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Los jóvenes son un sector social particularmente sensible; aquellos que proceden de la clase trabajadora, y además estudian, aúnan a su origen el dominio de una ciencia, que les aporta elementos para comprender mejor la realidad, responder a las necesidades de su época y ser partícipes activos y conscientes en apoyo a su pueblo, destacadamente contra la horrenda pobreza que sufre, incluidos ahí los padres mismos de esos jóvenes. Según la teoría política clásica, ciencia y fuerza de masas combinadas han sido factor de impulso del cambio social.
Mas esto lo entienden también los señores del status quo, y han refinado sus mecanismos para conjurar tal riesgo, buscando segregar a los jóvenes de la vida política y el conflicto social. Su arsenal es diverso y poderoso. Aprovechando la natural inclinación de los estudiantes hacia lo académico (por definición, su quehacer natural), se busca absorberlos sólo en eso, a tal grado que olviden o no puedan mirar la realidad circundante, encerrándolos en el claustro, ideológicamente anestesiados, insensibles al dolor social. Ante esta manipulación vale recordar que la pura academia no basta. El conocimiento científico del más alto nivel es indispensable, sí, pero deben aunarse en la formación del profesionista el arte, el deporte y la política misma. Si el estudiante no adquiere conciencia social y se abstiene de participar en los asuntos de interés público, otros decidirán por él, relegándolo a simple objeto de voluntades e intereses ajenos, en vez de sujeto activo y consciente. Se le enajenará así de su realidad.
A este respecto, una acepción de “enajenación” de la Real Academia es: “Distracción, falta de atención, embeleso”. Más profundamente, Nicola Abbagnano, en su Diccionario de filosofía, ofrece variaciones del concepto, según las diferentes escuelas filosóficas: “... proceso por el cual el hombre resulta extraño a sí mismo hasta el punto de no reconocerse (…) El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo que implica sacrificio de sí mismo y mortificación (…) Este uso del término se ha hecho corriente en la cultura contemporánea (…) también con referencia a la relación entre el hombre y las cosas en la edad de la técnica, ya que parece que el predominio de la técnica enajena de sí mismo al hombre en el sentido de que tiende a convertirlo en engranaje de una máquina (…) la situación en la cual no se distingue el deber ser del ser y, por lo tanto, el pensamiento negativo, o la fuerza crítica de la Razón, es olvidada o acallada por la fuerza omnipresente de la estructura tecnológica de la sociedad” (Abbagnano, pág. 369). En todos los casos se denota una disociación de las relaciones sociales, absorción del hombre por el aparato económico y nulificación de su capacidad crítica. Obviamente, estas definiciones aluden a la enajenación ideológica, pero el fenómeno tiene otras connotaciones, una de ellas, en el fondo, económica, cuando el trabajador pierde el control de los medios de producción y de sus productos, volviéndose él mismo una simple pieza del engranaje productivo y perdiendo así su personalidad, su juicio crítico.
Decíamos antes que el arsenal enajenante es diverso y peligroso. Incluye adicciones a drogas y consumo excesivo de alcohol; también a dispositivos electrónicos que absorben la mente del joven y le sustraen de su realidad. Asimismo, la cultura hedonista le empuja a pensar que lo principal de la vida gira en torno a “la diversión”, como “lo propio de su edad”. Incluye dádivas y prebendas para neutralizarle, e incluso cooptarle. Todo para apartarlo de la problemática verdadera, evitando que se interese e involucre en la vida social y sienta suyos los problemas comunes.
El aparato educativo, escolar y no escolar, está diseñado para desclasar al joven y fomentar el egoísmo como recurso ideológico; para obnubilar su conciencia, distanciándolo de sus semejantes e induciéndole a buscar, en un aislamiento nietzscheano, su propio y personal provecho, fuera del colectivo, incluso enfrentado a éste, indiferente a las penurias de los demás. Se promueve en las universidades el menosprecio al trabajo manual y a quienes lo realizan. Se infunde la ficción de que el individuo por sí solo puede alcanzar el éxito empresarial, y que su conocimiento es una mercancía que sería “tonto” compartir, pues en esta economía de mercado representa dinero. Y reforzando esa ideología de segregación, presiona la competencia, base económica de la que emanan el egoísmo y la ruptura objetiva de la unidad social; el sistema la generaliza y promueve, convirtiéndola en ideología y enfrentando entre sí a los individuos en una guerra de todos contra todos, bellum omnium contra omnes, como decía Hobbes. El capital modela así al hombre que necesita.
Como remate, autoridades y ciertos profesores ocultan a los ojos del joven el esfuerzo que el pueblo hace en su educación, repitiéndole hasta la náusea que su éxito es mérito sólo suyo, al que a lo sumo contribuyó su familia, soslayando el papel del pueblo, con sus impuestos y su trabajo. Ese pueblo trabajador, el gran olvidado, pero en realidad el gran protagonista, pues todo el dinero que el gobierno aporta (y con el que pretende comprar conciencias) es obra de los trabajadores. A lo anterior vale añadir, para cerrar, que al fallar los controles ideológicos viene la amenaza hacia los jóvenes, frecuentemente cumplida con la abierta represión académica.
Pero ningún control ideológico enajenante es infalible y eterno; a la postre, la nobleza y las energías de los estudiantes habrán de romperlos, como testimonia la historia: sin ellos, toda transformación social verdadera es inconcebible. La dialéctica misma del cambio social, las fuerzas que la impulsan, harán inevitable la incorporación de la juventud, de su parte más sensible y consciente, al lado del pueblo. La pobreza, angustia popular y necesidades insatisfechas demandan apremiante y efectiva solución y no pueden ser ignoradas eternamente; la necesidad presiona a todos, incluidos los estudiantes, y les empuja a participar. Para esto, su saber ayudará, y será conocimiento liberador, como hizo Prometeo, llevando a la humanidad el fuego –en otras palabras, la ciencia–, que ilumina y hace fuerte a quien la posee (en castigo, el Titán fue encadenado a una roca en el Cáucaso). De nada valdrán las cadenas, ideológicas, económicas o administrativas, de todos los Hefestos de huarache que pretenden sujetar a la juventud y evitar que sea solidaria.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.