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Juan Clemente Zenea. Nació el 24 de febrero de 1832 en Bayamo, Cuba. Fue un prolífico escritor al que se le reconoce haber ejercido gran influencia en la literatura cubana al retomar el Romanticismo, marcando una nueva línea en la poesía hispanoamericana.
Desde pequeño fue autodidacta debido al prematuro fallecimiento de su madre y a que su padre, terrateniente español, tuvo que regresar a su país natal. Su vida estuvo marcada por su fuerte nacionalismo y actividad periodística revolucionaria. En 1852 fue exiliado a Nueva Orleans por apoyar las guerras independentistas a través de periódicos clandestinos; en Estados Unidos continuó su crítica al colonialismo español mediante varios medios locales lo que en poco tiempo le valió una condena de muerte si regresaba a su país, sin embargo pudo volver un año después gracias a una amnistía general.
A su regreso continuó trabajando en defensa de la independencia cubana como periodista y miembro activo de las guerrillas; en 1871 fue apresado por haberse entrevistado con Carlos Manuel Céspedes, tras ocho meses de encarcelamiento, el 25 de agosto fue fusilado. Hasta su último momento fue un autor prolífico, se sabe que redactó 16 composiciones en la cárcel; que fueron reunidas póstumamente bajo el título Diario de un mártir.
A los cubanos
¿Hasta cuando, hasta cuando recorre
de su propia ignominia la ruta,
esa pálida y vil prostituta
que se abraza al soldado español?
¿Hasta cuando, insulares humildes,
dejaréis que el autócrata os venza?
¿Para cuándo dejais la vergüenza?
¿Para cuándo dejais el honor?
Ama el perro el hogar de su dueño,
ama el bruto su estancia precaria,
y la triste y fugaz procelaria
ama siempre la estela del mar;
defendiendo sus dioses penates
el salvaje en las lides perece,
¡solo, solo el cubano parece
que abandona el verdugo su hogar!
¡Al olvido se han dado los héroes,
y la patria ceñida de flores
embriagada en infames amores
a un tirano le besa los pies!
¡Mesalina tendida en su lecho!
Nada escucha del tiempo pasado,
y llevóla su amante al mercado,
y ella misma se quiso vender!
Vil Sodoma del mundo moderno,
querubín que doblaste las alas,
solamente con pólvora y balas
se podrá rescatar tu virtud.
Los cubanos no tienen más suerte
que morder sus cadenas de hierro,
y unos pocos marchar al destierro,
¡y otros pocos subir a la cruz!
Soneto
Dichoso el hombre que sensible y tierno
en la heredad de su familia espera,
poder sembrar el grano en primavera
y recoger el fruto en el invierno.
Dichoso aquel que con placer interno
celebrando una boda placentera,
elige por esposa y compañera
una vecina del hogar paterno.
Mas ¡ay! del triste a quien la fiebre abrasa
y en tierra extraña suspirando siente
que muere el alma en eternal desmayo
¡Oh! trasportadme a mi paterna casa,
y allí dejadme calentar la frente
del Sol de Cuba al abrasante rayo
Nuevo amor
Yo pensé no amar de nuevo,
porque lejos de la patria
meditando en mis recuerdos
olvidó mis esperanzas.
Y juzgué dificultoso
en esta región helada,
bajo un manzano sin hojas
sentir conmovida el alma.
En mis delirios creia
que al amor hicieran falta,
los trópicos con su fuego
y con su sombra la palma.
Mas siendo tu tan hermosa,
bien comprendo que tus gracias
hasta en las nieves polares
el corazón me abrasarán,
examinando a mis solas
de mi cariño la causa,
no sé en que tuvo principio
ni el fin que tendrá mañana.
Solo sé que te idolatro,
solo sé, mi dueña amada,
que soy satélite humilde
que al redor de un astro vaga.
Ora pro nobis
Muere el sol: la noche llega,
su manto el aura desplega,
la luna empieza a nacer,
todo al reposo se entrega…
Niña, ¿qué debes hacer?
Debe acercarse a la orilla
la ligera navecilla,
debe el hombre descansar,
debe dormir el avecilla,
y un alma buena rezar.
¡Quién sabe cuántos tiranos,
maltratan a tus hermanos,
y cuántos gimen a solas,
y cuántos alzan las manos
buscando apoyo en las olas!
Ruega, ruega… y en tu anhelo
llama al ángel del consuelo
y pídele caridad,
porque está mirando al cielo
la mísera humanidad.
Morir de amor
Ven, pajarillo, a mis prados,
ven a posarte en sus calles
sobre un lirio de los valles,
sobre un ciprés temblador;
alégrame con tus trinos,
muestra al sol tus lindas galas,
y arrúllame con tus alas
que estoy muriendo de amor.
Sauce verde en cuyas hojas
la luna su rayo quiebra,
cuyas ramas te celebra
el viento murmurador;
tú que en horas de ventura
susurrando me dormiste,
concédele sombra al triste
que está muriendo de amor.
Te mandé un suspiro anoche,
mas puede haberse perdido,
y acaso estará escondido
en la copa de una flor;
o errante sobre una fuente
tal vez mi mensaje olvida,
y no te anuncia, ¡oh Mercida!,
que estoy muriendo de amor.
Tú que a vivir me enseñaste,
tú que mis penas consuelas,
querubín que alegre vuelas
en torno del trovador,
déjame aspirar la esencia
que de tus labios exhalas,
y cúbreme con tus alas
que estoy muriendo de amor.
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Escrito por Redacción