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La eficaz diplomacia del jefe de Estado de la República Popular Democrática de Corea (RPDC), Kim Jong-un, ha ganado el respeto de las tres superpotencias mundiales con las que negocia su futuro político. En su incipiente relación con la RPDC, Estados Unidos (EE. UU.) pretende sacar a Rusia y a China de la ecuación para mostrarse determinante en el balance del poder en esa región. Pero esos dos socios históricos son esenciales en la geopolítica de Norcorea para evitar el mismo choque de intereses que en la Guerra Fría oxigenó el conflicto armado en la península y cuyos efectos aún impactan en la región. Este esfuerzo es por la paz y seguridad que merecen los 25.5 millones de habitantes de la RPDC.
En solo 11 meses, el líder norcoreano ha desplegado una frenética diplomacia con las principales potencias internacionales. Hábil, Kim Jong-un ha sostenido dos reuniones cumbre con el presidente de EE. UU., Donald Trump; en menos de 40 días ha dialogado dos veces con el presidente de China, Xi Jinping; ha tenido tres citas con su homólogo surcoreano Moon Jae-in y ha celebrado una primera cumbre con su homólogo ruso, Vladimir Putin, el pasado 25 de abril.
En sus diálogos con Xi Jinping, el máximo líder de la RPDC confirmó el rol clave de Beijing en las negociaciones regionales para desnuclearizar la Península Coreana. De igual manera, la cita de Kim y Putin en Vladivostok ha tenido un efecto doble: reposicionó a Rusia como mediador ante EE. UU. –hecho que desagradó a los halcones estadounidenses– y exhibió la capacidad de negociación de Kim Jong-un.
Esa compleja estrategia diplomática anticipa que las llamadas “negociaciones a seis bandas” (entre Japón, EE. UU., Rusia, China y las dos Coreas), actualmente estancadas, habrán de reanudarse en el mediano plazo. Es necesario para ello que Washington levante las sanciones a dos de los actores relevantes en esa negociación: la RPDC y Rusia.
Perder en Vietnam
En el diálogo trunco Trump-Kim Jong-un, en Vietnam, pesó negativamente la posición de EE. UU. del “todo o nada” sobre el tema nuclear, que chocaba con los avances de la RPDC en su moratoria. En los días post-Hanoi, el South China Morning Post afirmó que el dirigente norcoreano “ha perdido el deseo de continuar con los intercambios con EE. UU.”. Sin embargo, en la XIV Asamblea Suprema del Pueblo, Kim resaltó que “los lazos personales” entre él y Trump no son hostiles.
Según Donald Trump, la cumbre fracasó porque Jong-un le exigió levantar todas las sanciones y “no podíamos hacer eso”. A cambio, Pyongyang “estaba dispuesto a desnuclearizar gran parte de las zonas que queríamos, pero no todas las que queríamos. Así que debimos retirarnos”, explicó.
Pero esta versión fue negada por el ministro de Exteriores de la RPDC, Ri Yong-ho, quien afirmó que su gobierno ofreció desmantelar “de forma permanente y completa” su producción nuclear con presencia de expertos estadounidenses a condición de que EE. UU. levante de forma “parcial” las sanciones que afectan la economía privada y el sustento del pueblo.
Para otros expertos, la falta de acuerdos se debió a la actitud radical y agresiva del secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, y del asesor de Seguridad Nacional, John Bolton; ausencia de pactos que amplió la brecha entre las estrategias de negociación de ambos Estados. De ahí que Pyongyang pidiese su relevo. El presidente surcoreano Moon Jae-in ha propuesto una tercera cumbre, aunque Kim Jong-un dio a EE. UU. hasta el fin de este año para que tome “una decisión audaz”, es decir, que retire las sanciones.
El mensaje
Fue precisamente en ese momento clave cuando Rusia y la RPDC dieron un paso inédito al celebrar la primera reunión entre el presidente ruso Vladimir Putin y el líder norcoreano en Vladivostok.
Kim llegó al edificio “S” del campus de la Universidad Federal del Lejano Oriente, en la isla Russki de Vladivostok; la primera cumbre entre ambos estadistas comenzó con el apretón de manos que se dieron Kim y Vladimir Putin a la entrada del conjunto.
Esta cita envió una poderosa señal al mundo y a EE. UU.: que los lazos bilaterales no van en declive, sino todo lo contrario. Además, pareció una reacción al mensaje de Pompeo ante el Congreso de su país, cuando catalogó de “tiranos” al líder norcoreano y al presidente de Venezuela. Un tercer objetivo del encuentro fue el intento de Kim por lograr ayuda para su proyecto de desarrollo económico.
En la cena de Estado que Putin ofreció al líder norcoreano, donde se disfrutó de ensalada de cangrejo, borscht (sopa de verduras típica de Rusia) y pastel de queso de chocolate adornado con banderas rusas y de Norcorea, el presidente ruso brindó así: “Damos la bienvenida a los pasos de liderazgo de la RPDC para establecer un diálogo con EE. UU. y normalizar las relaciones entre el sur y el norte de Corea”.
Para el jefe del Kremlin “no hay otra alternativa más que la solución pacífica de los problemas nucleares y de otro tipo en la región”. En síntesis, se trató de definir soluciones político-diplomáticas al problema nuclear de la Península Coreana que garanticen seguridad y estabilidad en la región, para que avance la distensión, estima el asesor del Kremlin, Yuri Ushakov.
Lo que también une estratégicamente a Pyongyang con Moscú es su rechazo a las sanciones impuestas por EE. UU. y la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Ese acercamiento táctico sucedió cuando Washington asestó otro golpe arancelario a Beijing, el tercer elemento en esta ecuación.
De ahí que la diplomacia de Kim Jong-un con los dos gigantes asiáticos –aunque se aprecie como mero espectáculo visual– muestre su esfuerzo por no dejar opción sin explorar, al tiempo que sigue intentando obtener los beneficios que sean posibles de EE. UU. Por lo pronto, esa eficaz actitud del líder norcoreano parece haber dejado en suspenso los días de furia y fuego, cuando se estuvo muy cerca de apretar el botón en la región.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.