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No cabe duda de que el mundo está viviendo una transformación estructural. La hegemonía de Occidente se diluye en la medida en que nuevas naciones se erigen en competidores serios y decididos por un nuevo orden geopolítico. Sorprendentemente, algunos de estos países figuraban hace apenas medio siglo como colonias europeas o norteamericanas. China, la máxima y más dinámica potencia económica industrial de nuestros días, no fue, hasta la segunda mitad del Siglo XX, una nación libre. Durante todo el Siglo XIX estuvo permanentemente bajo el yugo imperialista británico que, con las guerras del opio y el control directo de India, dejaba apenas respirar al gigante asiático; Rusia, en 1917, era todavía un país semifeudal. La Revolución rusa fue la fragua donde se forjó al gigante que no ocuparía un lugar entre las potencias capitalistas del mundo hasta mediados del Siglo XX; India es un caso todavía más revelador. Fue colonia británica durante casi un siglo y hoy compite frente a frente con los tiranos de antaño; Brasil es el otro gran ejemplo de esta reorganización. Es el único país de América Latina que participa activamente en la construcción del nuevo orden mundial, dejando muy por detrás a la vieja potencia del subcontinente, México, que vive hoy un retroceso atroz.
Estas naciones, además de Sudáfrica, que también fuera colonia inglesa hasta 1961, encabezan el bloque que comprende también a Egipto, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Etiopía e Irán. Los BRICS representan la necesaria contradicción de un sistema que hace décadas se encuentra en franca decadencia. La hegemonía y el poder del bloque imperialista conocido como G7 (Alemania, Canadá, EE. UU., Francia, Italia, Japón, Reino Unido y la Unión Europea) y que representa apenas el 10 por ciento de la población mundial, es ahora contrarrestada por un nuevo grupo de países que no sólo está constituido sobre principios de muy distinta índole a los del G7, sino que representa, además, los intereses de un sector mayoritario de la población a nivel planetario: “Entre todos alojan cerca del 45% de la población del mundo, crean 34% del PIB global, disponen de 30% de sus tierras cultivables, producen 40% de sus cereales, 50% de la pesca, 50% de los lácteos, poseen 49.687 % de las reservas de gas, 40% de las de carbón, 46% de las reservas petroleras, suplen 46% de la producción de petróleo, 39% de las exportaciones de crudo, y entre China y Rusia manejan 70% de la producción mundial de uranio (América Latina y Caribe. Debate e ideas Número 19, Edición especial, octubre-diciembre de 2024)”. (lahaine.org)
Ahora bien. El creciente desarrollo e impacto de este nuevo bloque no está exento de contradicciones. Hay que considerar que los BRICS son una estructura política y económica constituida para hacer frente a las potencias occidentales, estrictamente bajo el orden económico capitalista. Son la antítesis de las viejas potencias, pero bajo la misma dinámica del capital. ¿Qué significa esto? Que no hablamos de una alianza que tenga por principio la construcción de un orden social y económico diferente. Fuera de China, país ideológicamente socialista, las demás naciones no se plantean, al menos expresamente, una superación del modo de producción actual, sino una reforma del mismo que permita a sus pueblos aspirar a un mejor nivel de vida. En este sentido cobra relevancia la negativa de Brasil a la entrada de Venezuela al bloque económico.
En la XVI Cumbre de los BRICS llevada a cabo en Kazán, Rusia, Venezuela buscó sortear el veto que el gobierno de Jair Bolsonaro, expresidente de Brasil, impusiera a la nación bolivariana. Todo parecía indicar que así sería, dado que contaba con el apoyo de las principales naciones del bloque. Sin embargo, para sorpresa de extraños, que no de propios, Brasil decidió mantener el veto. Esta actitud incrementó la sospecha que ya se cernía sobre el presidente Lula desde que dio a conocer que por “un problema doméstico” no podría acudir a la cumbre. El rechazo de Brasil a la incorporación de Venezuela a los BRICS es una muestra de contradicciones concretas que es necesario revisar.
En primer lugar, y como hemos dicho ya, los BRICS, aunque claramente consideran la posición política de las naciones que piden su ingreso, supeditan la política interna al poder económico de la nación aspirante. No olvidemos que Jair Bolsonaro, antagonista de Lula y representante de la derecha brasileña, mantuvo su adhesión a los BRICS y, durante todo su mandato, respaldó la política económica del bloque. Por esa misma razón llama la atención que Lula mantuviera el veto al país con las mayores reservas de petróleo del mundo (303 mil 806 millones de barriles). Recordemos que sólo Arabia Saudita (260 millones de barriles) e Irán (208 mil 600 millones de barriles), países que ya pertenece al grupo, compiten con Venezuela en este sector. La negativa a incorporar a Venezuela se vuelve más llamativa aún si consideramos que, de los miembros del BRICS, Rusia ocupa el octavo lugar como productor de hidrocarburos (el doble que EE. UU.); China, el puesto 14; Brasil, el 15; e India, el 22. Rechazar a Venezuela implica perder la oportunidad de convertir al bloque en la potencia energética mundial.
Considerando entonces que el ingreso de Venezuela a los BRICS va precisamente en la línea que el bloque se ha trazado: constituirse en contrapeso económico y alternativa a la hegemonía occidental, ¿cómo justificar su rechazo? Aquí apelamos a una segunda razón de naturaleza totalmente política. Hemos dicho ya, “los BRICS son también un frente político”. Esto no significa, sin embargo, que sean un frente político con tendencia socialista homogénea. Su objetivo es volverse hegemonía dentro de la lógica misma de este sistema para luchar, en todo caso, por un capitalismo más humano. ¿Qué sucederá después? Las esperanzas están puestas en la construcción de un puente hacia el socialismo, pero eso por ahora es un problema que los BRICS no se plantean.
Bajo esta lógica debe entenderse la confrontación entre Brasil y Venezuela. Hemos dicho ya en otro lugar que la contradicción “izquierda” y “derecha” no apela, hoy en día, a la lucha de clases. En todo caso podemos aceptar que, en gran parte del mundo, la contradicción, si existe, es verdadera a nivel puramente cultural. No considera el antagonismo fundamental entre capital y trabajo. En Brasil, como en México y gran parte de América Latina, cuando hablamos de “izquierda” y “derecha”, debemos entender que se refieren al ala derecha e izquierda ¡de una misma clase! De tal manera que la izquierda de Lula, que además le debe su llegada al poder a alianzas con partidos de derecha, algunos más nocivos que el bolsonarismo, es la izquierda de la burguesía y, por ende, enemiga de todo movimiento con tendencia socialista, como es el caso venezolano. En aras de claridad y lejos de subjetivismos: Lula no se pertenece a sí mismo; podrá, si se quiere, ser un buen hombre, pero está al servicio de la clase y del grupo político que le puso en el poder.
Así pues, el rechazo de Brasil frente a la integración de Venezuela a los BRICS es producto de una posición política cuyas raíces deben buscarse en un contexto más amplio del que los BRICS permiten. China, es cierto, es el principal socio comercial de Brasil. EE. UU., sin embargo, es el segundo. Lo que, en términos políticos, significa que el país de las barras y las estrellas tiene todavía poder e influencia en las decisiones del país carioca. A diferencia de lo que algunos medios argumentan: “Brasil pretende ser la única economía influyente en la región”, la verdad es mucho más compleja que esto. La entrada de Venezuela a los BRICS implica, por un lado, el respaldo de los países del bloque a la política chavista, abiertamente antiimperialista y políticamente socialista (misma posición que mantienen Cuba y Nicaragua, países que también se encuentran fuera del bloque); por otro, sería una afrenta directa contra EE. UU. que no sólo no vería con buenos ojos la incorporación de un enemigo recalcitrante del imperio al nuevo grupo económico, sino que enfriaría naturalmente las relaciones comerciales que la todavía fuerte potencia mantiene con los socios del BRICS.
En resumen, ¿a qué responde el rechazo de Brasil a la incorporación de Venezuela a los BRICS? 1) Al pragmatismo del bloque. No hay duda de que algunas de las naciones pertenecientes a éste defienden abierta y francamente la política socialista. Pero la razón de ser del mismo radica, por ahora, en las relaciones económicas antes que ideológicas. 2) A la tibieza y heterogeneidad del grupo político que gobierna Brasil. Una izquierda neoliberal aliada con fuerzas de centro y derecha. 3) A la hegemonía política que mantiene EE. UU. a nivel regional y continental. Es cierto que el imperio se encuentra débil y vacilante, pero sería un error darlo por muerto (error que no parece querer cometer el BRICS) antes de tener la fuerza suficiente para desplazarlo; no sólo en el terreno económico, sino en el ideológico y el político.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).