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La casa del confín del mundo, de William Hope Hodgson
Esta novela de terror (1908) reseña una serie de pesadillas que su autor imaginó a fin de buscar el éxito editorial y alimentar la muy solicitada escuela de ficción del Siglo XIX.
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Esta novela de terror (1908) reseña una serie de pesadillas que su autor (Inglaterra, 1877- Alemania, 1918) imaginó a fin de buscar el éxito editorial y alimentar la muy solicitada escuela de ficción que desde la segunda mitad del Siglo XIX engrandecieron dos maestros de la literatura inglesa: el estadounidense Edgar Allan Poe, autor del cuento El gato negro y el británico Herbert George Wells, creador de La guerra de los mundos. Estas obras vienen a cuento porque en el relato de Hope Hodgson es evidente su influencia en los relatos de sus dos narradores anónimos que hacen referencia a sucesos incluso extraterrenales.  

Uno de ellos, el autor del preámbulo, cuenta cómo él y su amigo Tomnsoln llegan al pueblecillo Kraighten, ubicado en un rincón de Irlanda, en cuyo riachuelo se dedican a pescar. Cuando remontan éste para indagar la fuente se topan con una finca rural abandonada que está rodeada de jardines, montada sobre un picacho que vuela sobre un abismo de más de 60 metros de hondo y que en el otro extremo colinda con un pozo con una anchura de 100 metros, una profundidad que acaso llega a las entrañas de la Tierra y que está cubierto por una bruma gris-negra en las noches y multicolor en el día. En el interior de la residencia hallan un empolvado manuscrito cuya autoría se debe al otro relator anónimo, que padece terribles pesadillas. 

Este narrador empieza por atribuir al diablo la construcción de la casona, que está invadida por un frío glacial, silencio, oleadas de polvo y “cierta cosa invisible pero incuestionablemente real”. A los pocos días viaja involuntariamente hacia fuera de la Tierra y cuando retorna advierte la presencia de monstruos con cuerpos y caras de cerdo que caminan sobre dos patas, gruñen, ríen y balbucean palabras articuladas que parecen humanas pero que resultan ininteligibles. Luego sobreviene una invasión de luces multicolores que precede a su siguiente viaje sideral que dura un millón de años; en este periodo percibe que en un segundo pasa un año, en un minuto un siglo y en una centuria el total de viaje.

En el curso de este viaje –que hace como alma, porque ya vio que su esqueleto y el polvo de su perro Pepper están depositados en un rincón del estudio– es testigo de cómo las noches se tornan luminosas, los días oscuros y las estrellas globos celestes; que en el sistema solar hay un planeta blanco y cómo el sol se agranda enormemente, adquiere un rojo escarlata intenso, luego se vuelve verde –color que denota su condición de astro moribundo– para finalmente ponerse negro y desaparecer. Sin embargo, justo cuando está plenamente convencido de que el universo ha llegado a su fin, despierta y se descubre en el estudio de la vieja casona, en la que no encuentra el mínimo vestigio del cataclismo sideral del que había sido testigo.

William Hope Hodgson fue autor de una decena de novelas de misterio y aventuras, entre las que resaltan Los piratas fantasmas (1907) y El cazador de fantamas (1909).


Escrito por Ángel Trejo Raygadas

Periodista cultural


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