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Se cumplió un año de la incursión de militantes de la organización Hamás desde la Franja de Gaza a Israel que, según las autoridades de este país, dejó mil 159 muertos y 251 personas que se llevaron secuestradas. Una penetración en una frontera que tiene una barda altísima, alambres de púas, alta tensión y que está vigilada por sofisticados aparatos electrónicos, por satélites y quién sabe por cuántos medios y dispositivos más durante las 24 horas del día, horadada así como así, como cruzan los mexicanos el Río Bravo cuando los guardias fronterizos de Estados Unidos se retiran intencionadamente y fingen que no ven, evidentemente despierta fuertes y sólidas sospechas. Nadie honrado en este planeta debe desestimar las numerosas versiones que han afirmado que Benjamín Netanyahu, el primer ministro, y la cúpula gobernante de Israel, sabían desde hacía tiempo que la invasión se llevaría a cabo, que nada hicieron para detenerla y que, como ya se sabe, la provocación se consumó.
La violentísima y desproporcionada respuesta también estaba muy bien preparada y ya lleva un año. La Organización Mundial de la Salud asegura que durante este tiempo de agresiones terrestres y bombardeos a la población civil, cerca de 41 mil 800 personas han perdido la vida y aproximadamente 97 mil han resultado heridas, a las que hay que sumar alrededor de 10 mil desaparecidos que se teme yacen bajo los escombros (información proporcionada por Ayadil Saparbekov, jefe de emergencias de la OMS para los territorios palestinos ocupados). Esto se denomina Genocidio.
El reciente sábado 12 de octubre, el diario The Washington Post reportó en su primera plana: “El asedio de Israel en el norte de Gaza continuó mientras el ejército instaba a más evacuaciones en la zona y los servicios de emergencia dijeron que ʻun gran número’ de víctimas seguían en las calles y bajo los escombros”. Regístrense muy bien las palabras “el ejército instaba a más evacuaciones en la zona” porque a un año de distancia de la incursión provocada o espontánea de Hamás a Israel, queda ya claro que no se trata de castigar a los transgresores ni de reforzar la protección y la vida tranquila de los habitantes de Israel, no se busca la paz, sino de que los palestinos que han vivido en condiciones durísimas durante muchos años lleven a cabo, bajo pena de muerte, “más evacuaciones en la zona” de la Franja de Gaza. Lo que ambicionan, lo que necesitan urgentemente las élites de Israel y el imperialismo occidental comandado por Estados Unidos, es territorio y con el territorio, recursos naturales y posiciones estratégicas de ataque.
En una entrevista con la CNN (el reciente dos de octubre), el ministro de Asuntos Exteriores libanés, Abdallah Bou Habib, informó que Hezbolá había acordado un alto el fuego con Israel momentos antes de que el estado de ocupación asesinara a su secretario general, Hassan Nasrallah, que el gobierno libanés había informado a Estados Unidos y Francia de la decisión y, sobre todo, que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, conocía y había aceptado los términos del acuerdo. La información fue publicada por el Middle East Monitor el tres de octubre y es prueba fehaciente de que el Occidente colectivo y los oligarcas de Israel no quieren la paz, sino la guerra de conquista.
Más pruebas. Desde hace muchos años, el mundo árabe ha ofrecido a Israel la normalización de las relaciones mutuas a través de la Iniciativa de Paz Árabe acordada en la Cumbre de la Liga Árabe celebrada en Beirut, Líbano, el 28 de marzo de 2002, que compromete a los países árabes a una paz integral y a unas relaciones normales con Israel a cambio de poner fin a la ocupación y establecer un Estado palestino. Sin embargo, Israel ha rechazado sistemáticamente esta oferta y ha preferido continuar con su ocupación ilegal y su expansión territorial. Al provocar y continuar los conflictos, Israel puede justificar acciones militares, impedir soluciones diplomáticas y demorar el establecimiento de un Estado palestino, permitiendo así, como queda dicho, la expansión de los asentamientos ilegales y la dominación de Palestina.
En consecuencia, además de la población inerme y pacífica de la Franja de Gaza (al sureste de Israel), El Líbano (al norte) está sufriendo ya la mayor escalada del conflicto desde la guerra de 2006. Cerca de dos mil personas han muerto desde octubre de 2023, incluidos 400 niños y mujeres, declara la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. La nueva fase de la embestida sionista, la garra del imperialismo, ha provocado también el desplazamiento de más de un millón 200 mil personas; solamente entre el 30 de septiembre y el nueve de octubre, más de 310 mil sirios (asentados en El Líbano) y alrededor de 110 mil libaneses cruzaron la frontera entre El Líbano y Siria.
Esta barbarie, muy similar a la hitleriana, se explica fácilmente: la Franja de Gaza cuenta con recursos naturales importantes, especialmente en su zona marina. Hay recursos energéticos: se estima que hay alrededor de un billón de pies cúbicos de gas natural precisamente en la zona marina; existen ahí, también, importantes reservas de petróleo no descubiertas al público todavía (pero sí del pleno conocimiento de la inteligencia militar imperialista y, por tanto, de los señores del capital) por 1.7 mil millones de barriles.
Por si faltaran elementos para comprender el grandísimo interés del imperialismo por la Franja de Gaza, cabe recordar que se encuentra en una ubicación geográfica de gran valor estratégico, a orillas del mar Mediterráneo, lo que la convierte en un lugar privilegiado para el establecimiento de bases militares áereas y navales; y extraordinario para el desarrollo económico y turístico. Donald Trump, cuyo legado como político todavía está por definirse, pero ya ha pasado a la historia como empresario exitoso y muy rico, declaró hace unos días que la región de la Franja de Gaza cuenta con “la mejor ubicación de Oriente Medio” y señaló que… “sus recursos naturales podrían ser la base de un importante desarrollo económico… con su clima favorable y su acceso directo al mar, podría transformarse en uno de los mejores lugares del mundo” y, para rematar, la comparó con el principado de Mónaco, famoso por su lujo y prosperidad.
En El Líbano, por su parte, hay agua, agua que en Israel es muy escasa. Aunque El Líbano es uno de los países más pequeños de la región, cuenta con varios ríos y manantiales, lo que le otorga una mayor disponibilidad de agua en comparación con otros países de Oriente Medio, el río Litani es el más largo del país. El Líbano cuenta con suelos fértiles en el Valle de la Becá, donde se cultivan productos como cereales, frutas, verduras, tabaco, aceitunas y uvas para vino; posee bosques de pinos, robles y cedros. Es muy bello, dicen los que lo han visitado. Tiene salinas importantes y, sobre todo, se han descubierto reservas de gas natural en sus aguas territoriales del mar Mediterráneo y también está en una ubicación excelente para bases militares, se encuentra también, como la Franja de Gaza, en el centro del mundo árabe.
Los matones no son los judíos del mundo. No. Sólo unos cuantos son plutócratas poderosos y sanguinarios en el Occidente y en Israel, sólo unos cuantos están enfebrecidos por la ampliación y conquista de territorios que los provean de más recursos naturales, materias primas, fuerza de trabajo dócil y barata y mercados para vender las mercancías que llevan adherida la ganancia. Sólo unos cuantos entienden que el sionismo es la máscara del monstruo imperialista. Sólo unos cuantos se benefician. La mayoría de los judíos y de los israelíes (porque no todos son judíos), como la inmensa mayoría de los seres humanos, laboran muy duro jornadas que parecen interminables y producen una enorme riqueza que no se les queda ni a ellos ni a sus hijos. Nada tienen que disputar a sus hermanos de infortunio que viven al otro lado de una frontera, tienen otra religión y quizá otro origen étnico, pero comparten un pavoroso destino de miseria y sufrimiento.
Lebensraum, “espacio vital”, macabro nombre que le puso el imperialismo alemán desde fines del Siglo XIX a la matanza que le preparaba al mundo, lo recogió Adolfo Hitler para llevar a cabo el mayor exterminio que haya conocido la historia humana y, como atestiguamos aterrados, sigue vivo.
Estados Unidos lanzó una agresión contra la República de Yemen con 73 ataques dirigidos a la capital, Saná, y a las gobernaciones de Hodeidah, Taiz, Hajjah y Saada.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".