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Los medios de comunicación son los que dictan la agenda diaria. Tan pronto encuentran una noticia nueva que les dé rating, olvidan los problemas trascendentes del país; por ejemplo, pocos cuestionaron el hecho de que la pandemia empezara a ceder, pero causara daños terribles a las familias mexicanas. Es curioso ver cómo en la elección del domingo anterior, los gobernantes improvisados actuaron como si el Covid-19 hubiera sido ya superado y cómo tomaron dos decisiones por demás criminales que tendrán penosas consecuencias para el país. La primera fue decretar el regreso a clases presenciales y la segunda declarar en semáforo verde a prácticamente todos los estados de la República, incluyendo a la Ciudad de México (CDMX), una de las ciudades más grandes y pobladas del mundo. Lo hicieron en aras de ganar las elecciones del seis de junio, pero también porque, con la movilización escolar, podrán reactivarse la economía y revertirse la debacle comercial, aunque no consideraron que esto se hará a costa de más muertos en la clase trabajadora, como bien lo revelaron investigaciones de especialistas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Ante este negro panorama, ¿qué opinan los maestros? Nada, absolutamente nada. Salvo raras excepciones, los docentes se encuentran callados, dóciles a acatar las disposiciones de las autoridades educativas, porque ya han aprendido a someterse para no perder sus trabajos. El magisterio ha olvidado, desde hace años, su combatividad; y ante el alto desempleo y pocas oportunidades, alzar la voz no es una forma muy inteligente de sobrevivir. Por ello aceptan las condiciones que se les imponen, aunque éstas agraven la precariedad de sus empleos y los pongan en riesgo junto a los estudiantes. Y si son maestros de sistemas estatales o descentralizados resulta peor, porque ahí ni siquiera tienen derecho a organizarse en grupo, mucho menos en sindicatos. Cada uno de ellos, aun cuando la ley los protege, sabe que alzar la voz y cualquier intento de insubordinación aislada termina mal porque son despedidos inmediatamente.
La educación, decía Freire, es la práctica de la libertad; pero en su lugar enseñen la misma adaptabilidad oportunista, contribuyen do a formar ciudadanos conformistas llenos de miedo y frustración. Los golpes que los docentes han recibido del actual gobierno, lejos de despertar su espíritu rebelde, los han llevado a poner la otra mejilla. La “Cuarta Transformación” (4T) ha menospreciado, en nombre de la austeridad, el presupuesto a la educación y pese a que ordenó el regreso a las aulas, las instituciones educativas de todos los niveles no han recibido recursos adicionales para hacerlo. El presupuesto para la investigación fue recortado en 75 por ciento; los investigadores que trabajan en escuelas particulares fueron privados de los apoyos que recibían del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) para compensar sus bajos salarios. Los ingresos de los maestros son raquíticos y ganan menos que un migrante ilegal en Estados Unidos (EE. UU.); los que tienen nivel de doctorado perciben alrededor de 15 mil pesos al mes y durante la pandemia tuvieron que absorber los gastos adicionales que debieron enfrentar para dar clases a distancia.
Los estímulos al desempeño docente fueron igualmente recortados y su entrega, además, opera como una trampa perversa, porque los pone a competir y a rivalizar fieramente por unos cuantos pesos, ya que no consideran que el verdadero problema se halla en los salarios bajos, en que su nivel académico merece mejor pago y en que deben esforzarse en elevar su bienestar. Pero para esto se requiere unidad entre ellos, lucha conjunta y no conformarse con los discursos vacíos de los funcionarios demagogos.
Tal vez ahora, ante la decadente realidad nacional y cuando el sufrimiento de las capas populares los ha alcanzado, dejen atrás su resistencia a desempeñar el papel de maestros ante las nuevas generaciones –como el que hace años tenían los profesores rurales–; estén dispuestos a luchar codo a codo con sus hermanos de clase y que, conscientes de que la lucha comporta riesgos, nada tienen que perder y sí mucho qué ganar al convertirse en los constructores de una nación más justa para sus hijos.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA