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La pintora María Cenobia Izquierdo Gutiérrez nació en San Juan de los Lagos, Jalisco. Fue contemporánea de otras personalidades de su época, entre ellas Frida Kahlo, Diego Rivera y José Clemente Orozco; y aunque no gozó del mismo prestigio, ha sido revalorada después de su muerte.
Su pintura expresó diversos aspectos de la vida en México, en particular las circunstancias en torno a la mujer mexicana de su tiempo y mediante una perspectiva profunda. En sus obras hay numerosos retratos y autorretratos, naturalezas muertas, escenas tradicionales y cuadros surrealistas en los que representó metafóricamente la condición de la mujer.
Cenobia Izquierdo fue madre de tres hijos; se divorció de su esposo en la Ciudad de México (CDMX) y se matriculó en la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde conoció a figuras importantes de la pintura mexicana. Estos hechos propiciaron la definición de un estilo propio que, al principio, estuvo muy apegado a las enseñanzas de pintores como Rufino Tamayo.
Uno de sus grandes logros consistió en ser la primera pintora mexicana en exponer su obra en Estados Unidos (EE. UU.), lo que le otorgó reconocimiento y prestigio. Pese a esto enfrentó las mismas condiciones de marginación que en aquella época pesaban sobre las mujeres del país debido al dominio de la burocracia machista. La historia del mural “que nunca fueˮ –un trabajo que representaría la historia de la CDMX, y que iba a exhibirse en un importante edificio de la capital– es una prueba de este hecho.
El trato había sido ya cerrado pero, en el último momento, fue cancelado con base en argumentos técnicos; sin embargo, se sabe que, en realidad, Javier Rojo Gómez, quien le había encargado la creación de la obra, consultó la opinión de Rivera y Orozco y éstos le señalaron que María Izquierdo no estaba capacitada para ese trabajo. Esta decisión fue una muestra del machismo que aún imperaba en el ejercicio artístico, pese a que Rivera no había dudado en elogiarla y calificarla como “una de las personalidades más atrayentes del panorama artístico”.
Lo cierto es que el mural que pintaría María Izquierdo, del que solo se conocieron los bocetos, la hubiera colocado al mismo nivel de los grandes muralistas mexicanos, quienes tenían reconocimiento mundial y no deseaban compartir un espacio al que, hasta entonces, ninguna mujer había llegado.
Problemas cerebrovasculares agravaron su salud y la dejaron incapacitada para mover el lado derecho de su cuerpo, lo que le impidió pintar con la facilidad y rapidez de antes. Paulatinamente se agravaron sus problemas económicos hasta quedar en la pobreza; ya que no contaba con un mecenas y no vendía cuadros como antes. Cuentan que su funeral se convirtió en subasta, pues sus hijos y amigos repartieron entre sí las pocas pertenencias que le quedaban.
Las difíciles condiciones que enfrentó Izquierdo Gutiérrez fueron plasmadas en su obra; y en sus cuadros se abrió una perspectiva pictórica nueva para esa época: en lugar de pintar a la mujer como madre y ama de casa, la representaba amarrada a muros que no se encontraban en ningún lugar, decapitadas o en “posiciones” que evidencian situaciones de opresión, las cuales, muchas veces, no se ven ni reconocen, pero que tienen consecuencias tangibles. Por ello, ahora, María Izquierdo no solo es considerada pintora de lo mexicano sino también del feminismo contemporáneo.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.