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Poeta, periodista y ensayista mexicano nacido en la Ciudad de México el 22 de diciembre de 1859. Fue escritor y periodista durante toda su vida. Inició su carrera a los trece años, escribió poesía, impresiones de teatro, crítica literaria y social, notas de viajes y relatos breves para niños. El único libro que vio publicado en vida fue Cuentos frágiles (1883) bajo el seudónimo de El Duque Job. Gran parte de su obra apareció en diversos periódicos mexicanos bajo varios seudónimos: El Cura de Jalatlaco, Puck, Junius, Recamier, Mr. Can-Can, Nemo, Omega, que utilizaba para publicar distintas versiones de un mismo trabajo, cambiando su firma y jugando a adaptar el estilo del texto según la nueva personalidad.
Su madre, ferviente católica, le inculcó la lectura de los españoles del Siglo de Oro y la formación en el seminario, influencia que se vio compensada por la fuerte corriente positivista de la sociedad de la época que pugnaba en sentido contrario. Abandonó el seminario a los pocos años, y comenzó a leer las obras de de San Juan de la Cruz, Santa Teresa y Fray Luis de León. Colaboró en varios periódicos como El Federalista, La Libertad, El Cronista Mexicano y El Universal. En 1894 fundó, con Carlos Díaz Dufoo, La Revista Azul, publicación que lideró el modernismo mexicano durante dos años.
Importantes críticos e historiadores de la literatura universal se han ocupado de su obra y coinciden en algunas ideas, entre las que destaca el afrancesamiento del poeta, su inclinación, en la madurez, hacia el simbolismo y el parnasianismo y por haber abierto las puertas al modernismo en México. Falleció el tres de febrero de 1895 a la edad de 35 años.
Pax animae
¡Ni una palabra de dolor blasfemo!
Sé altivo, sé gallardo en la caída.
¡Y ve, poeta, con desdén supremo
todas las injusticias de la vida!
No busques la constancia en los amores,
no pidas nada eterno a los mortales,
y haz, artista, con todos tus dolores,
excelsos monumentos sepulcrales.
En mármol blanco tus estatuas labra,
castas en la actitud, aunque desnudas,
y que duerma en sus labios la palabra...
y se muestren muy tristes... ¡pero mudas!
¡El nombre!... débil vibración sonora
que dura apenas un instante! ¡El nombre!...
¡Ídolo torpe que el iluso adora,
última y triste vanidad del hombre!
¿A qué pedir justicia ni clemencia
–si las niegan los propios compañeros–
a la glacial y muda indiferencia
de los desconocidos venideros?
¿A qué pedir la compasión tardía
de los extraños que la sombra esconde?
¡Duermen los ecos en la selva umbría
y nadie, nadie a nuestra voz responde!
En esta vida el único consuelo
es acordarse de las horas bellas
y alzar los ojos para ver el cielo...
cuando el cielo está azul o tiene estrellas.
Huir del mar y en el dormido lago
disfrutar de las ondas el reposo…
Dormir... soñar... el sueño, nuestro mago.
¡Es un sublime y santo mentiroso!
... ¡Ay! Es verdad que en el honrado pecho
pide venganza la reciente herida...
Pero... ¡perdona el mal que te hayan hecho!
¡Todos están enfermos de la vida!
Los mismos que de flores se coronan,
para el dolor, para la muerte nacen...
Si los que tú más amas te traicionan,
¡perdónalos, no saben lo que hacen!
Acaso esos instintos heredaron,
y son los inconscientes vengadores
de razas o de estirpes que pasaron
acumulando todos los rencores.
¿Eres acaso el juez? ¿El impecable?
¿Tú la justicia y la piedad reúnes?
¿Quién no es fugitivo responsable
de alguno o muchos crímenes impunes?
¿Quién no ha mentido amor y ha profanado
de un alma virgen el sagrario augusto?
¿Quién está cierto de no haber matado?
¿Quién puede ser el justiciero, el justo?
¡Lástimas y perdón para los vivos!
Y así, de amor y mansedumbre llenos,
seremos cariñosos, compasivos...
¡Y alguna vez, acaso, acaso buenos!
¿Padeces? Busca a la gentil amante,
a la impasible e inmortal belleza,
y ve apoyado, como Lear errante,
en tu joven Cordelia: la tristeza.
Mira: se aleja perezoso el día...
¡Qué bueno es descansar! El bosque obscuro
nos arrulla con lánguida armonía...
El agua es virgen. El ambiente es puro.
La luz, cansada, sus pupilas cierra;
se escuchan melancólicos rumores,
y la noche, al bajar, dice a la tierra:
–¡Vamos... ya está... ya duérmete... no llores!
Recordar... perdonar... haber amado...
ser dichoso un instante, haber creído...
y luego... reclinarse fatigado
en el hombro de nieve del olvido.
Sentir eternamente la ternura
que en nuestros pechos jóvenes palpita,
y recibir, si llega, la ventura,
como a hermosa que viene de visita.
Siempre escondido lo que más amamos:
¡Siempre en los labios el perdón risueño;
hasta que al fin ¡oh tierra! a ti vayamos
con la invencible lasitud del sueño!
Ésa ha de ser la vida del que piensa
en lo fugaz de todo lo que mira,
y se detiene, sabio, ante la inmensa
extensión de tus mares, ¡oh mentira!
Corta las flores, mientras haya flores,
perdona las espinas a las rosas...
¡También se van y vuelan los dolores
como turbas de negras mariposas!
Ama y perdona. Con valor resiste
lo injusto, lo villano, lo cobarde...
¡Hermosamente pensativa y triste
está al caer la silenciosa tarde!
Cuando el dolor mi espíritu sombrea
busco en las cimas claridad y calma.
¡Y una infinita compasión albea
en las heladas cumbres de mi alma!
Ante la esfinge
¿Quién puede sondear el hondo abismo
del pensamiento humano? Quién acierta
a decidir si late enamorado
el corazón o nos anima torpe
el ansia infatigable del deseo?
En vano fija su mirada fría
el grave observador y ver procura
la desnuda verdad que el rostro esconde.
¿En dónde acaba la lascivia? ¿En dónde
comienza la pasión honrada y pura?
Todo es oscuro y misterioso: suelen
confundir sus raíces en la tierra
el pino soñador y la ardorosa
palma que a la molicie nos convida:
no analices los tintes de la rosa,
no busques el secreto de la vida.
En pechos de mujeres mercenarias
ha brotado el amor limpio y augusto.
¿Quién juzga nuestros actos? ¿Quién condena?
¡Corrompe sus caminos el rey justo
y sube al Paraíso... Magdalena!
Transformación inacabable, eterna,
los átomos renueva y las pasiones:
lo que hoy es pensamiento en el cerebro
será mañana chispa en los hogares.
¡Esa que miras gota de rocío
verás en breve convertida en lodo!
¡Todo se agita y transfigura, todo,
desde la nebulosa al albedrío!
Canta, poeta, la canción divina
Canta, poeta, la canción divina
o mientras dura la tormenta calla:
la corte con sus laudes afemina,
la plebe con sus gritos encanalla.
Para otras lides el acero templa
y mira las revueltas populares
como en la roca el águila contempla
la cólera imponente de los mares.
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Escrito por Redacción