50 años, quien lo siguió en los duros tiempos de la persecución política, el exilio y las carencias materiales; pero también como su par en la lucha por un mundo con menos injusticias. Carta a Violeta da cuenta de esta visión del amor en un poeta militante; los momentos cruciales de su vida, su accidentado itinerario por Latinoamérica, sus afanes libertarios, el cariño a sus hijos y las vicisitudes domésticas, todo aparece poetizado pero no por ello resulta menos emotivo en esta recapitulación de su propia vida.

 

Ciudad de México, 19 de noviembre,

enfermo como estoy en nuestra cama vieja

sintiendo despeñárseme la sangre

en pos de ti, río inacabable.

 

Sobre la almohada, a mi lado,

tibio yace tu último sueño

ahora en cambio la ciudad acoge

tu vehemencia de ola, tu vigilia de amor,

recorriendo el pan nuestro

que hoy día te lo debemos todos.

Antes yo te escribía desde mi juventud

convertida en un gran reloj de cárcel,

en romance de piedra, en pasto policial,

en tristeza y tristeza de mis ojos proscritos.

Incomunicado, entonces te escribía

desde una celda o cueva

donde tu nombre era lo único viviente.

Luego seguí escribiéndote

desde Antofagasta, frente al Mar Pacífico,

desde Puerto Barrios, frente al Mar Atlántico,

desde Oaxaca, frente al tiempo,

desde ti, frente al cielo, en la orilla del mundo.

Y aun cuando te miran mis hijos fijamente

me parece que son frases sus miradas

de un alfabeto que fui incapaz de escribir.

Después de tantos meses de silencio,

sentí esta mañana el deseo de escribirte,

de escribirte una cosa muy sencilla:

para tanto amor, hemos sufrido poco,

para tanto amor, hemos hablado poco,

para tanto amor, no hemos vivido nada.

Vivir –¿me oyes?–, vivir un día nuevo

en el que nadie nos persiga

ni nadie nos embargue

ni se nos corte la luz por unos pesos

ni se nos acuse de extranjeros.

Vivir un día nuevo

en que trabajemos sin lágrimas ni odios,

pudiendo sentirnos camaradas de todos

y en el que por fin nos sea devuelto

el Perú de tus entrañas, nuestro Perú del llanto.

Vivir –¿me oyes?–, vivir un día nuevo

en el que la vergüenza no nos astille el ojo

como cuando se enteran nuestros hijos

de esta paternal orfandad de dos monedas.

Vivir un día nuevo. Un día, en suma,

en el que podamos cantar todos los hombres

después de sentarnos en la yerba

a jugar a la comidita

–como dice nuestra hija–

sin que a nadie le falte qué comer.

Sobre esta nueva vida deseaba escribirte

ahora que marchaste temprano a rescatar

nuestros libros del camarada Lenin

nuestros cuadros de Flores y Gutiérrez

y tu reloj y mi reloj embargados por los mercaderes.

Desde la calle me llega

el gorjeo de nuestros pequeños peregrinos,

la sinfonía de la clase obrera,

el clamor del mundo.

Estoy enfermo, solo, y este quinto piso

parece un subterráneo sin ustedes.

¿No demorarás?

Sobre la almohada, a mi lado,

tibio yace tu último sueño.

Encargo a mis versos una rosa para él

pero hasta la flor de la palabra,

cuando quedo solo,

no puede olvidar la espina

del tiempo que sufrí.

Ven pronto, cielo junto al cielo,

surca calles, vuela plazas,

sube corriendo los pisos de nuestra altísima pobreza.

Aquí te espero, en esta cama vieja,

que tanto tiene de mí,

de tus sueños cercanos, de tus cartas lejanas,

de nuestros desvelos por los compañeros,

los presos del Perú y el mundo,

los perseguidos del Perú y el mundo,

los explotados del Perú y el mundo.

Ven pronto, estrella y mar, música terrestre

aquí te espero y mientras llegas

empezaré a amar el porvenir

hecho luz entre tus ojos,

pan en las manos de los niños,

leche en tus senos, ala en tu voz,

verso en tu cuerpo, rayo en tus labios,

eternidad en tu grito de gran madre,

rosa roja en tu pasión de comunista

y alba en todo lo tuyo que me estoy llevando al sueño.

Escribiéndote duermo, camarada,

seguro de que, al despertarme, juntos

gozaremos el resto de la lucha,

tomados de la mano hasta que caiga yo,

hasta que quepan mis huesos en la tierra nuestra,

hasta que mi sangre se despeñe en ti,

río inacabable, vida, vida…


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


Notas relacionadas