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Una Francia sin "grandeur" reelige a Macron
Francia siempre ha anhelado ser influyente y poderosa, pero hoy está alicaída y optó por reelegir a Emmanuel Macron. La nación que por siglos se identificó como eje de la civilización occidental decidió entre un centrismo impostor y un fascismo remozado.
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Francia siempre ha anhelado ser influyente y poderosa, pero hoy está alicaída y optó por reelegir a Emmanuel Macron. La nación que por siglos se identificó como eje de la civilización occidental, y cuya diplomacia proyectó un modelo de exquisitez que encubría la voracidad de sus élites, decidió entre un centrismo impostor y un fascismo remozado. Sin su referente tradicional, el electorado de izquierda se abstuvo, mientras los desesperados flirtearon con la extrema derecha de Marine Le Pen, hasta acercarla como nunca antes al Elíseo; y los resignados votaron a una élite que no los representa. México observa a ese país, al que lo une un complejo pasado y una vibrante relación político-económica.

El final de la Segunda Guerra Mundial, el general Charles De Gaulle proclamó su intención de hacer de Francia, humillada durante cuatro años de ocupación alemana, una potencia proporcional a su verdadero peso regional e internacional. Recuperar esa grandeur fue el propósito del general y de los ocho sucesivos presidentes de la V República.

Francia ha figurado como actor de primer orden en la escena internacional. En el Siglo XX ganó un sitio en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) por su poder nuclear, cuyas terroríficas pruebas submarinas fueron realizadas en aguas de sus excolonias sobre los mares del Pacífico Sur.

Y hoy, después del Brexit –la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (UE)– es la mayor potencia militar de esta región y la quinta economía más grande del mundo, cuyo Producto Interno Bruto (PIB) de tres mil 450 billones de dólares (mdd), la sitúa como la segunda economía de Europa, detrás de Alemania.

 

 

Hace medio siglo, Francia fue actor decisivo e imprescindible durante el proceso de integración europea. Sin embargo, en este Siglo XXI perdió ese ímpetu, y la Alemania de Ángela Merkel ocupó ese vacío con mayor protagonismo en ese bloque.

A la par, el país galo dejó de ser potencia colonial, aunque mantiene su nociva influencia imperial en Asia y África sobre los llamados “territorios franceses de ultramar”, que por siglos la dotaron con una envidiable posición geoestratégica en todo el planeta.

 

Territorios lejos de la grandeur

El bienestar galo proviene de sus excolonias en África y Asia. De 17 territorios que deben ser descolonizados, muchos son franceses: Kanaky y Polinesia siguen bajo su ocupación; la isla Mayotte, en las Comores, es tan precaria que el ícono de las revoluciones africanas, Saïd Bouamama, la llama “un islote de pobreza en un océano de miseria”. En El Caribe, tres departamentos están en subdesarrollo: Guadalupe, la Guyana francesa y Martinica. En noviembre hubo disturbios por el pase de salud impuesto tras el plan de vacunación que obligaron al ministro de esos territorios, Sébastien Lecomu, a calmar a una población que además exigía aumento de salarios y rebaja en los precios de la gasolina.

La candidata Le Pen explotó el abandono económico y la política antiinmigrante de París. Se valió de la fuerte red de contactos a través de su partido con las élites; y disimulando el racismo se posicionó como “crítica del radicalismo”. Es así como la candidata que más votos obtuvo en los territorios franceses de ultramar fue al alza, refiere el politólogo Marcos Bartolomé.

 

Esos territorios (o departamentos) conforman lo que con desprecio Napoleón Bonaparte llamó “el confeti del imperio” y condenados al subdesarrollo. Entonces y hoy, el nivel socioeconómico de las poblaciones de ultramar resulta muy inferior al de los metropolitanos.

Esta desigualdad, aprovechada por las élites locales y del centro, se tradujo en mayoría de votos para la extrema derecha en esas localidades del exterior. En su primera gestión presidencial, Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron no logró revertir esa ofensiva inequidad.

El Ejecutivo, formado como especialista en inversión, exsocio del banco Rothschild & Cie, exasesor económico del presidente François Hollande, exministro de Economía y creador del movimiento ¡En Marcha!, obtuvo la presidencia en 2017 con la promesa de la igualdad.

En su primer mandato, Macron asestó a los franceses una reforma al Código Laboral que tensó su relación con los trabajadores. Propuso reformar los ferrocarriles estatales (SNCF), le siguió el escándalo judicial de Benalla (violencia contra civiles de su jefe judicial) y fue intolerante con el movimiento de los Chalecos Amarillos contra el alza de impuestos al combustible.

 

Desafíos

Ya reelecto, Macron deberá atender los enormes desafíos geopolíticos y socio-económicos que evidenció su campaña, y cuya atención reclaman más de 67.6 millones de escépticos franceses. El huésped del Palacio del Elíseo sabe que el reloj corre para cumplir las expectativas de conciudadanos, vecinos y socios más allá de sus fronteras.

Los franceses se preocupan por el alto costo de la vida, la inflación que alcanza niveles inéditos, el déficit comercial generado por dos años de pandemia, el impacto del conflicto Ucrania-Rusia y una polarización política que, al parecer, llegó para quedarse.

La atención de estas prioridades pasará por el triunfo de los diputados afines a Macron en las elecciones legislativas del próximo 12 de junio; tras su apretado triunfo, el Ejecutivo tiene estrecho margen de maniobra. Además, sus políticas económicas causaron descontento; pues en cinco años, redujo el gasto social, los impuestos a empresas y grandes fortunas.

Otro desafío es la educación. Critican a su gobierno por su política de “abandono” al sector. Los docentes exigen aumento de salarios y alegan que son los peor pagados de Francia y siete por ciento menos, comparados con sus colegas de los países integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

 

Recelo entre amigos

 

 

1821.Tras la independencia, Agustín de Iturbide pide al rey Luis XVII el reconocimiento de México, pero es rechazado por la alianza entre Francia y España.

1826-1839. Francia propone relaciones comerciales y, a la caída de los Borbones, formaliza la relación con México. Ocurre la primera intervención francesa a México, con ayuda estadounidense.

1861-1867. Segunda intervención, auspiciada por conservadores mexicanos que pactan con Napoleón III la imposición de Maximiliano de Habsburgo como emperador. El dictador francés planea crear desde México un imperio francés hacia América Latina. El expresidente Benito Juárez lidera la campaña político-militar para expulsar a los invasores; Francia retira sus tropas por su guerra contra Prusia.

1876-1911. Porfirio Díaz, que combatió a los franceses, abre la puerta a inversiones francesas durante su larga dictadura. Al renunciar se exilia en París.

1940-1944. El diplomático mexicano Gilberto Bosques, cónsul en Marsella, gestiona el refugio de 40 mil judíos y republicanos españoles perseguidos por el nazismo. México rompe con el gobierno de Vichy y se relaciona con el de Charles de Gaulle en el exilio. Se restablecen relaciones.

1963. Adolfo López Mateos es el primer presidente mexicano en realizar una visita de Estado a Francia, lo recibe De Gaulle, quien visitó México un año después.

2005-2013. Conflicto diplomático por el caso Florence Cassez, acusada de complicidad en un secuestro y crimen organizado. El presidente Nicolás Sarkozy influye a favor de la francesa y se enfría la relación. Se libera a Cassez y Francia ofrece crear una Gendarmería.

2021. El ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Jean-Yves Le Drian y el Secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard Casaubon, anuncian que reforzarán la asociación estratégica mutua.

2022. En México operan 550 filiales de firmas francesas que representan más de 150 mil empleos. La Ciudad de México (CDMX) recibe la mayor inversión directa francesa a través de más de 90 empresas que, según la embajada, generan unos 33 mil empleos directos en los sectores de salud, transporte, energía y nuevas tecnologías.

 

Además, denuncian que el sistema actual fomenta la falta de personal en las escuelas debido a una burocracia que obstaculiza el ingreso de maestros. Por ello, quienes ya atienden un centro escolar, deben desplazarse para trabajar en otros. También rechazan que en un aula haya más de 30 estudiantes porque es un número “inadecuado” para el proceso de aprendizaje.

Macron deberá solucionar la reforma a las pensiones. Él propone un cambio de fondo; y para hacer “viable el sistema”, alienta el aumento en la edad de jubilación de 62 a 65 años, salvo trabajos de riesgo o de quienes iniciaron su vida laboral antes de los 20 años.

Hábil, la líder de ultraderecha, Marine Le Pen, usó este tema en campaña para reposicionarse: propuso mantener la edad actual, “incluso reducirla” para no perjudicar a los empleados.

En reacción, y para atraerse a los jóvenes, Macron ofreció eliminar rentas a trabajadores con menos de 30 años. Ese llamado es para animarlos a permanecer en el país y formar ahí a su familia, pues los jóvenes franceses se alejan cada vez más de la política y de su país.

Con el respaldo del capitalismo, Macron propone financiar una nueva revolución industrial con 30 mil millones de euros; la centra en la exploración espacial, la producción de bienes de alta tecnología y lo que llama ciencias de la vida. A la par, relanzó la vieja propuesta de que el Estado adquiera bienes franceses, que en 2017 usó Le Pen en su campaña.

Macron tuvo a su favor que la tasa de desempleo sea la menor desde 2008 (7.4 por ciento). No obstante, subió el desempleo juvenil al 16 por ciento, según el Instituto Nacional de Estadística (Insee). De ahí que los jóvenes sean un sector de más presión para el reelecto Ejecutivo.

 

Candil de la calle

En su campaña, Macron ofreció renovar el dinamismo de una Europa que hoy exhibe su total alineación a Estados Unidos (EE. UU.) frente al conflicto entre Rusia y Ucrania. En este diferendo, su gobierno respalda las sanciones contra el Kremlin.

Semanas antes fue humillado por su antiguo aliado político-militar, cuando arrebató a una empresa estatal la venta de submarinos nucleares con el gobierno australiano. Otra afrenta llegó días después cuando Washington y Londres crearon una alianza de seguridad con Canberra, sin consultar a Macron.

 

 

A Francia le atañe esta alianza (AUKUS), que busca imponer una nueva dinámica occidental en una región del Pacífico, que hoy los anglosajones denominan Indo-Pacífico para “detener la expansión” de China. Desde el Siglo XVI, los gobiernos franceses han mantenido intereses históricos en esa zona marítima asiática y ese pacto irrumpe en su lógica de poder e influencia.

A Washington le interesa la relación con París, pues hoy es la única potencia nuclear en el este del Atlántico y, por tanto, detenta poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero EE. UU. ha confirmado que tiene su propia agenda.

Al Ejecutivo galo, que aspira a protagonizar una nueva era de entendimiento con Joseph Robinette Biden, el retiro de Ángela Merkel como canciller de Alemania le dejó vía libre para moverse. Aunque aprendió que Washington no es confiable.

Superada la crisis de AUKUS, llegó el conflicto a Europa del este, que el huésped del Elíseo usó a su favor como variable electoral. Solo entre febrero y marzo, Macron realizó casi veinte llamadas al Presidente de Rusia, Vladímir Putin, y viajó a Moscú. Para parecer mediador neutral, habló hasta en 25 ocasiones con Volodimir Zelensky, con quien se reunió en Bruselas, sede de la UE, y en Kiev, refiere Yusef Núñez.

 

Derecha exitosa

En la campaña política, la diputada Marine Le Pen adoptó la estrategia del gatopardismo: cambió su plataforma para distanciarse del extremismo al que históricamente han favorecido las élites francesas, convencida de que, una vez en el poder, mantendría su doctrina reaccionaria.

Otra de las atractivas promesas de la candidata para los franceses más precarizados, fueron de índole financiera. Con ello obtuvo el 30 por ciento de los votos en la primera vuelta. En contrataque, Macron no la criticó por su ideología racista, sino por su “estrecha cercanía” con el presidente ruso, Vladímir Putin.

 

 

La representante por Calais reviró y declaró que, sin importar quién esté al frente del Kremlin, ella considera a Rusia un relevante actor geopolítico por su capacidad energética.

Después de la elección del 24 de abril, Le Pen quedó en segundo lugar de preferencias, lo que significa un hito en la historia política francesa contemporánea, marca un desafío para el Elíseo y un cambio de paradigma en la Europa de estos días.

 

V República: política a través de ocho presidentes

Charles de Gaulle (1958-1969). Renueva la Constitución, crea la V República y postula la idea del retorno a la grandeur, con una Francia que proyectaría un nuevo plan y sustituiría al poder coercitivo. Al dotarse del poder nuclear se convirtió en una potencia digna de influir en la escena global.

Georges Pompidou (1969-1974). Auspicia la integración económica para acercarse a Europa, industrializa al país y crea obras de infraestructura.

Valéry Giscard d’Estaing (1974-1981). Endurece leyes migratorias, enfrenta gran desempleo, aprueba el divorcio y el aborto, realiza ensayos nucleares en la Polinesia. Trata de influir en el conflicto árabe-israelí.

François Mitterrand (1981-1995). Se distancia de EE. UU. y Reino Unido; se acerca a Alemania, apoya su reunificación y se acerca a Europa. Aumenta salarios, impuestos a magnates, nacionaliza bancos, regulariza a migrantes, alienta la libertad de prensa y detiene el genocidio en Ruanda.

Jacques Chirac (1995-2007). Neoconservador, rompe con el gaullismo, rechaza la invasión a Irak en 2003; aunque apoya al presidente estadounidense George Bush y aprueba la intervención en Líbano y Siria. Se acerca a Israel y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

 

 

Nicolás Sarkozy (2007-2012). Conservador, fortalece la capacidad represiva de la policía. Se alía con EE. UU. contra el terrorismo y la lucha antidrogas con el discurso de la “familia occidental”. Se acerca a las monarquías del Golfo Pérsico y regresa Francia a la OTAN.

François Hollande (2012-2017). Marca el retorno de la izquierda moderada al poder; aprueba el matrimonio homosexual, sus tropas combaten en Malí, Irak, Líbano y Somalia. Enfrenta ataques terroristas en París. No hay establece buenas relaciones con el gobierno de Barack Obama en EE. UU.

Emmanuel Macron (2017-2022) (2022-2027). Socio-liberal con atención a los jóvenes en una presidencia muy mediática. Con Alemania intenta fortalecer a la UE ante el Brexit y la arrogancia de Donald Trump.

 

Los perdedores

El Partido Socialista Francés (PSF) y los Republicanos (la antigua UMP de Nicolás Sarkozy) pasaron de ser las agrupaciones políticas hegemónicas a grupos secundarios en las elecciones pasadas. Sus candidatas, la socialista y alcaldesa de la capital francesa, Anne Hidalgo, apenas alcanzó dos por ciento de los votos; y la republicana Valérie Pécresse, presidenta de la región parisina, con 10 millones de habitantes, alcanzó el cinco por ciento.

El PSF y Los Republicanos sucumbieron ante el movimiento La República en Marcha de Macron. Francia Insumisa postuló a Jean-Luc Mélenchon, el eterno rostro de la izquierda gala, quien a sus 70 años no dudó en postularse por tercera ocasión como candidato presidencial. Reivindicó la herencia del PSF, cuyo espíritu parece disolverse en el fin de una era.

La tarea pendiente y urgente para la izquierda francesa consiste en frenar la escalada política de la extrema derecha. El excandidato socialista a la presidencia en 2017, Benoît Hamon, alertó: “Francia ha banalizado la xenofobia”. El desencanto está ahí pues, entre los jóvenes, el abstencionismo fue del 46 por ciento y la izquierda fue incapaz de unir a los trabajadores.

En cambio, Macron sedujo a figuras notables de ambos partidos: alcaldes, diputados y ministros (como el socialista Jean Yves Le Drian, hoy su ministro de Asuntos Exteriores o el conservador Édouard Philippe, exalcalde de Le Havre y fue su primer ministro).

Sin embargo, el retroceso del PSF y los republicanos contrasta con su renacimiento nivel local y regional. De las 13 regiones metropolitanas, los socialistas gobiernan cinco y los conservadores siete. Es paradójico que el partido de Macron, La República en Marcha, no gobierne en ninguna y tampoco la ultraderecha de Le Pen.

 

 

En un parlamento de 577 diputados, que en breve se renovará, los socialistas apenas tienen una treintena de diputados –de los 295 que fueron en 2012– mientras que los republicanos suman 100 contra 194 de ese mismo año, recuerda Aída Palau Sorolla.

A la clase dominante le preocupaba mucho esta elección. Sin embargo, los analistas estiman que la abstención y la falta de debate dominaron el proceso. En esta campaña, Le Monde reclamó: “No pasa nada” y para el sitio Mediapart fue un ejercicio con “un toque de fatalismo”.

Fue el síntoma de un sistema sin aliento que lucha por activar los engranajes tradicionales del consentimiento. Al miso tiempo fue una campaña inseparable del conflicto en Ucrania, lo que le ofreció un “puesto de privilegio al presidente, tras dos años de pandemia, que agrandó la brecha entre los temas racistas y de seguridad”, estiman Paul Morao y Nathan Erderof.

No obstante, la columnista del diario económico Les Echos, Cécile Cornudet, anticipó que en momentos de indiferencia política “es cuando pueden ocurrir accidentes democráticos” y consideró que en la calle, donde se asienta el enfado cuando la política ya no es un regulador, pueden venir sorpresas.

El resultado de lo que suceda en Ucrania, el alza de precios y las reformas que Macron impondrá por exigencia de las élites (como la de las pensiones), podrían radicalizar las luchas que no se reflejaron debido al gran abstencionismo.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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