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Al-Sarif al Taliq El príncipe amnistiado
Sus metáforas nos remiten al movimiento, cada aspecto de la naturaleza está en constante cambio y la velocidad es su signo distintivo.
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En el siglo X, con el Califato de Córdoba, comienza en Al-Ándalus un periodo de estabilidad que pondría fin a intrigas palaciegas, familiares y rivalidades territoriales que habían durado casi dos siglos; esta etapa no solo se caracteriza por la prosperidad económica, sino por el florecimiento de las artes, entre las que ocupa un puesto especial la poesía, el género que más se enriqueció con la fructífera mezcla intercultural producida; ello se debió, en buena medida, a la protección que recibió de los dirigentes árabes en los distintos reinos de la Península Ibérica.

A finales del Siglo X y principios del XI, la lírica arábigo-andaluza llega a su apogeo y tiene en Al-Sarif al Taliq (963-1009) a uno de sus poetas más representativos. Es su poesía espontánea, de buen gusto y gran delicadeza; en ella destaca el tema amoroso, el paisajismo y la admiración del poeta por los jardines; pero la suya no es una visión estática y su actitud es todo menos contemplativa; sus destellantes metáforas nos remiten al movimiento, cada aspecto de la naturaleza está en constante cambio y la velocidad es su signo distintivo.

 

¡Cuántas nubes tronando agua llovediza

son los contertulios del jardín,

cantando y decantando!

Mas la tierra es como su cárcel,

y las plantas, criminales encarcelados.

El relámpago regala ropas de seda

a sus arriates cuando resplandecen

mientras la nube, recinto de lluvias,

recuerda a un caballo oscuro

teñido de matiz abigarrado por la centella.

 

Su galope es una bandada de urracas en vuelo

cuando el viento las disipa soplando.

Son noches en que las mismas estrellas se pierden

y, desconcertadas, buscan en vano su camino.

Mas el relámpago enciende un candil

que transforma la oscuridad de su rostro en breve amanecer. (*)

 

Descendiente de la dinastía Omeya, su nombre era Marwan ibn 'Abd Arman ibn Abd al Arman al Nasir Abu ' Abd al-Mālik y siempre se sintió orgulloso de su linaje.

¿Hay zagal como yo en valentía y largueza,

en discurso y obras o en pía devoción?

Mi nobleza está en mi ser, mi aderezo en el saber.

La espada es mi palabra en el duelo.

Mi lengua en el reto

es una víbora que ni sortilegios pueden apartar.

Mi diestra, protectora del mendigo que suplica generosidad,

ha reunido las alabanzas dispersas.

Mi abuelo es el califa ABD al Arman al-Nasir,

cuyas manos me han arrojado al destierro.

Es el más noble entre los nobles, por sí y por su linaje.

Cuando rivalizan en eminencia, el más elevado es él.

Soy la gloria de los descendientes de Abd al-Sams;

En mí vuelve a brillar su gloria apagada.

Recamo su fama desvanecida

con las alhajas resplandecientes de mi poesía brillante.

 

Al-Sarif al Taliq fue encarcelado 16 años por el asesinato de su padre, a quien disputaba los favores de una esclava de quien estaba enamorado. Almanzor, admirado por el sentimiento que emanaba de su poesía y que transmitía a todo aquel que lo escuchaba, ordenó su indulto y lo incorporó a su corte, por ello, el poeta recibió el sobrenombre de El Príncipe amnistiado. (**)

 

¿Soy yo el primer enamorado

en haber perdido la cabeza por unas mejillas, por unos ojos?

Siempre en guardia contra mí están

separación, prisión, ansiedad, oprobio, y un déspota guardián.

¿Quién hará llegar a los compañeros que, tras separarnos,

vivo proscrito en la mansión de los opresores?

Moro en una mansión cuyos habitantes, por el daño causado,

viven aposentados sobre los tizones ardientes de la muerte.

 

Fue en la cárcel donde produjo la mayor parte de su obra poética. Durante su prolongado cautiverio, escribió a Almanzor solicitando un perdón que le era denegado reiteradamente. Dos leyendas explican su liberación (y la historia de la literatura es prolija en ellas cuando se trata de la biografía de los grandes personajes); una cuenta que el profeta Mahoma se apareció en sueños a Almanzor y le ordenó perdonar al príncipe; “la otra se refiere a un avestruz del gran visir del califa Alhakán II, a quien se le echaban de comer todas las peticiones de clemencia que no quería leer; negándose repetidas veces el ave a engullir la carta de petición de indulto de nuestro poeta, Almanzor tuvo ocasión de meditar el fenómeno, resolviendo devolverle la libertad, y de aquí que le viniera el apodo de Talīk al-Naara, El amnistiado por el avestruz” (*).

* Antología de la poesía andalusí. Manuel Francisco Reina. Madrid, 2007.

** Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo CXCVI. Madrid. Mayo-agosto de 1999.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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