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El 1° de julio de 1921 se conformó, en Shanghái, el Partido Comunista Chino (PCCh), que tomó el poder el 1° de octubre de 1949, 28 años después de su fundación. La teoría leninista del partido, es decir, la teoría del “partido de vanguardia”, tuvo gran influencia sobre el PCCh. De hecho, en 1919, la III Internacional Socialista –cuyo nombre en ruso fue Kommunistícheskiy Internatsional (Komintern) y obtuvo el impulso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)– surgió con el interés especial de promover el internacionalismo proletario en China y Japón. Su sede inaugural fue en Shanghái y de ahí se proyectó hacia el resto del gran país asiático.
Mao Tse-Tung –o Mao Zedong– fue el fundador del PCCh junto a otros grandes políticos de su época; y creó también la República Popular China (RPCh). Mao nació en 1893 y murió en 1976. En 1949 recibió un país semifeudal y con mucha pobreza; por ello, sin dudarlo, conformó una política de corte socialista, es decir, tendiente a resolver los problemas de las empobrecidas clases trabajadoras de las ciudades y el campo. Una de las primeras medidas consistió en entregar y colectivizar la tierra. Posteriormente, en enero de 1958, instrumentó la política del Gran Salto Adelante, que incluyó enérgicas medidas económicas, sociales y políticas para industrializar aceleradamente al país.
Se puso atención especial a la agricultura colectiva y a la pequeña industria, y se utilizó el elemento más abundante e importante para la producción con que cuenta China: la mano de obra. Con ésta se activaron empresas, se trabajó el acero y la agricultura. En 1963, Mao promovió la Revolución Cultural o Movimiento de Educación Socialista, que culminó en 1969. Era enemigo del capital, de los terratenientes y de los Estados Unidos (EE. UU.) y, gracias a él, se sentaron las bases para la construcción de la poderosa China de hoy.
En 1978, el poder quedó en manos de Deng Xiaoping, cuyas reformas produjeron la China actual, y es considerado el “arquitecto de la China moderna”. Deng abrió ésta al mercado, a la competencia y, si se me permite, a los principios leninistas establecidos en las Tesis de abril, donde se reconoce la necesidad de impulsar –como el propio Carlos Marx planteaba– el desarrollo del capitalismo, pero bajo el control del Estado socialista de los sectores económicos esenciales. Deng tenía claro el gran potencial de los recursos naturales chinos y, lo más importante, de la población de China, su principal activo y capital.
En 1979, el nuevo dirigente chino viajó a EE. UU., donde visitó la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) y las empresas CocaCola y Boing (constructora de aviones) y, de vuelta en China, proclamó que la política económica de su gobierno se orientaría hacia la producción de bienes y la tecnología. Deng Xiaoping murió en 1997.
Recuerdo que, en los años 80, ya podían comprarse bienes tecnológicos fabricados en China. En ese periodo era muy difícil adquirir un reloj-calculadora de marca japonesa Casio debido a su alto precio; pero las personas de escasos recursos teníamos la opción de comprar un reloj-calculadora chino, que si bien era cierto que solo duraba una semana, también lo era que sus fabricantes aprendían aún el proceso tecnológico que hoy los ha situado a la vanguardia mundial de este rubro.
A Deng Xiaoping lo sucedió Jiang Zemin y a éste Hu Jintao, quienes consolidaron el desarrollo económico de China hasta que arribó al poder Xi Jinping, el 15 de noviembre de 2012, quien continúa al frente de su país. Xi estudió ingeniería química y más tarde hizo un doctorado en teoría marxista y educación ideológica y política por la Escuela de Humanidades y Ciencias Sociales. Es un líder político inteligente y mesurado, muy capaz y, sobre todo, un hombre bien enterado de los fundamentos del marxismo.
Xi destaca con frecuencia la importancia del PCCh como la fuente de cambio en la China moderna y, con mirada autocrítica, exige a los dirigentes del partido que sean el ejemplo para el pueblo chino. Xi Jinping dirige una China socialista que, en 2009, se convirtió en el segundo productor mundial de riqueza y que dispone de la mayor concentración de reservas en el mundo, lo que la hace una nación muy poderosa. Ahora explora el mundo y el espacio extraterrestre.
El PCCh goza de cabal salud y, con base en sus principios, busca construir una sociedad “modestamente acomodada”, mediante el socialismo con características chinas. En 2012, el Congreso Nacional del PCCh determinó, con el gobierno nacional, librar una dura lucha contra la pobreza. Con más de 255 mil equipos de trabajo acreditados en la primera línea de las aldeas, casi dos millones de cuadros de distrito y más de un millón de cuadros de aldea, el partido y su gobierno lograron, en solo ocho años, que 98 millones 990 mil personas se liberaran de la pobreza, lo cual evidencia que el sistema socialista chino avanza aceleradamente hacia la prosperidad de su pueblo[1].
En 70 años de gobierno socialista y 100 de vida del PCCh, el Producto Interno Bruto (PIB) chino ascendió de los modestos 12 mil 300 millones de dólares en 1949 a los 14.73 billones de dólares en 2020, éxito que la hace merecedora al título de la segunda mayor economía del mundo desde hace 10 años.
En aproximadamente cuatro décadas, el PCCh ha logrado erradicar la pobreza extrema en toda China; ha sacado de ésta a más de 770 millones de personas, convirtiéndose, así, en el primer país en “vías de desarrollo” en haber alcanzado el objetivo de “cero pobreza” dentro de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El PCCh ha mejorado el nivel de vida del pueblo chino garantizando el crecimiento estable del empleo y el mejoramiento de la educación, la vivienda y los servicios de salud pública. Por ello, los niveles de bienestar y la felicidad misma del pueblo también han aumentado[2].
Tuve la fortuna de estar en la comisión receptora de Xi Jinping en 2013 y conocer a un hombre culto y sencillo. Asimismo, la fortuna de viajar dos veces a China; por tanto, puedo constatar que no hay gente pidiendo limosna en las calles; que hay felicidad, modernidad, productos de buena calidad a muy bajo precio y, sobre todo, que hay trabajo para quien quiera empleo. Pude constatar también que el rumor en torno a que las parejas solo deben procrear un hijo es falso; ya que pueden tener los hijos que deseen, pero el Estado nacional solo se hace cargo del primero hasta que concluya su universidad y los demás corren por cuenta de los padres.
En conclusión: el PCCh es un ejemplo que los mexicanos debemos seguir para hacer de esta patria una más justa, más libre, más democrática y más soberana, no la transformación de cuarta que estamos padeciendo.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.