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"Yo canto a Lenin", de Carlos Augusto León
La condena al imperialismo, la denuncia de sus atrocidades y calumnias contra la URSS, así como la certeza del fin del capitalismo son la esencia del poema "Yo canto a Lenin".
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En estos días, mientras en Ucrania los enemigos de la humanidad, que quisieron revivir a Hitler para apoderarse de Rusia y después del mundo entero, clamaban desesperados por una ayuda que Occidente les regatea; en Moscú, el gobierno de la Federación Rusa organizó la conferencia Rusia-América Latina, con la asistencia de más de 300 parlamentarios rusos y latinoamericanos con un objetivo central: fortalecer la construcción de un mundo multipolar,  que se oponga a las ambiciones hegemónicas y neocolonialistas de Estados Unidos y sus aliados y permita estrechar lazos políticos, comerciales y políticos entre los pueblos del mundo.

Esta diferencia no es casual. Fueron los soviéticos, con su gran amor al proletariado internacional quienes salvaron al mundo de la peste nazi en la Segunda Guerra Mundial. Y qué vigente, qué actual resulta el poema Yo canto a Lenin, publicado en 1957 por el periodista, pedagogo y poeta venezolano Carlos Augusto León (1914-1997), quien pusiera su pluma al servicio del proletariado de su país y del mundo hasta convertirse en un exponente de la poesía comprometida. La condena al imperialismo, la denuncia de sus atrocidades y de las calumnias contra la Unión Soviética, así como la certeza de que inevitablemente el capitalismo será derrotado son la esencia del poema que hoy sube a esta Tribuna.

 1

Yo canto a Lenin cuando otros se confunden

y dicen: ya no es ése el gran pueblo de Lenin,

ha cambiado su senda.

No, Lenin: sé que estás más que nunca en los tuyos.

Odio a los que injurian tu familia de pueblos,

los que intentan cubrirla con capa de mentiras.

Pero no es nuevo esto. ¿Tú recuerdas?

¡Si eras para ellos solamente

el gran capitán de los “bandidos”,

todo tu pueblo en pie era una “horda”…

Así ladraban,

así ladran ahora, todavía

prosiguen sus ladridos

 2

Pero todo ha pasado, Camarada,

como tú lo decías.

Primero creció solo,

cercado por doquier y conmovido.

más firme en su crecer,

segura flecha

al blanco dirigida,

el árbol de tu pueblo,

libre y junto,

del ruso, del tadzikio, del turcmenio…

Mas, luego,

surgieron –todo un bosque– nuevos árboles,

 

de Pekín hasta Praga,

de Mongolia a Bulgaria…

Es que todo ha pasado, Camarada,

como tú lo decías.

Y los otros, los que tú combatías,

han seguido derecho hacia su muerte

como tú lo decías.

Aún ladran, aún maltratan, aún saquean,

porque marchan derecho hacia su muerte,

como tú lo decías.

Y los pueblos todos de la tierra,

cada vez más erguidos y despiertos,

sacúdense los yugos

de uno y otro imperio porque saben

que hay un país, un mundo ya, con ellos,

poderosos, fraternos.

Porque todo ha pasado, Camarada,

como lo ibas diciendo.

 3

(…)

Cómo entre los tuyos trabajabas,

uno más entre todos, como oías

al mujik y al soldado; tú sabías

que los ojos de muchos, unidos, ven más lejos,

que los brazos de todos, unidos, son más fuertes.

Yo he crecido contigo, entre la infamia

que ronda nuestro mundo. Yo recuerdo:

cuando era un niño apenas me mostraban

a los niños hambrientos de tu tierra

y decían: he aquí lo que perpetran

allá los bolcheviques.

No decían que aquella hambre arrancaba

–que era un río de sed– de los palacios

del zar y de los suyos… me mostraban

estampas de valientes campesinos

asesinados por los “guardias blancos”

diciéndome: esto hacen

allá los comunistas…

Ellos no cambian, Camarada Lenin,

no cambia el enemigo.

Tu país ha crecido, pero ellos

afirman que sus muros son de hambre

tu tierra es limpia y clara, pero ellos

–los que nutren con sangres populares

sus armas y sus máquinas–

quieren hacernos ver que es sólo sombra.

Ellos no cambian, Camarada Lenin,

nuestro siempre enemigo.

En Budapest ahora asesinó patriotas

y nos mostró sus víctimas diciendo:

esto han hecho

allá los comunistas…

Ellos no cambian, Camarada Lenin.

La vida que yo llevo de luchar y cantar

y el tiempo mismo

que tu Revolución tiene de vida,

ellos lo llevan de preparar Kolchaks

y Denikin para agredir de nuevo…

en vano, en vano:

cada día son más débiles

–con bombas, sí, con armas a montones

y montones de dólares–

y cada día más fuertes

somos tú y yo, los pueblos de la tierra.

No se corrigen ellos, nunca cambian,

–¡si son los mismos lobos!–

por nada se convencen que deben dejar paso

a quienes hoy tenemos que edificar la historia.

Una vez atacaron…

era Hitler, ya polvo en la memoria,

crimen en la memoria, ya nada más, del mundo.

Y hace poco quisieron que volviera:

sus cenizas

fueron a despertar y sus soldados

lanzaron contra Hungría…

Pero ésta no fue suya, Camarada.

Tus gentes –tus hermanos, tus hijos

de la patria soviética–

al lado de los húngaros de veras

allí otra vez han rechazado el monstruo,

han liberado al Hombre.


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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