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¿Es real el peligro de una tercera guerra mundial? Si nos atenemos a los hechos duros y a los datos demostrados, la conclusión es que tal peligro no existe o que es muy poco probable. Toda la histeria rusofóbica de los medios occidentales se basa en una mentira evidente: la inminente invasión de Ucrania por parte de Rusia.
Una prueba de esto es que nadie ofrece una explicación coherente, satisfactoria, de los motivos o los intereses de Rusia con tan arriesgada aventura. ¿Qué busca Rusia en Ucrania? ¿Qué ventajas económicas, geopolíticas o estratégicas le reportaría su supuesta invasión? A poco que se piense el asunto, resulta claro que ese inmenso país (Rusia) no necesita absolutamente nada de Ucrania, ni siquiera una posible posición estratégica, puesto que con el retorno de Crimea al seno de la que siempre fue su patria, Rusia aseguró la base naval que necesitaba para su flota de guerra y una salida al mar Mediterráneo, ambas cosas indispensables para su seguridad nacional.
Opiniones calificadas aseguran, en cambio, que la verdadera causa estriba en los problemas internos y externos de Estados Unidos (EE. UU.), es decir, la profunda división de la sociedad norteamericana (evidenciada en la pasada competencia electoral entre Donald Trump y el presidente Joe Biden) que, a su vez, se explica por la imparable declinación del poderío económico y militar de EE. UU. en la escena internacional. “La marcha hacia la guerra está siendo animada por una mezcla completamente tóxica de ambiciones geopolíticas desquiciadas y crisis internas insolubles” (portal WSWS, 29 de enero).
Eduardo Luque (El Viejo Topo, 29 de enero) dice: “Produce escalofríos escuchar tanto al presidente Biden como a su secretario de Estado Blinken. Mantienen una retórica belicosa sin pruebas que sustenten sus palabras y, lo que es peor, sin objetivos (…) Gritan porque de esa forma podrán presentarse como «duros»”. Es decir, todo es una farsa para engañar a la opinión pública haciéndole creer que sus gobernantes se juegan la vida en defensa de la democracia y de los “legítimos” intereses del país. Buscan canalizar el descontento popular hacia un supuesto enemigo externo y cerrar la fisura interna. Luque remata: “Detrás, en la sombra, se ocultan las grandes compañías de armamento o gas que financian las campañas de los políticos norteamericanos. No es casual que el hijo de Biden, Hunter Biden, haya tenido importantes negocios gasísticos” en Ucrania.
Así pues, no es Rusia sino Estados Unidos el que tiene verdaderos y grandes intereses en Ucrania y el que necesita hacerse con el control absoluto de este último país. No hay que olvidar, además, que Rusia ha declarado, una y otra vez y de cara al mundo entero, que no tiene ninguna intención de invadir Ucrania, ni ahora ni en el futuro, y no veo ninguna razón de peso para no creer en la seriedad de sus palabras. Los personeros del imperialismo y sus repetidores mediáticos se limitan a afirmar que esas declaraciones son engañosas y pérfidas pero no ofrecen una sola prueba de sus afirmaciones. En resumen, pues, si la paz del mundo dependiera de la conducta rusa ante Ucrania, ya podríamos dormir tranquilos porque, como dice Eduardo Luque, Rusia no invadirá a Ucrania simplemente porque no lo necesita. Y así es la verdad.
Sin embargo, la cuestión es bastante más complicada que eso. Partiendo de que detrás de todo se hallan los intereses de los gigantescos monopolios trasnacionales y las dificultades internas y externas de los norteamericanos, resulta necesario preguntarnos ¿qué persiguen estas fuerzas oscuras con el incremento de las tensiones en torno a Ucrania y con la histeria de guerra que están sembrando por todo el planeta? ¿Cuál es el propósito de llevar la rusofobia al extremo a que la están llevando y de presentar al presidente Putin como un “populista” y como un “criminal enloquecido” (portal WSWS ya citado) capaz de arrastrar al mundo a una hecatombe nuclear?
Repasemos brevemente algunos hechos de la historia reciente. Para los países capitalistas en general, resulta obvio que los EE. UU. fueron los vencedores en la segunda guerra mundial y, por tanto, que tienen el legítimo derecho a liderar al resto de las naciones, mejor dicho, a someterlas a su dominio y control en todos los terrenos. Pero en dicha guerra también participó la URSS; y fue ella precisamente la que derrotó a Hitler en el terreno de las armas. En sentido estricto, pues, los EE. UU. tenían derecho solo a la mitad de la corona, por así decirlo; la otra mitad correspondía a la URSS, pero los norteamericanos nunca lo reconocieron honradamente. Su naturaleza imperialista los empujó desde el primer momento a tratar de hacerse con el dominio completo, para lo cual organizaron la Guerra Fría y, poco más tarde, crearon la OTAN, el brazo armado indispensable para conseguir el objetivo propuesto. La URSS y sus aliados perdieron la Guerra Fría en 1991 y, a partir de entonces, el imperialismo comenzó a actuar como el dueño real e indiscutible de toda la riqueza del planeta.
Entre los tesoros más valiosos se hallaba el inmenso y rico territorio ruso. En 1992, apenas un año después del derrumbe de la URSS, Walter Russell Mead, destacado académico norteamericano, escribió en el World Policy Journal una “propuesta (…) para la política estadounidense después de la Guerra Fría” en la que sugería “que EE. UU. adquiriera Siberia de la empobrecida nación rusa y lucrar «privatizando los vastos yacimientos de recursos naturales». Esta área contiene algunas de las reservas más valiosas de petróleo, gas natural, diamantes y oro del mundo. Contiene vastos recursos madereros y enormes reservas minerales. Todos estos recursos valen más como parte de EE. UU. que de Rusia” (WSWS, 29 de enero de 2022). Esto permite ver que el verdadero crimen de Putin no es querer invadir Ucrania, sino haber arrebatado a los buitres el botín que ya creían tener en el bolsillo. El mismo WSWS advierte: “…Putin sabe lo que significaría una derrota para él. Manuel Noriega y Slobodan Milosevic murieron en prisión, Muamar Gadafi fue asesinado brutalmente y Sadam Huseín fue ahorcado. Washington quiere a Putin muerto”.
Una tarea central encomendada a la OTAN fue impedir a como diera lugar el surgimiento de una potencia capaz de rivalizar con los EE. UU., lo cual incluía a los mismos aliados europeos, y no tanto conjurar la “amenaza comunista”, como bien lo predijo visionariamente Stalin. En el momento de formalizar la rendición de la URSS, Gorvachov y aliados hicieron dos peticiones a los vencedores: 1) el compromiso de que la OTAN no crecería ni una pulgada hacia Oriente y, como obligado corolario, 2) no incorporar en sus filas a ninguna república exsoviética. A ambas cosas se comprometió solemnemente Ronald Reagan. Hoy la OTAN está tocando insolentemente a las mismas puertas de Rusia. Éstos son los que acusan de mentiroso y pérfido al presidente de Rusia.
Muchos especialistas de la época predijeron que, puesto que había desaparecido el “peligro comunista”, la OTAN no tardaría en seguir el mismo camino. Se equivocaron rotundamente porque no entendieron que la misión de este temible aparato militar no era librar al mundo libre de la amenaza comunista, sino mantener uncido ese mismo mundo libre a los intereses y a la voluntad del imperialismo y ser el gendarme mundial para impedir el surgimiento de una potencia rival, tareas que no desaparecieron junto con la URSS. Pero lo trágico (y hasta un poco ridículo) es que, a pesar de tantas y tan sofisticadas precauciones, hoy el tan temido peligro de un competidor es una realidad que nació y se desarrolló bajo sus mismas narices, un formidable enemigo bicéfalo representado por Rusia y China.
Ahora la tarea de la OTAN es aplastar al enemigo cuyo surgimiento y fortalecimiento no fue capaz de prever y evitar. Para eso es que se ha extendido hasta las fronteras occidentales de Rusia, y para eso ha sembrado bases militares, misiles y bombas cada vez más mortíferas en todos los países europeos, en especial en los que comparten fronteras con Rusia. Después de haberse incorporado a los Países Bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) burlando la palabra empeñada, ahora pretende anexarse a Ucrania y Georgia para conseguir mejor posición de tiro. Éste es el verdadero fondo de la crisis ucraniana y de la alharaca mediática de la prensa occidental. Ésta es la razón también de que Rusia haya trazado una línea roja en Ucrania que la OTAN no debe cruzar, so pena de desencadenar una conflagración mundial.
Al mismo tiempo, la cancillería rusa entregó por escrito, a mediados de diciembre pasado, una propuesta de negociación en la cual destacan tres puntos: 1) el compromiso escrito de que no incorporarán a la OTAN a Ucrania ni a ningún otro país exsoviético; 2) retirar todas las bases de misiles y las ojivas nucleares instaladas fuera del territorio norteamericano; y 3) atenerse estrictamente a la legislación internacional establecida por la ONU. EE. UU. y sus aliados han contestado que no reconocen ninguna línea roja; que mantendrán su política de “puertas abiertas” y respetarán el derecho de toda nación soberana a elegir libremente los medios y los aliados para garantizar su seguridad nacional. En otras palabras, que seguirán adelante en su política provocadora en Ucrania.
En los hechos, sin embargo, no han dado el paso decisivo de incorporar a Ucrania a la OTAN. ¿Cómo se explica entonces la prisa de Rusia por concluir un acuerdo de paz y su movilización de tropas hacia la frontera con Ucrania? Algunos datos más. Eduardo Luque (ya citado) escribe: “Bruselas (es decir, la OTAN) cometió un enorme error en 2014 cuando se produjo el golpe de Estado impulsado por EE. UU. La victoria de las fuerzas de extrema derecha y grupos fascistas hizo estallar el país y propició, paralelamente, la resistencia popular al golpe en la capital y en las provincias. La aparición de las repúblicas independientes tiene ahí su origen (…) Ucrania vive desde entonces en una situación de guerra civil, con un alto al fuego precario que tiene como base los acuerdos de Minsk. Todo está paralizado hasta este momento”.
El “estallido” se refiere a la decisión de Crimea de reincorporarse a Rusia y a la independización de las regiones orientales de Lugansk y Donetsk. Los acuerdos de Minsk, que fueron aceptados y firmados por el gobierno ucraniano, lo obligan a reconocer la autonomía de ambas repúblicas; a aceptar como legítima la voluntad de Crimea de pertenecer a Rusia y a mantener el status quo actual de Ucrania y Georgia frente a la OTAN, es decir a no formar parte de esta alianza militar. Desde 2014, fecha del golpe de Estado y del “estallido” consecuente, Norteamérica y sus aliados han venido armando a Ucrania, proceso que se ha acelerado en los últimos meses. Se sabe que ese armamento es un verdadero “tira chinas” (o “palomitas” como diríamos en México) frente al potente y moderno armamento ruso, pero el Gobierno de Putin entiende que el verdadero objetivo es empujar a Ucrania a romper unilateralmente el acuerdo de Minsk y a recuperar por la fuerza los territorios “rebeldes”, lo que obligaría a Rusia a intervenir directamente en el conflicto. Con esto, EE. UU.-OTAN tendrían el camino despejado para anexarse Ucrania y declarar apresuradamente su obligación de defenderla como a cualquier otro miembro de la alianza.
Todo indica que la apuesta de Occidente es doblegar a Rusia mediante la ventaja estratégica que le daría su arribo a Ucrania y la consecuente amenaza de destrucción total. La apuesta es asaz arriesgada, porque depende enteramente de la “cordura” de Putin, y es obvio que el presidente ruso jamás capitularía gratuitamente como Gorbachov en su tiempo. Pero en el supuesto de que la maniobra tuviera éxito, algunos se preguntan: ¿qué seguiría? Hay quien piensa que la desintegración del país en varias republiquitas “independientes” controladas por Washington; otros que un baño de sangre cuya primera víctima sería el propio presidente Putin, como ya anticipa el portal WSWS, para colocar en el poder un gobierno títere que colaborara en la destrucción de China, que sería el objetivo último de la maniobra.
Pero Rusia y China no se chupan el dedo; están conscientes de que el verdadero desafío es la guerra ahora para detener la ofensiva o la guerra mañana, con la OTAN instalada en Ucrania y la defensa infinitamente más difícil. La elección no parece dudosa. Mi conclusión es que es totalmente falso que la paz del mundo dependa de que Rusia invada o no a Ucrania, depende de que EE. UU. y la OTAN entiendan que no lograrán engañar a sus poderosos oponentes y, en consecuencia, que se sienten a negociar con honradez, limpieza y espíritu de conciliación para alcanzar un tratado de paz beneficioso para todos. La vida entera del planeta depende de eso. A los pueblos de la tierra no nos queda otro recurso que entender la situación y movilizarnos organizadamente para tratar de detener a los pirómanos nucleares. No es fácil lograrlo pero no veo otro camino.
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Ingeniero por la Universidad Autónoma Chapingo y Secretario general del Movimiento Antorchista Nacional.