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Hace 30 años, tras la caída del muro de Berlín y de la pretendida desaparición del “socialismo real” representado por la destrucción de las Unión Soviética, los voceros de la ideología triunfante poco tardaron en clamar, a quien escuchara, que el fin de una era había llegado; que el capitalismo, ondeando la bandera del libre mercado, había sido el justo vencedor de una contienda que duró un “corto” siglo y que se había demostrado que este modelo económico y político era la única opción viable para administrar el mundo entero. Algunos de sus apologetas más audaces se atrevieron a decir que con la caída del bloque socialista había llegado “el fin de la historia”.
Los argumentos, sin embargo, se fundaron en falacias fácilmente rebatibles. En principio, el capitalismo “triunfante” no exhibió en la práctica su viabilidad; su mejor argumento consistió en demostrar el fracaso de su adversario, debido a la mala administración y a la traición final de Gorbachov, de cuyas acciones fue víctima el partido en el poder. Poco importó a los ideólogos del “neocapitalismo” demostrar, en la práctica, la viabilidad del mundo feliz que pronosticaron con su modelo, defendido teóricamente por los nuevos adalides teóricos del capitalismo: Milton Friedman, Friedrich Hayek y Ludwig von Mises. Así que con base en el uso de la falacia “el otro es el malo, yo soy el bueno”, el capitalismo se declaró victorioso.
A este falaz argumento se añadió otro que dentro de la lógica torcida de los ideólogos pareció natural, aunque se desprendía de este silogismo: la Unión Soviética cayó; y la Unión Soviética era socialista; por lo tanto, se decue que el socialismo fracasó. Si la misma lógica se hubiera empleado para valorar el capitalismo, su fracaso habría quedado demostrado apenas unas décadas después de su nacimiento.
Y ha sido la propia realidad, con la terquedad que la caracteriza, la que en solo tres décadas ha echado por tierra los argumentos del neoliberalismo. Los mismos pregoneros, cuyas bocas y plumas se pusieron al servicio del capital, se arrepienten hoy de sus “interpretaciones”, reconocen sus errores y, en algunos casos, con efímeros arranques de sensatez, aseveran que la teoría a destruir, el marxismo, se está cumpliendo tal y como su creador lo atisbó hace más de siglo y medio.
Ejemplo de ello es Francis Fukuyama, autor del libro El fin de la historia y el último hombre. Hace 30 años, este afamado teórico, quien trabajó para los gobiernos ultraconservadores de Ronald Reagan y George Bush y defendió a ultranza la invasión a Irak, no tuvo escrúpulos en decir que el “fin de la historia había llegado” con el triunfo del neoliberalismo; que las ideologías habían desaparecido con la derrota del socialismo y que solo era cuestión de tiempo para que la humanidad se acercara a su realización última bajo la égida del capitalismo. Éstas fueron sus palabras: “Lo que podemos estar presenciando es el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano”.
Apenas tres décadas después de la caída de la Unión Soviética y de la instauración oficial del neoliberalismo, Fukuyama ha revirado y corregido su interpretación aseverando que no solo había errado al afirmar que el capitalismo era la etapa definitiva en el devenir humano, sino también en haber dicho que la ideología que dio por muerta hoy es más necesaria que nunca. “Este periodo prolongado, que comenzó con Reagan y Thatcher, en el que se arraigó un cierto conjunto de ideas sobre los beneficios de los mercados no regulados, ha tenido un efecto desastroso en muchos sentidos. En materia de igualdad social, ha conducido a un debilitamiento de los sindicatos, del poder de negociación de los trabajadores de a pie, al surgimiento de una clase oligárquica en casi todas partes que ejerce entonces un poder político indebido […]. En este momento, me parece que ciertas cosas que dijo Karl Marx están resultando ser ciertas”.
Así como algunos de los máximos exponentes de la teoría neoclásica han sido sorprendidos por la realidad, los renegados del marxismo, a pesar de su tozudez, deberían reconocer, ante lo evidente, que su huida fue como la de las ratas: demasiado apresurada y tirante. Lamentablemente, su arrepentimiento no sirve de nada. Las necesidades históricas no se adaptan a las opiniones del hombre y las circunstancias no pretenden coincidir con las ideas. Es el hombre quien debe desentrañar la realidad y descubrir en ella sus necesidades. El aporte de Marx reside precisamente en haber descubierto las necesidades de la realidad y las posibilidades de transformación que de ella emanan; por ello el marxismo como interpretación de la realidad y el socialismo como posibilidad real de ella no desaparecieron en noviembre de 1989; estuvieron siempre presentes, y si hoy, cuando la crisis que atraviesa la humanidad lo reclama más que nunca, no es precisamente porque sus viejos enemigos ahora acepten reconocerlo, sino porque la realidad lo reclama con insistencia, posiblemente como única salvación ante un inminente desastre.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
COLUMNISTA