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El paso del huracán Nora en la región occidente de México provocó inundaciones y deslaves que damnificaron a miles de personas que perdieron sus viviendas, enseres domésticos y servicios urbanos básicos. En Michoacán, los municipios más afectados fueron Arteaga, Morelia y Lázaro Cárdenas.
En cuestión de minutos, las calles de Arteaga se convirtieron en ríos que arrastraron gran cantidad de árboles, una pipa de gas, decenas de automóviles, motocicletas y aun techos derribados. En el puerto del Pacífico, el río Acalpican, afluente del río Balsas, se desbordó y arrasó con las más de 100 casas de la comunidad El Habillal.
“Comenzó a llover y era bien sabido por todos que el huracán pasaría por aquí, pero nadie imaginó todo lo que esto causaría. Nos preparamos como pudimos, pero la naturaleza es la naturaleza y se llevó todo”, narró a buzos María J. Solís, maestra de primaria en Aguililla, una de las damnificadas de Nora, el huracán que se formó el 25 de agosto frente a las costas de Michoacán.
La maestra relató: “el cielo se puso muy gris y la lluvia era muy fuerte y la acompañaba mucho aire. Podría decir que el frío que yo sentí en ese momento fue más fuerte que el que se sintió el año pasado en diciembre. Se escuchaba el sonido fuerte del aire, algo así como un chiflido intenso; los árboles se movían de un lado a otro. La calle en donde vivo comenzó a llenarse de agua y la corriente fue tan fuerte que se alcanzó a llevar algunos carros estacionados afuera. Como dice mi vecina, lo material ya como sea; pero la comida ya no es suficiente. Nos hace falta papel higiénico, agua potable; hay mucho zancudo y ahora no vaya a ser la de malas que nos dé dengue o chikungunya”, exclamó preocupada.
Arteaga es uno de los cinco municipios para los que el Consejo Estatal de Protección Civil (CEPC) pidió al Gobierno Federal que se declarara zona de desastre. Pero éste, como ha ocurrido en otras regiones afectadas del país debido a los destrozos físicos generados por los fenómenos meteorológicos, no ha dado respuesta a este llamado de auxilio.
“Duele que se hayan echado a perder la sala, los muebles, el refrigerador y el comedor. ¿Sabes?, no es fácil; a final de cuentas es parte de lo que cada quien construye y compra con su esfuerzo; pero ahorita estamos en lo más complicado, que es sobrevivir, ya que entre las enfermedades que trae el agua están los moscos. Además, está el Covid-19, la inseguridad, la falta de comida y de otras cosas necesarias para el día a día. Cuando caen las inundaciones uno se viene para abajo en momentos. Pero hay que seguir”, exclamó María Solís, llorosa y muy preocupada.
Ha pasado más un mes y aún permanece maltrecha la carretera libre Arteaga-Lázaro Cárdenas, en cuyos paredones hubo varios deslaves, además de los socavones a la altura de la curva de Barranca Onda. Algunos habitantes revelaron a buzos que decenas de damnificados solo “volvieron a vivir” tres días después del paso del huracán porque, en ese lapso, carecieron de alimentos, gasolina, gas, medicinas y otros productos básicos.
En ese mismo periodo, los deslaves los mantuvieron incomunicados vía terrestre y ninguna autoridad estatal ni federal les brindó ayuda. “Llegué a Morelia el martes 23, vine a arreglar unos papeles y tenía planeado regresarme el domingo a Arteaga, pero por las lluvias y derrumbes ya no pude, me hice a la idea de regresarme otro día cuando me marcó mi sobrina y dijo que consiguiera los medicamentos de mi papá acá (losartán e hidroclorotiazida), porque allá no había forma de comprarlos, ya que las farmacias que quedan cerca estaban cerradas porque todo estaba inundado y las calles parecían ríos”, reportó a buzos Nora R., vecina de Arteaga.
La historia se repite cada año
Morelia, la capital de Michoacán, carece de un sistema de drenaje pluvial efectivo, lo cual provoca que cada temporada de lluvias se inunde o “encharque” –como dicen las autoridades para minimizar las afectaciones– en los mismos sitios de cada año: las colonias asentadas en los cauces y riberas de los ríos Grande y Chico, y el dren Barajas.
Entre las colonias más afectadas se hallan Centro, Prados Verdes, Industrial, Ampliación del Porvenir, Calzada La Huerta y el Boulevard García de León, las avenidas Siervo de la Nación, Periodismo, Michoacán, Calzada Juárez y Camelinas, las oficinas de Policía y Tránsito y la Fiscalía General del Estado (FGE), la Secretaría de Educación Pública (SEP), las canchas de futbol y el estacionamiento de la Unidad Administrativa y algunas zonas de Manantiales.
“Me parece que Prados Verdes se creó en 1981 o 1982. Yo llegué a vivir ahí como en 1983. Ahí crecí y desde que tengo conciencia siempre se inunda”, narró a buzos Caliche Caroma, dueño de la librería y el foro cultural La Inundación, que fundó para superar sus dificultades económicas; Carlos Rojas Martínez, músico, poeta, filósofo y vecino de toda la vida de Prados Verdes.
La librería ha sido afectada varias veces por las fuertes lluvias: “la librería y la casa estaban ubicadas en Paseo del Roble, digo estaban porque ya quité la librería de ahí por tantas afectaciones a ella y a mis libros; pero la casa sigue ahí y está en la cuneta o en la caída de lo que viene siendo el centro-sur; lo que viene del norte es otra caída, lo que viene de un costado de Roble es otra y de lo que viene del poniente, de la avenida Quinceo, es otra caída de agua. Antes de que fraccionaran, ahí era como una laguna y después fueron tierras de cultivo. Luego fue cuando fraccionaron…”, agregó Caroma, quien además recordó cómo fue la colonia en sus inicios.
La indiscriminada expansión urbana de Morelia ha llegado a áreas consideradas con alto grado de inundación. La rectificación de los ríos Grande y Chiquito a finales de los años 30; la construcción de la presa de Cointzio y la apertura del sistema de riego San Bartolo Queréndaro impulsaron el desarrollo agrícola y aumentaron la dotación de agua potable. Esto propició el crecimiento urbano caótico y desmesurado a principios de los años 70.
“Recuerdo que una de las peores inundaciones la vivimos en 1989, cuando subió el agua como a un metro y medio o un poco más; y esa misma situación se repitió en 2018, el 22 de octubre, en la madrugada. Nosotros teníamos unos meses de haber inaugurado la librería. En esas fechas recién había entrado el gobierno municipal de Movimiento Regeneración Nacional (Morena), encabezado por Raúl Morón. Es el gobierno quien se encarga del sitio de donde se controla la presa; pero por su impericia, el miedo de que la presa estaba subiendo y el no saber cómo abrirla para el buen drenaje del río, la abrieron de más, no calcularon y ese día se inundó como en aquella inundación del 89. Ha de haber subido más de un metro veinte o un metro treinta. Ese año la librería, como otros negocios, registró cuantiosas pérdidas materiales… un 60 por ciento de pérdida del material”, asegura el dueño.
Una investigación sobre la vulnerabilidad de la ciudad de Morelia a las inundaciones advierte que julio es el mes con mayores precipitaciones; pero que los escurrimientos más intensos se producen en septiembre. También dice que de enero a mayo hay poca infiltración; que en junio-julio aumentan las lluvias; de agosto a noviembre, el escurrimiento es muy fuerte porque el suelo está completamente saturado, no permite más infiltración y provoca que toda el agua pluvial escurra en la superficie.
“Una de las soluciones era encapsular el río; pero para eso se necesita un plan mínimo de 10 años. Siempre entre los vecinos y las autoridades teníamos juntas porque las casas se han ido deteriorando gracias a estas crecidas de agua; los cimientos se han visto afectados, las fachadas de las casas tienen demasiada humedad; los vecinos tuvieron que elevar sus casas a dos o tres pisos y en unos años eso se podría sumir o derrumbar”, recuerda el dueño de la librería.
La Comisión Nacional del Agua (Conagua) y el Organismo Operador de Agua Potable, Alcantarillado y Saneamiento de Morelia (OOAPAS) siempre han “dado largas” a los vecinos con respecto a una solución al problema de las inundaciones. “Nos decían que los programas eran para eso, pero no mandaban aún los recursos o nada más hacían como que arreglaban unas calles; pero el problema profundo nunca ha tenido solución”, denuncian los vecinos, quienes deben “rascarse con sus uñas” cuando llega la inundación y pierden sus bienes domésticos y patrimoniales.
El 15, 16 y 17 de septiembre de 2003 llovió intensamente en Morelia; pero el día 16 se registraron 75 mm de lluvia por cada metro cúbico, más que el promedio histórico registrado hasta esa fecha. El aguacero torrencial provocó severas inundaciones en toda la ciudad. El cuatro de septiembre de 2005, otra tormenta dejó más de 10 mil damnificados, inundó 35 colonias y mil viviendas y causó pérdidas por varios centenares de millones de pesos, después del desbordamiento de los ríos Grande y Chiquito, cuyas aguas alcanzaron metros de altura.
Hoy, a diferencia de los sexenios pasados cuyos apoyos nunca fueron suficientes, el gobierno de López Obrador no ha enviado ninguno. El gobierno estatal solo ha entregado algunos apoyos; y el municipal solo ha donado “estufas, licuadoras, camas, muebles, pero de una calidad terrible. A mi mamá le dieron una cama, una estufa y una licuadora que duraron un mes, ¡un mes! ¡No es posible! ¡Eso es una burla; pero qué podemos hacer!”, lamenta indignado Caliche Caroma.
Las afectaciones de las lluvias en Lázaro Cárdenas fueron más impresionantes que desastrosas, porque el oleaje alcanzó más de los cinco metros de altura y ocasionó inundaciones en la zona costera y varios negocios. En Coahuayana y Aquila también hubo inundaciones y deslaves, pero básicamente en las carreteras que comunican a las comunidades El Saucito, El Parotal y La Palmita.
Hasta el momento, se sabe que las autoridades locales han entregado despensas a algunas familias que habitan zonas de difícil acceso. Por lo pronto, los michoacanos afectados por la temporada de lluvias se mantienen en estado de alerta; y avisados por la propia experiencia personal e histórica, saben que si vienen más tormentas tendrán que ayudarse con recursos propios, porque poco pueden esperar de los gobiernos morenistas estatal y Federal.
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Escrito por Laura Osornio
colaboradora