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Uno de los rasgos fundamentales de la economía feudal, prevaleciente en casi toda la Edad Media en Europa, fue el autoconsumo; una producción orientada no al mercado, sino a la autarquía. El comercio internacional languideció, según la tesis clásica del historiador Henri Pirenne, porque el Mediterráneo (mar indispensable para la comunicación comercial) cayó en manos de los musulmanes, que en menos de un siglo tenían una hegemonía que abarcaba desde la península Arábiga, todo el norte de África y buena parte de la península Ibérica. Este predominio musulmán duró casi toda la Edad Media.
Se considera que este aislamiento comercial europeo comenzó a romperse luego de Las Cruzadas, ocurridas entre los Siglos XI y XIII, emprendidas, originalmente, con el propósito de conquistar Tierra Santa, puerta al comercio oriental y punto nodal de influencia política. No obstante, los occidentales no triunfaron en el terreno militar; su conquista más importante radicó en crear condiciones políticas para unir económicamente estas zonas y, con ello, permitir el intercambio cultural. En la Europa medieval, la tradición clásica romana y griega fue marginada de los centros de estudio (casi todos eclesiásticos) por varios siglos, en cambio, en Asia Menor y en los territorios musulmanes era punto de referencia inexorable para los estudiosos. Por cierto, el desarrollo de la Medicina árabe era mil veces superior al estudiado entre los europeos en la época de Las Cruzadas.
Mas no solo este nuevo encuentro permitió un renacer cultural; imposible entenderlo sin la relación de las prósperas ciudades italianas de Florencia y Venecia. En ambas, la dinámica económica cambió radicalmente: la antítesis del autoconsumo era, ahora, la producción capitalista. La abundancia económica creó una nueva clase media fuerte y en ascenso: la burguesía; las ciudades se convirtieron en modelo de opulencia para las clases altas y medias y permitieron el mecenazgo a los artistas, creando condiciones para su profesionalización.
A esto, debemos agregar revoluciones en la técnica de las artes plásticas. Las innovaciones son innumerables, destaquemos algunas; primero, la invención de la pintura al óleo, que permitió un secado demorado (y no instantáneo, como sucedía para el caso del fresco) y que permitió un espacio más amplio para las alteraciones y mejoras en los puntos débiles de las obras pictóricas; el detalle se afinó en grado sumo, lo que contribuyó a mejorar el realismo y la delicadeza en el definición de los rostros, ventana por excelencia para dilatar el abanico de las emociones representadas.
El otro salto en la técnica fue el desarrollo de la perspectiva lineal, conocida en Italia, inicialmente, como contruzione legittima y que fue practicada mucho antes por los arquitectos; la perspectiva no solo favorecía al realismo, sino que era la expresión de uno de los rasgos del artista renacentista: el universalismo, pues para pintar en perspectiva el conocimiento en Matemáticas era indispensable.
En consonancia, el mayor realismo de la pintura al óleo y la perspectiva se benefició, por un lado, de los minuciosos estudios sobre anatomía de los pintores del Siglo XV y, por otro, por la revaloración del papel de la naturaleza en el arte, anunciado por el humanismo, estimulo principal de las representaciones meticulosas del paisaje.
Además, la narrativa pictórica fue virando hacia temas seculares. Si bien este viraje no fue estrepitoso como se piensa, avanzó con paso seguro. Ya en el Siglo XIV, las figuras paganas, dioses griegos o romanos, aparecían con no poca frecuencia en los monumentos compartiendo espacio con los mitos judíos y cristianos. Por ejemplo, en la sacristía vieja de San Lorenzo, en Florencia, hallamos por encima del altar una cúpula en la que aparecen figuras mitológicas.
Puede entenderse que este nuevo arte renacentista exigía artistas de diferente perfil; en primer lugar, el arte ya no sería una simple labor artesanal, como antaño; sería una labor de alta consideración social, ya que el artista imitaba a Dios, creando; pero antes era menester conocer el mundo, descifrarlo. De ahí que un artista no podría comprenderse sin la aspiración de dominar todas las ciencias, es decir, poseer una mente universalista; aunque la idea es griega, desde Pitágoras y Platón, en el Renacimiento toma un nuevo impulso. En una lista elaborada por Peter Burke destaca a varios hombres universales (entre ellos, Vasari, Donato, Bramante, Miguel Ángel), de ellos, catorce eran arquitectos, trece pintores, seis ingenieros y seis escritores; pero su dominio no se reducía a ello, pues en la mayoría de los casos, compartían hasta cinco disciplinas, más allá del mero diletantismo.
Subrayemos que este florecimiento cultural tiene una relación estrechísima con el acontecer económico. En este sentido, pensemos: si el arte en nuestros días está en crisis, no es peregrino buscar las causas en las crisis económicas del capitalismo, primero, y después, en la crisis existencial y desesperanza que sufre la humanidad.
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista